¿Perdida por Edward o sólo necesito un corte de puntas?

El amor platónico a través de la lente de Burton

Hurgando entre las emociones juveniles más puras e insensatas, tropezamos una y otra vez con los recuerdos de amores platónicos que se escapan junto a risitas y suspiros que, incómodamente, nos hacen voltear hacia todos lados para asegurarnos que no fueran percibidos por nadie y así esquivar potenciales preguntas sobre lo que no deseamos confesar, o por lo menos, esto es algo que suele ocurrirnos a las mujeres cuando también, por alguna extraña razón, algo evoca la imagen mental idílica, platónica y más rosa de lo que originalmente era, sobre algún personaje cuyo sex appeal se nos hizo tan irresistible como imposible de superar.

Semejante argumento es precisamente algo de lo que no se puede dejar de hablar cuando cae a colación un título como “Edward Manos de Tijeras” (1990).


La inocencia de una Winona Rider en su transición de niña a mujer interpretando a Kim, como representación inmaculada de la tierna adolescencia por la cual desea ser identificada cada chica en desarrollo, y un aún dócil pero no por mucho, Johnny Depp, que bien supo aprovechar su encanto seductor, logrando aportar una esencia “casi” humana a Edward, mientras busca el sentido de su propia existencia a través de las hebras más finas de los impulsos femeninos, se ensamblaron a la perfección para dar rienda suela a las fantasías amorosas de cuanta fémina se les cruza, tanto dentro como por fuera de la pantalla, haciendo parecer que Tim Burton hizo esta película más bien pensando casi exclusivamente en conectar con el público femenino, pues a pocos hombres he encontrado que les haya impactado tanto, aunque fuere por un rato, diluyéndose rápidamente por la tangente de hablar sobre cualquier otra de las obras de este tan prolífico director.

Un creador con su propia tinta

El estilo gótico ya tan característico de Burton, capturado a la perfección en el guion de una Caroline Thompson que supo comprender la esencia de su visión, nos brindó en 1990 la construcción de una fantasía oscura que entremezcla ficción, existencialismo, romances frustrados y mucho del trabajo visual de colorido altamente contrastante, que tanto ha sabido aprovechar como marca personal de su tinta creativa, y que obliga a todo buen seguidor de su trabajo a remontarse eventualmente en esta muestra para comprender su trayectoria.

El acompañamiento musical de las notas melancólicas entrejuntas en las partituras que Danny Elfman escribiera para este filme, es la guinda en el pastel de la dualidad de Edward.


Otras señas particulares en la semiótica de Burton también encontraron oportunidad de aflorar con mayor intensidad a través de “El Joven Manos de Tijeras” (como título variante entre las fracciones hispanas del mundo), recordándonos haber dejado algunas conversaciones pendientes sobre el miedo a lo desconocido, la conformidad y la alienación, que había lanzado y arrastrado por toda la mesa con su primera Batman… pero esto no es sobre Tim, mi amor es por Edward.

Inocencia y vulnerabilidad que enamoran para la eternidad

Atrapado entre las discrepancias que tiene con el mundo mecánico del que procede y las banalidades al que anhela pertenecer, Edward, sin conciencia plena de las consecuencias de su indefinible existencia, se inmortalizó aún más de lo que el personaje en sí ya se encuentra inmunizado contra la parca, generando una platónica impronta en el corazón de tantas mujeres que hasta el más experto casanova no le llega ni a los tobillos... ¿será su blanca palidez? O… tal vez... ¿la manera tan desprendidamente complaciente con la que demuestra su capacidad de satifacer hasta el más ridículo capricho? Después de todo, ¿qué mujer no aspira a que su hombre ideal cumpla con todas sus peticiones sin remilgo? Al parecer, algo hay en esta fórmula de Edward que nos seduce.


Puede que también la sensación (evidentemente sustentada) de sentirse un ser incompleto, inacabado, incomprendido, inadaptado y cuantos otros “ines” quepan entre los atributos de la frágil psique de este -involuntario- seductor, nos despierte el maternal complejo… quise decir, instinto, de querer protegerlo y… ¡repararlo a toda costa!

Si no fuera por un pequeño detalle… !Ah sí, claro! ¡las tijeras! 🤦 ...pero si esas también nos encantan… las usamos en TODO… ¿Qué mujer no se enamoraría de sus tijeras, si éstas pudieran fingir que la están escuchando?

Pero no, eso no es lo que nos hace comprender que nuestro idilio con Edward será por siempre platónico, tampoco tenemos ningún conflicto en compartirlo con Kim, después de todo, su ejemplo es el que precisamente nos lleva a aceptar lo platónico como parte necesaria de nuestros sentimientos que nos conduce hacia el fortalecimiento del carácter y la personalidad, en cuanto a la manera de relacionarnos en pareja se refiere.

Tocarnos sin hacernos heridas

Sea como fuere, la naturaleza física irremediable de nuestro amado (y tal vez el de Kim), es una exquisita representación gráfica de la vulnerabilidad a la que se pueden encontrar sujetas las personas con notables diferencias, sean propiamente físicas, psíquicas o incluso emocionales, viéndose limitadas en el establecimiento de relaciones y conexiones plenas, bien por el rechazo de los otros, como por la subestimación de sus cualidades por el individuo que se contempla a sí mismo como diferente, dentro de una sociedad en la que aún existen prejuicios, estigmas y paradigmas que derrumbar para podernos considerar verdaderamente incluyentes, pero no por eso vamos enamorándonos por el mundo de cuanto ser humano se nos cruza, pues al fin y al cabo, todos somos extraordinariamente diferentes y en el fondo de nuestras almas lo sabemos.

La trágica soledad que invade a Edward desde su creación y nos despierta el deseo de cuidar de él, tampoco es la razón que nos lleva a enmarcarlo en el álbum de nuestros amores fallidos, así como no lo es el inocente brillo de su mirada tan penetrante como ausente, ni la gentileza en su trato, seguramente copiada a pulso y letra de Carreño como esperamos que sea todo buen caballero.

Ni la poesía embebida en el hecho de que su total carencia de las necesidades físicas más básicas que nos mantienen vivos como comer y dormir (más que por satisfacer placeres), dejando expuesta sola y al desnudo la profundidad de la necesidad del contacto físico, y lo inevitable que se hace la posibilidad de hacer y hacernos daño al acercarnos a alguien, aún cuando no se tenga la más mínima intención de lastimar a nadie, acentuando la presencia del dolor inherente a la inviabilidad de la materialización de un amor, que como único consuelo encuentra perpetuidad en el rincón de los anhelos justificados por Platón.

El amor incondicional nos hace libres

Es el todo y a la vez la nada lo que nos conduce a guardar a Edward y a la mismísima Kim como un refugio seguro al cual acudir en momentos de mal sabores amorosos. Es la ópera tan inconclusa como perfecta en la que Burton nos tocó el drama de una realidad de la que no se escapa nadie, y la manera tan abrupta como todo no puede tomar un final distinto.

Es la afirmación de la existencia de conexiones tan profundas que no necesitan tiempo ni espacio para hacerse permanentes.

Es el reconocimiento que tienen nuestras emociones tan humanas como frágiles, para guiarnos por los senderos de la aceptación tras la ruptura o el rechazo, la imposibilidad o la indiferencia, la adaptación o el simplemente tener que partir hacia la búsqueda de “lo mejor para todos”, es el poder de conservar la esperanza de un día, un tal vez, que mágicamente permita el reencuentro y dar cabida a la decisión de amar por siempre. Es el irnos construyendo pieza por pieza, para aún así sentirnos siempre incompletos, algo que es tan propio de la naturaleza humana que tal vez por ello el inventor de Edward nunca necesitó tener un nombre propio.

Ahora cuéntame tú si aún conservas a tu propia Kim en el corazón… o si más bien sigues buscando el modo de rescatar a un Edward de su Castillo.

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