A propósito de Jurado N°2: Clint Eastwood vuelve a los 90

Dicen que Jurado N°2 es la última película de Clint Eastwood, no la más reciente sino la coda de su filmografía. El “dicen” tan impersonal e impreciso aquí calza justo porque si bien es una repetición automática de los portales que hablan de cine, también es cierto que la edad de este enorme director marca una proximidad con la imposibilidad de seguir estrenando películas. Sí, está el caso del realizador portugués Manoel de Oliveira, un hombre que dirigió hasta sus últimos días. Eastwood cruzó camino con él en un festival de Cannes, en ese momento tenía 80 años y le decía a la prensa: “Este director portugués tiene más de 100 años y sigue haciendo películas, yo planeo hacer lo mismo”, por eso es que casi 15 años más tarde de ese encuentro no resulta llamativo su deseo de seguir contando historias como las cuenta desde hace 53 años, cuando debutó con Obsesión mortal (Play Misty for me, 1971). En Gran Torino (2008) había un clima de despedida, en especial por ese final con una canción cantada por el propio Eastwood, algo inédito hasta ese momento, también hubo una sensación de cierre con Curvas de la vida (Trouble with the Curve, 2012), la primera película que lo tenía de protagonista bajo las ordenes de otro director desde En la línea del fuego (In the Line of Fire, 1993). El adiós se prolongó durante muchos años, sus dos últimas apariciones frente a la cámara con La mula (The Mule, 2018) y Cry Macho (2021) sí presentaban a un hombre agotado, pero con una solidez narrativa intacta como director.

Eastwood evitó hacer entrevistas por Jurado N°2 (Juror No.2), salvo una que se conoció el 10 de diciembre para la publicación anual The Metrograph, en una edición en papel que solo se adquiere comprándola en la página web del medio. Al momento de la salida de este texto ningún héroe o heroína la compartió digitalmente. Tampoco el hombre de 95 años y 43 películas decidió asistir al preestreno, las causas se desconocen, sería lógico que, además de su movilidad reducida, la decisión del CEO de Warner Bros., David Zaslav, de estrenar Jurado N°2 solo en 40 salas en todo el territorio de Estados Unidos y en algunos países europeos (también de manera limitada) haya influenciado en no hacer el esfuerzo para pararse frente a un montón de fotógrafos, sonreír y como consecuencia ayudar -para colmo- a la intención de este odiador del cine en la continuidad de vender una falsa imagen como un salvador del estudio, cuando la realidad lo presenta bajo un retrato de un hombre encargado de acomodar números. En Latinoamérica la película directamente se estrenó en el servicio de streaming Max, sin ninguna proyección en pantalla grande, ni siquiera en festivales o en ciclos.

Eastwood regresa a la década de 1990, y no porque la historia de la trama se sitúe en ese período, más bien el camino al pasado está trazado por los thrillers y los policiales de un director maduro, sus personajes en ese tiempo no salían a la caza de delincuentes por las calles como en las década de 1970 y 1980, lo que hacían eran perseguir causas perdidas contra el sistema, encarnada en instituciones y figuras; desde la Justicia hasta el presidente de Estados Unidos, en el medio también hubo tiempo para un paseo por Savannah que lo depositó en otro tipo de sistema: en uno de costumbres, tradiciones y mitos expuestos por la presencia de un extranjero. También Robert Kincaid es un foráneo aparecido para trastocar una tradición: la del matrimonio, cuando conoce a Francesca en Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995).

Su Luther Whitney en Poder absoluto (Absolute Power, 1997), un ladrón de guantes blancos que vuelve a la acción después de hibernar un largo tiempo, presencia el asesinato de una mujer por parte de unos agentes del Servicio Secreto, ella era la amante del presidente de Estados Unidos, interpretado por un cínico Gene Hackman elevado al máximo. A pesar de ser un profesional sin falencias es a la vez un pésimo padre, ambas facetas se le cruzan porque no tardan demasiado en descubrir que estuvo en la escena del crimen, el plural es porque sus depredadores son el Servicio Secreto y la Policía de Washington. El guión del enorme William Goldman camina con absoluta seguridad por la cornisa del verosímil, probablemente el momento de mayor riesgo está en el desenlace con la explicación de Luther al millonario y viudo Walter Sullivan (E.G. Marshall), el marido de la víctima. Lo importante está en la idea de cómo un hombre desconocido y un fantasma a los ojos de la policía descascara un sistema y -de la misma manera en que gran parte de la filmografía de Eastwood- hay un costo para un personaje ajeno a una dinámica que, en apariencia, funciona. Para Luther hay un peligro porque su hija es un blanco para los que están tras él, incluso Harry Callahan pagaba un precio por sus métodos para atrapar delincuentes, si vemos a lo largo de la saga Harry, el sucio (Dirty Harry, 1971) sus parejas de trabajo pierden su vida o sufren algún tipo de castigo.

Es en Crimen verdadero (True Crime, 1999) donde Eastwood hace la apuesta más fuerte en cuanto a las críticas a un sistema porque apoya su dedo sobre la grieta de la pena de muerte. Un hombre afroamericano acusado por el asesinato de una cajera en un mercado es condenado a inyección letal, él clama ser inocente pero el jurado que lo halló culpable no dudó de los hechos presentados. De manera azarosa, el veterano periodista Steve Everett (Eastwood, quién más) recibe la tarea de entrevistar a ese condenado a muerte para una nota de “interés humano”, como le indica su editor (Denis Leary). Lo cierto es que Steve es un profesional en la lona de su carrera, tras militar la defensa de un acusado de ser un violador serial (que resultó ser culpable) debió huir de la ciudad y de un trabajo bien pago. La última oportunidad la encontró en un diario de menor tirada haciendo el trabajo de un pasante o de al menos un novato. Sin embargo, en esta nueva entrevista es que se le presenta la verdadera nueva oportunidad, la de redimirse profesionalmente y sentirse útil. La vida privada de Steve, como no podía ser de otra manera, también es un desastre con un matrimonio en búsqueda de una sanación tras una infidelidad de él. Desde la escena inicial hay un camino sin retorno para este macho conquistador serial, tanto en su vida conyugal como en su búsqueda por la verdad hay un instinto predatorio.

El desenlace de Crimen verdadero ofrece para el espectador un alivio sobre la presunción de inocencia habitada en el condenado a muerte porque en un flashback se termina de armar el rompecabezas del crimen con una pieza faltante. La gran crítica de Eastwood al sistema está en todo lo sucedido en el medio antes de llegar al fatídico día de la puesta en práctica de la sentencia: en la defensa pobre del acusado, en los testigos y hasta en la fiscalía ávida por logar un número de condenas. El prólogo deja un manto de duda, sabemos que Steve logró su redención porque al menos la historia periodística de todo el asunto salió a la luz, lo que resuena en una ambigüedad es el éxito de una justicia, precisamente si la redención humana del sistema se pudo cumplir o no.

En Jurado N°2 hay un regreso al Eastwood del thriller de su etapa 1990 que supo edificar al margen de otras corrientes que circulaban en paralelo, el caso de la vertiente erótica con Bajos instintos (Basic Instinc, 1992), Sliver (1993) o Jade: la piel del deseo (Jade, 1995), entre muchas otras. La piedra angular de las películas de Eastwood con héroe accidentales estaba, como se dijo, en las críticas a diferentes sistemas, por supuesto todas sus películas pueden seguirse en la mera superficialidad del entretenimiento, es decir solo prestándole atención a la sucesión de imágenes, situaciones y acontecimientos narrativos, lo cual no indica una lectura menor en absoluto, solo que el cine de Eastwood ofrece otras dimensiones más allá de lo perceptible en un primer plano.

Un hombre, a punto de ser padre, es llamado para ser jurado en un juicio por asesinato en primer grado. Su primer objetivo es zafarse de la responsabilidad de tal convocatoria, lo que resulta también un primer intento de reflexión por parte de Eastwood sobre el sistema porque casi nadie quiere estar en esa situación, y poco tiene que ver con la idea de lo que significa decidir sobre la vida de una persona, en el caso de un acusado de asesinato es literalmente decidir si es condenado a la inyección letal o es absuelto, la realidad es que el motivo radica en la interrupción de la vida cotidiana de un jurado y en como eso repercute en otros sistemas: el laboral, el familiar, etc. Nada de esto termina una vez que un grupo de doce hombres y mujeres son seleccionados para ser jurados, al contrario, se acentúa porque el tiempo apremia y, más en Estados Unidos como cuna capitalista donde cada minuto es equivalente a tantos dólares ganados o perdidos, según el punto de vista.

Para el protagonista, Justin Kemp (Nicholas Hoult), el retorno de un pasado aparentemente cerrado se hace carne cuando los alegatos del caso coinciden con una noche en particular, en su vida representa el momento en el que estuvo a punto de recaer en el alcoholismo tras parar en un bar al costado de una ruta, en el caso son los momentos previos del asesinato de una joven después de pelear con su pareja a la vista de todos. Su cuerpo fue hallado en las cercanías y todo parece indicar que el autor del crimen fue su marido, en la cabeza de Justin las piezas se arman de manera diferente: después de evitar sucumbir con un trago de whisky (el que dejó sin tomar un sorbo) partió del lugar con su camioneta en el medio de la tormenta de regreso a su casa, a los pocos metros embistió a un ciervo (o eso creía) pero todo parece indicar, en tiempo presente, que a quien verdaderamente chocó fue a la joven, la víctima del asesinato señalado por la fiscalía. En esto último hay una coincidencia, lo que es cierto es que el señalado como asesino no parece ser tal, solo Justin Kemp (el jurado número 2) es el que sabe la verdad.

Eastwood plantea el dilema bien al principio, el protagonista tiene el último mosaico que completa el caso, la fiscalía tiene a su favor a un acusado con un pasado violento contra su pareja y una situación de pelea previa con muchos testigos, la defensa solo apuesta a un clamor irrestricto de inocencia. No hay posibilidad de confesar el hecho restante para completar toda la línea cronológica sin que este jurado número 2 pague con un tiempo en prisión. El único personaje, además de él, que conoce esto es su mentor en Alcohólicos Anónimos (quien además es abogado), en una pequeña pero luminosa participación de Kiefer Sutherland. Tampoco existe la posibilidad de un juicio nulo, ya que abriría la posibilidad de una nueva investigación en la que tarde o temprano se llegaría a él, algo que se demuestra más adelante en la trama. La construcción del caso figura en la lista de señalamientos por parte de Eastwood como incisuras en un sistema, que puede resultar perezoso ya que solo se dejaron llevar por el automatismo ofrecido por los antecedentes del acusado, sin advertir otras posibilidades.

Si volvemos al dilema de Justin, ante el descarte de provocar un juicio nulo, solo le queda la opción de torcer la tendencia de sus demás colegas jurados, los cuales todos (o casi) ven al acusado como culpable, incluso antes de empezar el proceso judicial. En los casos de asesinato, el concepto de duda razonable pone de relieve una cornisa de objetividad difícil de sostener cuando se abren las puertas de los “if”, es decir de los “si” dubitativos de “¿qué hubiera pasado si…?” contaminados por los prejuicios sobre las personas. La conexión con 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957) de Sidney Lumet sobrevuela, allí la historia tejía un subtexto acerca de la condena de hierro establecida por el simple hecho de poner en el banquillo a un representante de una minoría, especialmente por trasladar la particularidad de un caso a una generalidad y de vuelta a una situación individual, por ejemplo: “yo conozco a los de su clase, son todos iguales”. En Jurado N°2 se piensa acerca de la genuina chance de cambiar, de torcer ese destino preestablecido que dirige a un hombre hacia la destrucción. En el acusado como un violento y maltratador de mujeres que está arrepentido y en el protagonista como un personaje que dejó atrás la autodestrucción para encarrilarse hacia una vida familiar, la coincidencia entre ambos está en que la oscuridad dejada atrás no se desvanece del todo.

Ciertas miradas sobre el rol del Estado, encarnizada en la figura de la fiscal interpretada por Toni Collette se evidencian fisuras igual de determinantes, partes equivalentes de un sistema falible y, al mismo tiempo, el mejor posible dentro del sostén democrático entendido en Estados Unidos. Es ahí donde la moral mezclada con el deber ser y la representación de la democracia ilustran un final inevitable, en ese plano y contraplano de miradas se explica todo sin mediar palabras.

Las lecturas de Eastwood sobre las reglas que rigen a un mundo podrían hacer dudar de esa ideología marcada por muchos como un hombre de derecha, incluso -para otros tantos más extremos- ultraconservadora. Sus películas, en su mayoría, parecen desplazarse en un camino opuesto porque la sensibilidad del anquilosamiento de los sistemas está en el carril contrario de la defensa de lo establecido y del status quo, más propio del Partido Republicano. Una explicación posible sería que Eastwood es un creyente del espíritu de los sistemas que conforman la democracia y es consciente, también, de que no hay forma de evadir las fallas humanas.

Jurado N°2 es un regreso al Eastwood del trazo invisible, de la narración más virtuosa que repiquetea en los pensamientos posteriores, en un camino reflexivo sobre lo visto, también ahí hay un nado a contracorriente del mundo actual atrasadísimo en lo efímero y circunstancial. Que esta “última película” se convierta en la “anterior” de Eastwood, pronto.

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