Cónclave: el thriller como atentado a la razón.

Nota co-escrita con Alvaro Fuentes Lenci: https://m.peliplat.com/es/member_center/12757069

Cónclave es una película para las comunidades que no conocen el catolicismo, casi una película destinada a explicar a los no católicos lo que significa el Vaticano que, para el caso de los italianos, está a la vuelta de la esquina. Bastan unas pocas secuencias para comprender cómo las liturgias milenarias de la Santa Madre Iglesia Católica son abrazadas por una mirada que queda fascinada por ellas y las experimenta como profundamente extrañas, exóticas y misteriosas. El papado como un misterio a resolver, al menos para aquellos que no tienen una infancia transcurrida en los campos del oratorio, con monaguillos y una cultura tan injertada e inervada por el catolicismo, como para dar por sentado y normal algo que es más bien digno de investigación e historia.

Toda la película sabe transformar una liturgia milenaria en una apasionante historia policial, sin renunciar al gusto por un gran relanzamiento: el misterio de cómo se construye poder político en la Iglesia Católica, una institución que respira política por ser tal vez la más antigua sobreviviente de la historia de ese arte milenario para muchos filósofos inherente al ser humano. El giro final, que resultó ser lo más polémico de la película, introduce la idea de que el atentado político ya no se hace con bombas tradicionales, sino con bombas simbólicas como la lucha por los reconocimientos identitarios, en todo su amplio espectro de posibilidades actuales. Parte de la astucia narrativa del film se la debemos, no sólo a su director Edward Berger, sino también a los ingleses Robert Harris, una de cuyas novelas es la pieza en que se basa la película, y Peter Straughan, dramaturgo y guionista de Cónclave. En ese sentido, la nueva película del director alemán está en equilibrio perpetuo entre el cine de autor y Hollywood y en esto (y en Ralph Fiennes) reside su fuerza.

La obra contiene una identidad internacional, exactamente como el grupo de obispos cuya desventura narra. De hecho, detrás de Cónclave hay una producción internacional que, merece mención aparte, cuenta con la habitual e increíble directora de casting Nina Gold que ha seleccionado talentos increíbles de todo el mundo. El reparto es uno de los puntos fuertes, porque consigue dar profundidad psicológica y de carácter a los protagonistas. El nivel de los actores y actrices supera la media y en pasajes cruciales de la narrativa marca la diferencia entre una película comercial −como muchas otras− y una que lucha por un lugar en los Oscar.

¿Cómo no pensar en las diferentes luchas políticas que se desarrollaron en las democracias del mundo desde el 2015 entre candidatos elegibles?

Harris (como novelista consumado con una inclinación cinematográfica) comprende de inmediato qué componentes presionar para que la historia sea atractiva: las historias de detectives y la lucha por el poder. Estamos en el Vaticano, el Papa ha muerto y el decano cardenal Thomas Lawrence (Ralph Fiennes) está dispuesto a presidir un cónclave que promete ser muy enconado. Después de un papado increíblemente largo y bastante innovador desde el punto de vista litúrgico y teológico (las referencias podrían ser la de Juan Pablo II o, incluso, la de Francisco), la Iglesia se encuentra en una encrucijada: elegir a un heredero progresista como el cardenal estadounidense Bellini (Stanley Tucci) y continuar en el camino de una renovación profunda, o retornar a tradiciones más moderadas, opción esta última simbolizada por el cardenal canadiense Tremblay (John Lithgow). También existe la posibilidad de un término medio: elegir al primer Papa africano (Lucian Msamati), una elección trascendental que, sin embargo, esconde un candidato profundamente tradicionalista.

La novela de Harris, ciertamente, está inspirada en la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio al trono papal y la película sigue la línea de la elección del Papa Francisco, pero está tan sintonizada con las frecuencias políticas actuales que tiene un cuarto candidato que podríamos definir como populista de derecha, interpretado por un irresistible Sergio Castellitto: Cardenal Goffredo Tedesco, expresión de la conferencia episcopal italiana más rancia y tradicionalista, excelente orador, profundo conocedor de teología y capaz de catalizar los temores de quienes ven en la renovación una distorsión de la Iglesia. Es el candidato de la derecha populista, por definición: pragmático, rápido para los insultos, cínico, capaz de memorables chistes contundentes y comentarios silenciosos igualmente incisivos cuando fuma su cigarrillo electrónico rojo cardenal.

Las luchas de poder que vemos emulan muchas de las series de ficción política como House of Cards o The West Wing. La única diferencia es que todo sucede en un espacio sacralizado, aunque allí también todas las tramas se tejen en pasillos o en espacios ocultos a los ojos de los creyentes. Por supuesto, la película recorre un conjunto de dilemas morales en los cuales el decano tropieza con una larga serie de secretos que podrían comprometer a algunos de los candidatos. Y los dilemas políticos (nunca éticos) de realizar “carpetazos”: De ahí el dilema político, ¿revelarlos o no? ¿Investigar o mirar para otro lado? Algunos de los conflictos que deben acarrear los administradores del poder con el condimento de otro más profundo: Lawrence está experimentando una profunda crisis espiritual y el proceso agotador y a veces fratricida del cónclave corre el riesgo de destruir definitivamente su fe.

Entre otros antecedentes cinematográficos está El nombre de la rosa, no sólo por la cuestión de la intriga política, sino por la naturaleza detectivesca del relato: Lawrence es una especie de Guillermo de Baskerville, que a su vez es una variante de Sherlock Holmes. La primera escena de Cónclave, cuando el inminente canciller de la elección llega al lecho del fallecido Papa, su ojo observador de la escena (no del crimen, pero sí de los secretos del poder) se detiene en detalles como las actitudes de otros cardenales o los hábitos previos a su muerte del jefe de la iglesia. También está el sustituto de Adso de Melk, “Aldo” o Cardenal Bellini, dos buenas variantes del viejo y conocido Watson (notesé la sutileza fonética de los parentescos).

Hay una película de 2006, dirigida por otro alemán, Christoph Schrewe, titulada El cónclave. Narra la historia de la crucial participación de Rodrigo Borgia en el cónclave de 1458. Tampoco debe pasarse por alto La papisa Juana (Wortmann, 2009), otra película de mucha factura alemana, que cuenta la forma no prevista, y aún menos imaginada, en que una mujer se hace con el trono papal en la segunda parte del siglo IX (no se sabe fehacientemente si esto ocurrió o si fue un mito implantado a posteriori). También habría que volver a ver la serie de 2011 The Borgias, de una época pionera en el mundo de las series y Jeremy Irons en el papel protagónico. Materiales audiovisuales, todos los mencionados, que parecen ir siempre detrás del armado de elencos de alturas celestiales. Queda la pregunta de por qué hay tantos realizadores alemanes girando alrededor de la cuestión de la fe católica, cuando es un tema que goza de poca fama entre los cineastas contemporáneos: para ejemplificarlo, y antes de pasar a otra cosa, puede traerse Visión. La historia de Hildegard Von Bingen, de Margarethe von Trotta.

Con Cónclave, ante todo, estamos frente a una película que ya parece un clásico, probablemente porque presenta una manera de hacer cine a la que no estamos nada acostumbrados. Es una producción europea que se mueve con mimo y estudiada elegancia al tiempo que quiere dirigirse a un público lo más transversal posible en cuanto a edad, intereses y nacionalidad. De hecho, el título es casi de carácter documental para aquellos que ni siquiera tienen los conceptos básicos de lo que es un cónclave (quizás ni siquiera lo que es el papado), fenómeno que se vuelve intrigante y convincente por la ficción de misterio político que se construye a su alrededor. Hay un hombre muerto (el Papa) y nuestro atormentado detective no busca al asesino, sino al digno sucesor al trono del Vaticano.

El paisaje en el que transcurren los acontecimientos es particular y muy característico: masculinidad, patriarcado, liturgia y adultos mayores. Un escenario que hace aún más impredecible el desenlace final de la historia, dónde quiere terminar, porque presenta un contexto que parece inmóvil y en el que los cambios y el rechazo a ellos son menos evidentes. No se cae en el lugar común de los estereotipos. Mientras suspendemos nuestra incredulidad podemos tomar en serio a sus personajes trágicos e irónicos. Un cine que, aunque con algunas simplificaciones y cierto gusto por los golpes bajos, intenta contar un microcosmos religioso utilizando los tonos y estructuras más familiares para el público, como los del thriller y la ficción política de entretenimiento.

No debe olvidarse la participación de Isabella Rossellini, en el papel de la hermana Agnes. Ni bien empieza la película las escenas se dividen en las que muestran a los hombres del Vaticano y las que muestran a las mujeres de la misma institución. Parecen corporaciones de interés que ocupan distintos ámbitos y labores (unas más jerárquicas que otras, ya se sabe) de las instalaciones eclesiásticas. Algo similar se ve respecto a las procedencias de los cardenales, que cenan en una sala comedor compartida con los demás participantes del cónclave, pero agrupados en mesas afines en términos de nacionalidad: italianos con italianos, africanos con africanos, latinoamericanos con latinoamericanos, etc. Volviendo al tema de las mujeres del Vaticano, Agnes representa la lucha de un interés poco visibilizado dentro de la iglesia católica, pero que también existe.

Si bien fue una película leída como manifiestamente woke por los planteos contenidos en el giro final, existe la posibilidad de que el mismo no haya sido lo suficientemente comprendido: lo que parece a fin de cuentas proponer es que las nuevas armas de perforación política, más que proyectiles como el que se lanza contra las ventanas del Vaticano en plena jornada de elección, son simbólicas y, en particular en estos tiempos, de carácter identitario. ¿Se trata de un final con contenido progresista o de una señal de alarma, probablemente más conservadora de lo que se piensa, frente a nuevas formas de destrucción masiva de los tejidos simbólicos y culturales del mundo conocido?

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