Te quiero contar una de mis películas preferidas cuyo final provocó un tremendo impacto en lo más íntimo de mi ser, ya que el arte del engaño está llevado a su máxima expresión.
Se trata de la exquisita, impecable y conmovedora obra de Giuseppe Tornator , rodada principalmente en Italia, que ha sabido ganarse el reconocimiento y los corazones del mundo entero. Género romance, intriga, thriller.
Plantea la puesta en juego de las capacidades del ser al diferenciar entre lo auténtico y lo falso. Apostar nuestra mejor oferta, tanto en la vida como en el arte. El amor como elemento sanador.
La atmósfera es de una pulcritud y perfeccionismo asfixiantes, enmarcando la trama que se revela como el engranaje de un reloj, entre la música de Ennio Morricone.
Virgild Oldman (Geoffrey Rush ) un marchante de arte famoso, de intachable reputación en el ambiente, a pocos meses de jubilarse, sofisticado y solitario, se encuentra presidiendo una subasta. Aquí los objetos serán entregados a quien realice la mejor oferta.
Entre el público presente se encuentra su único amigo y falsificador Billy Wistler (Donald Sutherland), quien a su vez también es un pintor poco conocido, ignorado y desvalorizado como artista por Virgild. Compañero inseparable a lo largo de toda su trayectoria profesional y escasamente recompensado. Entre las sombras, Billy se ha encargado de asistir a las subastas y comprar determinados artículos por orden de Virgild, a un valor mucho menor del real, haciendo pasar por copias obras de arte originales.

En cierta ocasión, Billy comenta que le enviará un cuadro de su autoría, asegurando que será de su agrado.
Virgild, siempre protegido por una increíble variedad de guantes, amasó una gran fortuna. Logró mediante estafas obtener una colección privada de cuadros originales de bellísimas mujeres. Este secreto es sólo conocido por Billy, quien ignora la ubicación de dicho tesoro.
Virgild es recibido por su fiel mayordomo al llegar a casa. Luego se dirige al secreto disfrute de su colección de arte dentro de una habitación tan inexpugnable como él mismo. Debe traspasar para ello la vitrina que alberga los guantes y abrir una puerta con clave de seguridad electrónica.
Esas mujeres, atrapadas en los cuadros, con las cuales se identifica y logra establecer una especie de amor platónico, perfecto e inmaculado, han sido las únicas que se ha permitido mirar, poseer, tocar...
Un llamado telefónico irrumpe en su rutinaria y pulcra vida. Es una voz femenina. Le solicita que acuda a su villa con el fin de realizar la tasación e inventario de los objetos allí presentes, ahora que sus padres han fallecido.
Se trata de la señorita Claire Ibhetson (Sylvia Hoeks), veintisiete años, quien padece de agorafobia, condición que le impide salir de la villa desde hace años.
Virgild y Claire son seres extrañamente exquisitos, indefensos, seductores, han erigido muros con finos guantes que los salvan del mundo. Presos de sus miedos, para sentirse a salvo, se han condenado a no sentir.
Al conocerse, esos muros que han cimentado se desgranan lentamente.
A través del diálogo comienzan una danza. Virgild la descubre pura, presa e impoluta como las bellas mujeres de los cuadros que tan sólo él puede observar y amar.
Al realizar un recorrido por la villa, Virgild encuentra piezas sueltas, partes de lo que podría haber sido el primer autómata.
Acude a Robert (Jim Sturgess) un joven talentoso en todo tipo de reparaciones, quien va reconstruyendo a lo largo de la trama este singular objeto, sin mencionar el importante hallazgo a Claire. Robert se convierte en confidente y consejero sentimental dada su palpable experiencia con las damas.
Claire se deja seducir ante el encanto de ese fino, enigmático y bien aconsejado caballero, que la invita a otra vida, abre la puerta a un mundo de ternura y pasión.
Podemos verlos apagar miedos. Encender un amor.
Bajo la lluvia, en una de sus tantas visitas a la villa de Claire, Virgild es atacado por unos seres encapuchados.
Una mujer enana, que siempre se encuentra en el bar de en frente, calculista memoriosa, ahora desde la ventana de su apartamento ve lo ocurrido y llama a emergencias.
Virgild, desde el celular, tirado en el suelo, apenas un aliento, se comunica con Claire. Ella logra vencer el mayor de sus temores, sale de la casa que ha sido su prisión durante tantos años y acude en su auxilio.
Este gesto profundiza la relación.
Virgild le regala un delicado anillo de compromiso.
Claire se muda a su casa. Espíritus afines se han encontrado, revelado, engranado.
Por fin la vida se deja respirar. La pasión es un poseer, tocar, acariciar, susurrar.
Virgild, ahora tiene una mujer real a quien amar. Decide entonces compartir con ella su más íntimo secreto, el acceso a la habitación de aquellos sus otros amores, las obras de arte de su colección privada. Claire se siente conmovida al verla. Y acepta la invitación de Virgild de integrarse a su vida, junto a estas mujeres, estáticas bellezas.
Virgild se ve obligado a viajar. Debe presidir la última subasta de su carrera. Todo se desarrolla a la perfección. Se retira colmado de aplausos y gestos de reconocimiento.
Al volver, busca a Claire por toda la casa. Ella no aparece. Consulta al mayordomo quien le confirma haberla visto salir.
El tiempo lo estrangula indiferente.
Toma un cuadro que le acaba de llegar mientras se dirige a la habitación secreta.
Al ingresar queda absolutamente desconcertado. Sus cuadros han desaparecido. Está el falso autómata reconstruido. Al activarlo repite con su propia voz grabada: “Toda falsificación esconde algo auténtico”.
Preso de una desesperación inenarrable se dirige a la villa de Claire. Han puesto un nuevo candado en la entrada.
Acude al bar de enfrente en busca de respuestas. La enana que todo lo recuerda con precisión matemática, le da la cifra exacta de las salidas de Claire de la villa. No puede creerlo. Claire salía a su antojo, jamás padeció agorafobia.
Es más, la verdadera dueña de esa villa, Claire Ibethson, es la mujer enana. Ella la alquila para rodajes de películas, entre otras cosas.
Inquietante y sorprendente final. Han dado las doce y los corceles vuelven a ser ratones.
El estafador ha sido estafado. El especialista en autentificar obras de arte no ha logrado distinguir entre lo auténtico y lo falso en su propia vida.
Regresa a su casa, observa el cuadro que había encontrado. Está firmado nada menos que por Billy, el cerebro de toda esta conspiración, casi diabólica, para robarle su colección secreta.
Virgild internado. Una masa babeante en silla de ruedas. Luego logra recuperarse.
Se dirige a cierto restaurante en Praga, nombrado alguna vez por Claire como único sitio en el que ella fue feliz.

Allí la esperará eternamente, rodeado de relojes implacables, mesa dispuesta para dos...
Lo auténtico y lo falso, una apuesta ante la vida de nuestra mejor oferta.
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