Marv y Harry, dos hombres curtidos por la vida y con más de una noche en la cárcel, estaban en la calle de un vecindario de la ciudad. La Navidad, esa época de luces, regalos y familias felices, era para ellos un recordatorio constante de todo lo que les faltaba.
"Otra Navidad más, Harry," suspiró Marv, mientras se ataba los cordones de sus gastados zapatos. "Y otra Navidad más sin un centavo."
Harry, con los ojos inyectados en sangre, asintió con la cabeza. "Recuerdas cuando éramos niños, Marv? La Navidad era la peor época del año. Mamá nunca pudo comprarnos nada, y los otros niños se burlaban de nosotros por nuestros regalos hechos a mano."
Marv cerró los ojos y suspiró. "Yo solo quería una bicicleta. Una bicicleta como la de Billy Mitchell. Y tú querías un juego de soldados de plástico."
Ambos cayeron en un profundo silencio, recordando las Navidades de su infancia, llenas de carencias y resentimiento.
"Esta vez será diferente, Marv," dijo Harry con una voz llena de determinación. "Tenemos el plan perfecto. Esa casa está llena de regalos. Más de lo que podríamos imaginar."
Marv asintió con cautela. "Pero ese mocoso... Kevin McCallister. Dicen que es un diablillo."
Harry soltó una carcajada amarga. "Un diablillo, que nos va a querer dejar sin nada. Pero esta vez estaremos preparados."
Y así, con un cóctel de anhelo, resentimiento y determinación, Marv y Harry se dirigieron a la casa de los McCallister. A medida que se acercaban, la casa parecía brillar con una luz cegadora, una burla a su propia oscuridad.
"Cuando salgamos de aquí," dijo Harry, "tendremos todo lo que siempre quisimos."
Pero lo que no sabían era que esa noche, la Navidad les tenía preparada una sorpresa.
El viento soplaba con fuerza contra la ventana, sacudiendo las ramas de un árbol de Navidad cubierto de luces .
"¡Yo no soy el tonto aquí, Marv!" dijo Harry, frotándose las manos para entrar en calor. "Si no hubiera sido por tu estúpida idea de usar la escalera como puente, ahora estaríamos disfrutando de un buen banquete."
Marv lo miró con desdén. "¿Mi idea? ¡Tú fuiste el que pensó que podríamos desarmar la alarma con un clip!"
"Al menos lo intenté," replicó Harry, defendiéndose. "Tú solo te quedaste ahí parado como un idiota, mirando cómo se activaba la sirena."
La discusión se intensificó, cada uno recordando los errores del otro con una mezcla de resentimiento y humor negro.
"Y tú, ¿qué me dices de cuando intentaste abrir la caja fuerte con un destornillador?" preguntó Marv con una sonrisa burlona. "Casi nos electrocutamos."
"Eso fue un accidente," se excusó Harry. "Además, tú fuiste el que se quemó con la estufa al intentar hacer palomitas."
La discusión se volvió cada vez más absurda, con ambos hombres tratando de superar las anécdotas del otro. Recordaron las veces que habían sido capturados por la policía, las casas en las que habían sido sorprendidos in fraganti y los planes que habían fracasado estrepitosamente.
"Recuerdo cuando tenía siete años," comenzó, su voz apenas un susurro. "Le escribí una carta a Santa Claus. Le pedí un juego de trenes. Era todo lo que quería."
Harry, sorprendido por la vulnerabilidad de su compañero, lo miró fijamente.
"Y... ¿qué pasó?" preguntó suavemente.
Marv tragó saliva. "Nunca lo recibí. Mamá me dijo que había sido muy malo ese año y que Santa Claus no traería regalos para niños desobedientes."
Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. "Pasé toda la Navidad escondido en mi habitación, llorando. Odiaba a Santa Claus."
Harry se quedó sin palabras, comprendiendo el profundo dolor que Marv había experimentado. Se acercó a su compañero y le puso una mano en el hombro.
"Lo siento, Marv," dijo con sinceridad. "Nadie debería sentirse así en Navidad."
Marv asintió con la cabeza, limpiándose las lágrimas. "Sé que suena tonto, pero esa Navidad marcó mi vida. Desde entonces, siempre he sentido que la Navidad era una farsa, una mentira para los niños buenos."
Harry reflexionó sobre las palabras de Marv. Ambos habían sido niños desilusionados, marcados por la pobreza y la falta de oportunidades. Pero Marv, con su recuerdo de la carta a Santa Claus, parecía haber sufrido una herida más profunda.
"Tal vez por eso robamos, Marv," dijo Harry, sus ojos nublados. "Porque queremos recuperar todo lo que no nos dieron cuando éramos niños."
Marv lo miró fijamente. "Sí, pero ¿a qué precio?"
"¿Te acuerdas cuando podías entrar a una casa sin que te viera nadie más que el perro? Ahora hay cámaras en todas partes, ¡hasta en los buzones!"
"Y esos malditos sensores de movimiento. ¡Antes podías entrar sigilosamente y llevarte lo que quisieras! Ahora, si te mueves un dedo, suena una alarma."
"¡Y los sistemas de alarma! ¡Un simple cable y ya estaba! Ahora tienes que ser ingeniero en electrónica para desactivarlos."
"Los jóvenes de ahora tienen todas las facilidades. Con sus computadoras y sus celulares... ¡Nosotros teníamos que usar nuestro ingenio!"
"¡Y esos malditos drones! ¡Antes podías escapar en un auto robado! Ahora te graban desde el cielo!"
"Ya nadie respeta el arte del robo. Todo es muy impersonal con estas nuevas tecnologías."
Y así ….. se aprestaban con gran sigilo a entrar en la casa donde los esperaba “un pobre angelito”....!!!!!
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