Amos Gitai es uno de los cineastas más provocativos y prolíficos del cine contemporáneo, y uno de los autores israelíes más aclamados del planeta. Nacido en Haifa, Israel en 1950, Gitai ha forjado, de una manera esperable y natural, una carrera marcada por su aguda observación de la historia y la política, especialmente en relación con los conflictos en Oriente Medio. Navegando entre el documental y la ficción, manteniendo un estilo propio, casi casero y que hibrida con lo documental, hay una inclinación por intentar revelar la complejidad de las vidas atrapadas en las fronteras — políticas, culturales, personales—.
Lo que más destaca de la obra de Gitai, es su inquebrantable necesidad de confrontar las cicatrices del pasado y un compromiso con desenterrar ciertas verdades incómodas que moldean nuestro status quo. Pero a su vez, su filmografía está cargada, más que de contenido, de forma, la cual es la verdadera responsable de resignificar las historias que el israelí cuenta.
Kippur (2000), proponía una experiencia inmersiva bélica que narraba las vivencias de soldados israelíes en la guerra de Yom Kippur. Ana Arabia (2013), trabajaba con un plano secuencia de 81 minutos que revelaba con una calma meticulosa la convivencia árabe-judía en un pequeño asentamiento. Sea cual sea el ejemplo, Gitai no solo utiliza su cámara para capturar la superficie de los hechos, sino que, con un característico ritmo pausado y una narrativa que se niega a simplificar, invita al espectador a reflexionar sobre la condición humana en medio del conflicto que toma por escenario.
Su estilo se nutre de un realismo que a menudo bordea el ensayo, donde las imágenes, más que representar, dialogan. En sus personajes no hay ni héroes ni villanos, sino individuos atrapados en la maraña de decisiones geopolíticas que superan su comprensión. Hay algo en la forma de Gitai que subraya la ambigüedad: largas tomas, diálogos casi teatrales, y un sentido de espacio que siempre parece recordar al espectador la historia ineludible de la región.
En Why War, Gitai retoma una correspondencia ocurrida en los años 30 entre Freud y Einstein, que discutieron sobre la naturaleza de la violencia y la guerra. Pero, fiel a su estilo, Gitai no se limita a escenificar el debate. Se sumerge en las capas invisibles del texto, en las pausas, en lo que no se dice, y, como espectador, uno siente que estamos ante una conversación que no es solo entre estos dos intelectuales, sino con la propia historia y las heridas que hoy están más abiertas que nunca.

Pero a pesar de su destreza, es justo decir que en este caso, Gitai se queda a medio camino en el afán por hacer de su películas un diálogo mucho más grande y ambicioso de lo que fueron aquellas correspondencias entre el físico alemán y el padre del psicoanálisis.
Para dar un poco de contexto, todo surge cuando en 1932, la Liga de las Naciones invita a Albert Einstein a escribir y dirigir una carta sobre cualquier tema a cualquier persona que él quisiera. El físico, decide abordar la guerra y buscar un por qué detrás de ella. Y como destinatario, es que elige a Sigmund Freud.
Pero la obra de Gitai parte, de otro punto en la historia. La película comienza con un plano secuencia que recorre el centro de Tel Aviv en el cual se aprecian diferentes afiches, grafitis y mensajes de protesta que remiten al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 en Israel. El plano secuencia recorre diferentes instalaciones, exposiciones y obras de arte interactivas que terminan con la cámara entrando a un túnel oscuro en la puerta del Museo de Arte de Tel Aviv.
Inmediatamente después, un montaje de imágenes del asedio de Jerusalén en julio de 1099 parece contar una historia que inevitablemente dialoga con lo que la cámara acaba de mostrar minutos atrás. Esto, sin embargo, resulta bastante reduccionista y partidario para lo que Gitai quiere, en teoría, contar. Puesto que la pregunta de “¿Por qué la guerra?” no busca hacer referencia a una guerra en concreto, sino a los conflictos armados como fenómeno humano. Las correspondencias entre estos grandes pensadores (que veremos a continuación) van mucho más profundo que una mera cronología de eventos puntuales, sino que tocan cuestiones filosóficas, éticas y psicológicas que exploran la naturaleza del concepto de guerra en sí.
En ningún momento Gitai parece interesado en confrontar las raíces más universales y atemporales de la violencia. Sino que desde el inicio de la película, establece su postura y su lugar, el cual aunque razonable, más que ilustrar lo que quiere decir, limitan todo el discurso que intentará hilar, sin mucho éxito, a continuación.

A todo esto, se le suma también una historia que ocurre casi en paralelo, donde el director opta por incluir en el relato a la actriz Irène Jacob, a la cual le dedica bastante tiempo en pantalla y a la cual le pide no solo actuar, sino realizar diferentes tipos de performances artísticas que, aunque bien logradas para representar diferentes escenarios de violencia (desde escenas más ligadas a la ficción hasta bailar trágicamente en el Monumento a los judíos de Europa asesinados en Berlín. Todo musicalizado, en teoría, por una banda y orquesta que arriba de un escenario sonorizan toda la película.
Finalmente, Gitai, presenta a Freud y a Einstein, interpretados por Mathieu Amalric y Micha Lescot respectivamente. En ningún momento se oculta que estos son actores disfrazados, porque, de hecho, se les muestra tras bastidores cuando se preparan y ponen en papel. Todo para, arriba de un escenario, esbozar una especie de obra de teatro que son más bien dos monólogos que intentan, sin mucho éxito, en hilar la película temáticamente. Cada uno de los actores, recita las palabras de las cartas del personaje al que interpreta. Con actuaciones que no logran ni ser del todo convincentes para considerarse ficción, ni demasiado artificiales para ser percibidas como una representación deliberadamente teatral, las interpretaciones de Amalric y Lescot quedan en un limbo incómodo.
Y aunque este juego entre realidad y ficción, donde el artificio no esconde su propia naturaleza, podría haber dado lugar a una reflexión interesante sobre la relación entre ambos personajes y el contexto de la película, el resultado se siente desarticulado, incapaz de fusionar las ideas que Freud y Einstein representan, con las imágenes y temas que el filme pretende explorar. Es como si los monólogos flotaran sin propósito claro, más como interludios decorativos que piezas fundamentales de la narrativa.

Why War se presenta como un intento de explorar una de las preguntas más apremiantes de la humanidad, pero en su ambición, tropieza con la complejidad inherente a su temática y al dispositivo que su director elige. Gitai busca reflexionar sobre la guerra desde una perspectiva filosófica, utilizando las correspondencias entre Freud y Einstein como hilo conductor. Sin embargo, la esencia de su mensaje se diluye en un entramado que, aunque aspiracional, a menudo se siente vago y desarticulado.
El cine, en su mejor forma, tiene la capacidad de confrontar realidades, de desafiar al espectador a mirar más allá de lo superficial. Pero aquí, Gitai parece perderse en la abstracción, dejando de lado las especificidades que podrían haber enriquecido su relato. La guerra no es un concepto abstracto; es un fenómeno concreto que afecta vidas, comunidades y culturas. Al centrarse en diálogos que orbitan en torno a ideas generales, el director corre el riesgo de deshumanizar el conflicto, de presentar la guerra como una mera cuestión filosófica sin anclaje en las vivencias de quienes la padecen.
La elección de una puesta en escena que se asemeja más a un teatro que a una narrativa cinematográfica contribuye a esa sensación de desconexión. Los actores, a pesar de su talento, se ven atrapados en un juego que a menudo no logra el impacto emocional necesario. La fragmentación de sus monólogos, lejos de contribuir a una reflexión profunda, crea una distancia que impide que las ideas cobren vida. Al final, lo que debería ser un diálogo sobre la naturaleza de la guerra se convierte en una serie de interludios que flotan sin un propósito claro, casi como si Gitai estuviera buscando respuestas en un mar de preguntas sin resolver.
En un momento histórico en el que la violencia resuena con fuerza en diversas partes del mundo, el arte tiene la capacidad de abordar esas realidades desde distintas ópticas. Why War es más bien una oportunidad perdida para explorar la complejidad de la guerra y sus implicancias, ya que, aunque plantea interrogantes importantes, no logra ofrecer un camino hacia la comprensión. En lugar de ser un grito de angustia o una reflexión profunda, se siente como un eco de palabras que no terminan de hallar su sentido.
Así, la película deja un regusto a insatisfacción. En su intento por amalgamar el pensamiento filosófico con la experiencia humana, Gitai se queda a medio camino. ¿No debería el arte encontrar formas de dar voz a las verdades incómodas que enfrentamos, en lugar de diluirse en un discurso que, aunque interesante, carece de la fuerza necesaria para resonar en quienes lo contemplan? La guerra es un tema que merece ser abordado con la seriedad que conlleva, y Why War, en última instancia, nos recuerda que a veces las preguntas más importantes requieren respuestas más concretas.




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