Desde que tengo memoria, he vivido a la sombra de mi hermano Mufasa. Él era el favorito, el golden boy de la sabana, el rey destinado a gobernar mientras yo... bueno, yo era como el botón de "aceptar cookies" en una página web: ignorado y molesto. ¡Ni siquiera me dejaban posar en las fotos familiares! Siempre me dejaban a un lado, como si mi melena no fuera lo suficientemente fabulosa.
A veces me sentaba en una roca, cual filósofo incomprendido, viendo cómo todos aplaudían a Mufasa. ¡Hasta los pájaros organizaban espectáculos de luces para él! Y yo, mientras tanto, soñaba con que alguien, aunque fuera una tortuga despistada, me dijera: “¡Buen trabajo, Scar!”. Pero no, lo único que tenía eran las hienas. Y déjenme decirles que las hienas son pésimas para escuchar. Una vez intenté contarles un chiste sobre leones, y se rieron tanto que olvidaron lo que estaban haciendo. ¡Total desastre! Aunque, para ser justos, mi humor es tan agudo como mis garras.
Mi gran oportunidad llegó cuando conocí a estas hienas. Les prometí banquetes y un lugar en un reino donde yo sería el rey. Juntos planeamos deshacernos de Mufasa. ¿Mi plan maestro? Usar a Simba, un adorable cachorro. ¡Sí, un cachorro! ¿Quién hace eso? Pues yo, porque mi ambición no conoce límites ni sentido común. Cuando Mufasa cayó, sentí una mezcla de triunfo y vacío, como cuando ganas un premio pero descubres que es un vale de descuento para una tienda que ya cerró.
Al principio, ser rey era emocionante. ¡Por fin el trono era mío! Pero pronto me di cuenta de que gobernar era como organizar una fiesta: todos comen, nadie ayuda a limpiar. Las hienas no eran aliadas, eran como compañeros de cuarto que jamás lavan los platos. La sabana, bajo mi mando, se convirtió en un desierto desolado, y yo, el rey de todo... y de nada. Para colmo, una vez intenté hacer un picnic para celebrar mi ascenso, pero mi única compañía fue un cactus que, sorprendentemente, daba mejores consejos que mis "amigos".
Entonces Simba regresó. Ya no era el cachorro temeroso que conocí, sino un león fuerte y decidido. Intenté manipularlo, pero él era todo lo que yo nunca fui. La pelea era inevitable. Y ahí caí, consumido por mi ambición y orgullo. En mi último momento, entendí que mi obsesión por el poder solo me llevó a la ruina. Tal vez, si hubiera aprendido a compartir, mi historia sería diferente. Pero aquí estoy, un león que pudo ser rey, convertido en el rey de las malas decisiones. ¡Al menos tengo anécdotas para contarle a los cactus!
A veces me pregunto qué habría pasado si hubiese tomado un camino diferente, si en lugar de dejarme consumir por la envidia, hubiera intentado ser algo más que la sombra de Mufasa. Quizás, en lugar de conspirar, podría haber sido su consejero, su mano derecha, el tío divertido de Simba que siempre tiene una historia interesante que contar. Pero no, elegí el sendero más oscuro, y ahora, desde este lugar desolado, no puedo evitar reflexionar sobre todas las oportunidades que desperdicié.
El viento de la sabana sigue soplando, trayendo consigo los ecos de risas, rugidos y canciones que ya no me pertenecen. Las hienas, mis antiguas aliadas, se dispersaron como hojas al viento, buscando otro líder al que seguir, alguien que no las conduzca a un reino de cenizas. Y yo, aquí, solo con mis pensamientos y un cactus que, para ser sincero, ha demostrado ser un mejor confidente de lo que jamás imaginé.
Sin embargo, en esta soledad, he aprendido algo importante: el poder no lo es todo. Ser temido no es lo mismo que ser respetado, y ser rey no significa nada si no tienes un reino que te admire. Quizás mi legado no sea el de un gran líder, pero al menos puedo ser una advertencia. Una historia que otros puedan contar para recordar que la ambición desmedida y el orgullo pueden ser los peores enemigos de uno mismo.
Así que aquí estoy, un león que soñó con ser más grande que la vida misma y terminó siendo una lección para los demás. Tal vez no sea el final glorioso que imaginé, pero, al menos, es un final que me permite reflexionar. Y quién sabe, quizás algún día alguien escriba una obra sobre mí. No como el villano, sino como el león que pudo haber sido algo más, si tan solo hubiera sabido mirar más allá de su propia sombra.
Quizás, en este rincón olvidado de la sabana, he encontrado algo que nunca busqué: la paz. No es la paz grandiosa de un reino floreciente ni la satisfacción de un rugido que hace eco en las montañas. Es una paz más humilde, más sencilla. La paz de estar solo con mis pensamientos, sin la necesidad de demostrar nada a nadie.
A veces, mientras el sol se pone y pinta el cielo de naranjas y púrpuras, me pregunto si el joven Scar, el que solía soñar despierto en las rocas, habría imaginado este final. Probablemente no. Él habría querido aplausos, estatuas, canciones que narraran sus hazañas. Pero ahora entiendo que la grandeza no está en lo que otros ven de ti, sino en lo que tú ves en ti mismo.
El cactus sigue aquí, mi único compañero constante. Es curioso cómo algo tan simple puede enseñarte tanto. No se queja, no exige, simplemente existe. Me recuerda que a veces, el acto más valiente es simplemente seguir adelante, incluso cuando todo parece perdido. Y aunque no puedo cambiar mi pasado, puedo elegir cómo vivir lo que me queda.
Quizás nunca seré recordado como un héroe. Tal vez mi nombre siempre estará asociado a la traición y al fracaso. Pero si hay algo que puedo hacer, es asegurarme de que mi historia sirva como una advertencia para aquellos que vienen después de mí. Que sepan que la envidia es un veneno que consume desde adentro y que el poder, sin propósito, es solo una carga.
Así que aquí estoy, un león que una vez lo tuvo todo y lo perdió todo. Pero también soy un león que, finalmente, ha aprendido a mirar el mundo sin resentimiento. Tal vez no sea el final que soñé, pero es un final que me pertenece. Y eso, después de todo, es suficiente.
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