El cine y la música, como amantes en disputa, coexisten en una relación que es tanto romántica como conflictiva. Mientras la música se despliega en el dominio de lo abstracto, insinuándose y evocando emociones que se escapan a la lógica, el cine insiste en domesticar lo efímero, ordenarlo, narrarlo.
Hay que reconocerlo: quien se atreva a trasladar la figura de Bob Dylan al dispositivo cinematográfico se enfrenta a un ejercicio de osadía intelectual. Dylan no solo es un músico o un poeta; es un símbolo cultural, un prisma que refracta múltiples significados y cuya esencia se escapa a cualquier tentativa de categorización. A Complete Unknown (2024), dirigida por el bueno de James Mangold y protagonizada por Timothée Chalamet, busca capturar un momento crucial en su trayectoria: la transición de trovador folk a pionero eléctrico, un acto que redefinió los límites de lo aceptable dentro de la música popular y puso en tela de juicio las mismas nociones de autenticidad y traición.
La elección de centrar la narrativa en este período específico —que abarca desde su llegada, guitarra en mano, a un hospital en Nueva Jersey para visitar a un Woody Guthrie acompañado de Pete Seeger, hasta su clímax en el Newport Folk Festival de 1965— es una declaración de intenciones. Basada en el libro Dylan Goes Electric! de Elijah Wald, publicado en 2015, la película se estructura como una exploración de las tensiones artísticas y culturales que acompañaron su metamorfosis. Sin embargo, el relato también expone las limitaciones inherentes al género biográfico: al intentar encapsular una figura tan proteica, corre el riesgo de reducirla a una suma de anécdotas y tropos. Entonces, la propuesta de la película de Mangold, es seguir estos orígenes hasta su polémica presentación en el festival. Donde con una Fender Stratocaster en manos y una actitud desafiante, Dylan revolucionó la escena folk, generando reacciones encontradas que iban desde la ovación entusiasta hasta el reproche más acérrimo.

Mangold opta por un enfoque que equilibra la recreación histórica con una narrativa clásica, sacrificando, en el proceso, la posibilidad de un tratamiento más audaz que dialogara con la ambigüedad intrínseca de Dylan. En este sentido, la película se siente menos como un espejo de su protagonista y más como un intento de domesticar su mito.
El género de la biopic musical, con su proliferación reciente, se ha convertido en un laboratorio de estandarización narrativa. Desde la Bohemian Rhapsody de Bryan Singer estrenada en 2018, pasando por la Rocketman de Dexter Fletcher de 2018, y hasta el Elvis de Baz Luhrmann de 2022, estas películas tienden a repetir un esquema casi litúrgico que incluye la consagración del artista, la crisis personal y la redención final, aderezadas con subtramas amorosas extremadamente innecesarias que suelen opacar el conflicto artístico. Es como si la excepcionalidad del protagonista debiera ser moderada por elementos de cotidianeidad para hacerla más digerible.
En A Complete Unknown, Mangold parece consciente de este peligro, pero no logra escapar completamente de él. Aunque la subtrama de Sylvie Russo, interpretada por Elle Fanning como una versión para la pantalla de Suze Rotolo (aquella artista novia de Dylan con la cual este sale en la portada de The Freewheelin' Bob Dylan) no domina el relato, su inclusión refleja una necesidad de humanizar a Dylan a través de relaciones personales que a menudo funcionan como atajos emocionales. Enfoque que, lejos de enriquecer el retrato, diluye las tensiones más profundas que definieron su carrera.

El problema de fondo radica en la incompatibilidad entre la naturaleza singular de Dylan y la estructura genérica de las biopics musicales. Intentar encajarlo en un molde narrativo preexistente es, en cierta forma, una traición al espíritu del artista. Dylan, con su rechazo a ser definido o poseído por las expectativas ajenas, merecía un tratamiento que rompiera con las convenciones del género y se aventurara en terrenos más experimentales.
El título, tomado de aquella “Like a Rolling Stone” que decía “How does it feel, how does it feel?, to be without a home, like a complete unknown, like a rolling stone”, funciona como un paratexto que encapsula el carácter esquivo de Dylan. Sin embargo, esta idea de "completa desconocidez" parece contradecir la intención del film de dotar al artista de una coherencia narrativa que, por definición, como ya he mencionado, escapa a su esencia.
En el reparto, Monica Barbaro ofrece una interpretación entrañable de Joan Baez, mientras que Edward Norton brilla como Pete Seeger, quien funciona tanto como mentor como crítico de Dylan. Boyd Holbrook, en el papel de Johnny Cash, se roba cada escena en la que aparece, aportando una fuerza carismática que resalta las limitaciones de Chalamet, cuya actuación se siente más como una imitación que como una encarnación.
La carrera de Mangold se caracteriza por su habilidad para moverse entre los confines del blockbuster y los terrenos más íntimos del drama. Desde Logan (2017) hasta Ford v Ferrari (2019), el director nacido en Nueva York ha demostrado una sensibilidad particular para explorar personajes que habitan en la intersección entre el mito y la vulnerabilidad humana. Sin embargo, en A Complete Unknown, esta destreza parece diluirse en un intento de equilibrar las expectativas comerciales (algo que bien ha sabido hacer) con una aproximación más “artística”.
El paralelismo con Walk the Line (2005), su anterior biopic musical, es inevitable. Al igual que en aquella, Mangold parece fascinado por la tensión entre el artista y su público, entre la autenticidad y la percepción. Sin embargo, mientras que la historia de Johnny Cash encontraba un anclaje emocional en su narrativa de redención, la de Dylan exige una fragmentación formal que Mangold no se atreve a explorar. Esto resulta en un film que, aunque competente, carece de la audacia necesaria para capturar la esencia disruptiva de su protagonista.
Uno de los grandes desafíos de la biopic musical es cómo abordar el tiempo, ese elemento esencial tanto para la narrativa cinematográfica como para la música. En el cine, el tiempo se comprime, se ordena y se manipula para servir a la estructura dramática, mientras que en la música fluye libre, puede expandirse o contraerse, ser cíclico o fragmentado. Esta tensión se acentúa en un género que intenta encajar la espontaneidad creativa en una cronología precisa, como si el arte pudiera explicarse a través de hitos y fechas. Las biopics no solo narran una vida, sino que la interpretan bajo las reglas de una historia lineal, olvidando que la creación musical a menudo ocurre en los pliegues, en lo no narrado, en ese instante que no tiene lugar en la lógica cinematográfica.

Con una duración que supera las dos horas y media, A Complete Unknown se convierte en un ejercicio de resistencia para el espectador. Mangold opta por incluir extensos números musicales que, aunque ejecutados con destreza, interrumpen el flujo narrativo y acentúan las limitaciones de la película para sostener su ritmo. Estos momentos, que buscan emular la experiencia de los conciertos de Dylan, terminan funcionando más como recreaciones que como elementos propiamente narrativos que den cuenta de la enunciación del dispositivo fílmico.
Chalamet, por su parte, se esfuerza en capturar los matices del Dylan músico, pero su interpretación carece de la profundidad emocional necesaria para sostener una narrativa tan extensa. Su Dylan se siente unidimensional, atrapado en una expresión perpetua de introspección que nunca evoluciona. Esto resulta particularmente problemático en una película que depende tanto de su protagonista para mantener el interés del espectador.
Y lo que empieza a suceder, conforme esas dos horas y media avanzan muy paulatinamente, es que en su intento de abarcar demasiado, A Complete Unknown sacrifica profundidad por amplitud. Al igual que muchas biopics musicales, se conforma con una estructura convencional que, aunque “funcional”, no logra trascender el marco genérico. Y de nuevo, esto es especialmente decepcionante en una película sobre Dylan.

¿Por qué insistimos en aplicar las mismas convenciones narrativas a artistas que, como Dylan, se definen por su resistencia a ser encasillados? La biopic musical, en su afán de universalidad, tiende a homogeneizar lo excepcional, privando al público de retratos más complejos y fieles a la naturaleza de sus protagonistas. En este sentido, A Complete Unknown es tanto un reflejo de las virtudes como de las limitaciones del género.
Es importante también señalar cómo esta película, a pesar de sus carencias, deja una pregunta latente: ¿puede el cine biográfico alguna vez hacer justicia a figuras que trascienden la temporalidad, como Dylan? Quizá la respuesta no esté en lo que se cuenta, sino en el cómo, en un estilo que sea tan fluido y mutante como el mismo objeto que retrata.
A Complete Unknown ofrece destellos de brillantez, especialmente en los momentos en que Chalamet logra canalizar la esencia enigmática de Dylan, despojándose de su frustrante carácter de adolecente molesto. Aunque infrecuentes, estas escenas ofrecen un destello del potencial que la película podría haber alcanzado con un enfoque más arriesgado. Sin embargo, la mayoría del tiempo, Chalamet parece más un espectador que un protagonista, incapaz de llenar el espacio que exige un personaje de tal envergadura.

Mangold es un director con indudable talento, pero aquí parece más interesado en satisfacer las expectativas del género que en subvertirlas. En definitiva, aunque visualmente lograda, la película carece de la audacia necesaria para capturar la complejidad de su sujeto. A Complete Unknown deja a Dylan, una vez más, como un misterio que el cine no logra desentrañar. Y de paso, expone una falta de audacia del cine para abrazar la anarquía inherente al proceso musical. Aquí, el cine se convierte en un archivista solemne cuando lo que se necesita es un cómplice rebelde.




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