The Substance (2024): Segundas partes que son buenas. 

La primera vez que vi The Substance de Coralie Fargeat odié la experiencia como pocas veces he sufrido el estar en una sala de cine.

Estaba en el Festival de Cannes, la película era de las más prometedoras de la Competencia Oficial y lo poco que conocía del trabajo de Fargeat me gustaba mucho, aquella revenge movie de 2017 brutal, con algunos de los planos detalle más sustanciosos que puedo recordar en mi imaginario, y que poco se la complicaba con su título: Revenge. Así que no dude en luchar como siempre por conseguir mi entrada, para una de las últimas funciones del día, y luego de unas cuatro o cinco películas, varias entrevistas y actividades, cerca de las diez de la noche, emprendí camino a la Sala Bazin dentro del Palais des Festivals esperando dar cierre a la jornada de la mejor manera posible: viendo una buena película.

Sin embargo, y en retrospectiva, creo que hay un momento para todo. Ese claramente no era ni el momento ni el contexto para que pudiera, no solo valorar, sino siquiera tolerar la película que para mi sorpresa se llevaría el premio a mejor guion unos días más tarde. No concebía lo que veía, todo me parecía un mal chiste y un capricho fílmico tras otro. Todo era exacerbado. Todo me molestaba. Y no era el único. La sala estaba claramente dividida en dos. Estaban quienes ante pequeños gestos de la película no dudaban en levantarse de su butaca y abandonar la sala indignados y quienes vitoreaban a la pantalla y reían cual Joaquin Phoenix en del Joker de Todd Phillips de una manera casi patológica mientras celebraban como si estuviesen viendo algo como nunca habían visto. Y aunque no llegué a dejarme llevar por mi impulso, debo admitir que entendía y por momentos me arrepentía de no actuar como el primer grupo. Creo que en parte no me fui de la sala porque respeto el acto de estar en una sala de cine, y en parte porque sabía que aunque esta película fuera lo peor que vería en todo el festival, era un privilegio poder verla allí.

Críticos o no, creo que todos debemos ser objetivos al momento de hacer un juicio de valor sobre una película. No dejar que lo emocional se cuele en este juicio. Pero a veces es inevitable, porque el cine provoca intencionalmente constantes respuestas emocionales por parte del espectador. Y en ese entonces, mi desprecio a The Substance quedó plasmado y poco sentido tendría ocultarlo. Había sido convocado por la revista danesa Filmmagasinet Ekko como parte de su grilla de jurados para el Festival. La consigna era darle a cada una de las películas de las 22 películas en competencia un puntaje: de 1 a 4 estrellas y una Palma de Oro. Mi palma fue para Anora, de Sean Baker. De la cual incluso escribí unas breves líneas para justificar mi decisión. Mí comunicado sobre la valoración de The Substance al encargado de publicar los puntajes fue inmediato y conciso: “One star, more to come”, haciendo referencia a que próximamente enviaría otros puntajes. Abandoné la sala y no mire atrás.

The Substance - MUBI

Lejos de hacer de esto una anécdota personal, mi intención es expresar el poder que puede tener una película y la experiencia de visionado en nuestra reacción inmediata. Y The Substance es ante todo, una película provocadora: una provocación temática, una provocación de ideas, una provocación de sensaciones de lo más viscerales. La película de Fargeat te acorrala constantemente y las opciones son limitadas. O elegimos el camino de intentar abrirnos a un diálogo con ella, o la empujamos a un lado y seguimos nuestro camino.

Los días pasaron, como mencioné, la película ganó el premio del jurado encabezado por Greta Gerwig al mejor guion y las críticas de algunos de los medios de mayor relevancia la ponían en un pedestal decorado y brilloso. La voz se corría y extrañamente, al menos para mí, se comentaba que la película sería estrenada en salas comerciales. En Uruguay, al menos, teniendo en cuenta lo poco arriesgado y cerrado del circuito de exhibición comercial, esto era todo un hito. Más aun teniendo en cuenta que sería una película restringida para adultos. Y aunque no soy una persona de opiniones frágiles, comencé a preguntarme si no valdría la pena un segundo visionado, si la película llegaba a estrenarse en salas. Esperando que una nueva experiencia, me hiciera encontrarme con lo que cualquier persona que ame el cine busca cuando se apagan las luces laterales y enciende el proyector: una buena película. Hoy, agradezco no solo no haberme levantado de aquella butaca, sino también haberme permitido darle una nueva oportunidad a la película.

Me gustaría aclararlo: no es que ahora piense que The Substance es la mejor película del año, lo mejor que he visto de cine de terror de los últimos años, ni nada por el estilo. Pero si he de admitir, que este nuevo visionado me permitió darme cuenta de que lo que veía en pantalla era mucho más grande y poderoso de lo que recordaba.

La premisa y el libreto son simples. Incluso demasiado. Tanto que se me hace un tanto bochornoso que de todos los premios que podría haberse llevado la película, se llevó el que a gusto personal menos bien le queda.

Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una estrella de Holywood que ya ha pasado su medio siglo. No queda muy claro hasta donde se ha expandido su carrera, lo cierto es que para cuando comienza la película es la principal figura de un programa de aerobics, que tiene un look súper ochentero. De un día para el otro, su jefe, Harvey (inspirado claramente en el ex productor de The Weinstein Company), interpretado con una repulsividad sorprendente de la mano de Dennis Quaid, decide que es tiempo de cambiar: “No sé cómo esta vieja perra ha llegado tan lejos”, o algo así, dice en una llamada telefónica que Elisabeth escucha sin que este lo sepa. Esa breve conversación sienta en el personaje de Moore, quien no se explica como se ha prestado y comprometido para un papel que dialoga de una manera tan obvia con la realidad de la actriz, la idea de que claramente ya no es la mejor versión de si misma. Luego de que su jefe la despide y abre un casting para “la próxima Elisabeth Sparkle”, esta tiene un accidente de tránsito, del cual sale totalmente ilesa (al menos físicamente). Allí, un enfermero estereotípicamente perfecto, le dice que “es una buena candidata”.

Al llegar a su casa, Elisabeth encuentra en su abrigo una memoria USB acompañado de una nota escrita por este enfermero “Me cambió la vida”. En su TV, Elisabeth reproduce el contenido de la memoria. Un montaje completamente subversivo y cuasi lisérgico promete una sustancia que hará que uno saque su mejor versión. Todo parece muy turbio, pero luego de unas pocas dudas, Elisabeth decide hacer el pedido. Al recibir la sustancia, recibe también una serie de instrucciones. Hay ideas que se repiten: “Eres una”, “Tú eres la matriz”. Y es que cuando Elisabeth se inyecte la sustancia, dará lugar a una especie de joven doppelgänger (interpretada por una intrépida y arriesgada Margaret Qualley), que, si se siguen las instrucciones, podrá estar activa durante siete días. Luego de esos siete días, Elisabeth deberá volver a su cuerpo y dejar descansar a su otro yo, auto-bautizada como Sue, y así sucesivamente.

A partir de ese momento, la película nos introduce en un universo en el cual no importa realmente la verosimilitud: las decisiones o acciones de los personajes no siempre tendrán sentido, lo que entienden y como opera su comprensión acerca de los eventos o procedimientos que los rodean tampoco. Ese no es el punto de la película, y es algo más que perdonable. Y es de hecho, presentado casi con un tono cómico.

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El tema que trata la película ni siquiera puede decirse que subyace, porque está por todos lados: las convenciones de belleza, la visión de la mujer y su cuerpo como un objeto desechable y remplazable, el machismo, las lamentables y tristes reglas de la industria del entretenimiento que operan casi exclusivamente para las mujeres. Y podríamos seguir por la misma línea. Y también el amor propio o la falta de él. Pero todo esto no es el descubrimiento de la pólvora. De hecho no se aleja demasiado de lo que Fargeat proponía años atrás en Revenge.

Lo que hace que The Substance funcione tan bien, es la dirección y la puesta en escena que la directora francesa logra ejecutar en cada plano. Y es que The Substance es una reivindicación del valor del plano.

Hay muchos elementos destacables a nivel técnico. Pero no es necesario desglosar cada mínimo detalle de la banda de imagen o de sonido para explicarla. Lo valioso de la película es que uno puede detenerse en cada uno de los planos y adjudicarle un sentido a cada aspecto, e incluso si no se hace ese análisis, se siente al verlo y escucharlo. No es que sea una cosa o la otra. No es que un plano funcione gracias a su iluminación y otro gracias a su diseño de sonido. Cada detalle de lo que vemos en pantalla, en cada momento, tiene un sentido y un motivo narrativo, uno que, generalmente, funciona muy bien.

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Toda esta estimulación narrativa, sumamente valiosa en una época de la banalización de la imagen y del acto de filmar solo por poder filmar, puede resultar agobiante. Porque no estamos, como espectadores, acostumbrados a un cine que nos cuente tanto a través de lo que nos muestra. A pesar de que se supone que esa es una de las reglas básicas del cine. Mostrar y no contar. De hecho, la película tiene una cantidad extremadamente reducida de diálogos para la duración de la película. Y muchos de ellos son repetidos, casi como si su directora supiera que es tanto lo que nos presenta en su despliegue audiovisual que el diálogo puede haber sido pasado por alto.

El hecho de que la película funciona extremadamente bien, aborda lo que quiere abordar, y lo trata de una manera audaz de la mano de una Demi Moore mucho más que valiente es innegable. Es quizás, en la segunda mitad del tercer acto, donde el espectador pueda desconectarse de la película. Para ese entonces, se siente como si la película fuera a una velocidad y haciendo destrozos que no puede detener. Y al no poder detenerse, se lleva puesto mucho del valor cosechado hasta ese punto, en una fiesta de sangre y gore desbordante.

Puede que The Substance sea demasiado. Demasiada forma y demasiado contenido para lo poco que acostumbramos recibir hoy. Puede que por eso resulte agobiante. Y puede que por eso se descarrile por momentos, descuidando parcialmente el tratamiento que viene cuidando minuciosamente incluso dentro de su universo disparatado. Pero a fin de cuentas, vale mucho más una película desbordante, que una experiencia olvidable.

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