Otra de las películas cuya historia me pone muy triste, y que su poster es la imagen más conmovedora que haya visto en el cine (un hombre senil abrazando a su mascota), es Umberto D (1952), un film del neorrealismo italiano.
Es una historia en la que la vida no tiene más sentido que el de luchar para poder sobrevivir, y donde reina la soledad y la indiferencia de la gente. Cada día es un difícil desafío que impide tener paz en los últimos años de la existencia, en la que se afronta la dura realidad de las condiciones paupérrimas de la clase proletaria.
Al ver la película, no se puede evitar ponerse en el lugar del señor Umberto, y sentir angustia al no saber qué hacer, a la vez que me pregunto porqué hay corazones tan duros, porqué nadie se compadece de tan precaria situación.
Mirando el contexto histórico, la posguerra no ha terminado con la injusticia social. Ya no vale salir a las calles a protestar, exigiendo a las entes gubernamentales, un aumento de la pensión de jubilación. Los manifestantes no son escuchados. La insuficiente pensión de jubilación no alcanza para vivir dignamente, y se convierte en un problema grave porque el adulto mayor no es aceptado por ningún empleador, ya que es discriminado por su edad, y se tiene el prejuicio que no es hábil laboralmente.
Por ende, en la etapa de la vejez se hace necesaria la solidaridad de otras personas, pero el señor Umberto carece de parientes y amigos.
A su arrendataria lo único que le interesa es el dinero, y sólo ve a sus inquilinos como una fuente de ingresos, y advierte que la renta debe pagarse en su totalidad, o sino debe marcharse.
El señor Umberto trata de conseguir algún dinero para ajustar el pago, ante la amenaza de desalojo. Entonces intenta vender su reloj a sus compañeros jubilados, sin obtener ninguna oferta.
Como un aliciente en medio de tanta soledad tiene a su perro Flike, quien lo acompaña a todas partes, y por el que se sacrifica, atendiendo sus necesidades, antes que las propias. Pero Flike no puede hacer nada por él, además de permanecer a su lado.
La empleada doméstica del inquilinato se ha convertido en la única persona que lo comprende, y con quien puede entablar una conversación. Sin embargo ella también tiene un gran problema, porque está embarazada, e ignora cuál de sus dos novios es el padre de su hijo. Así que no puede hacer otra cosa por el señor Umberto, fuera de confiarle sus asuntos.

La condición de miseria llega hasta tal punto que tiene que recurrir a la mendicidad. Intenta hacerlo pero no se atreve, y se frena cuando está en la calle viendo pasar a los transeúntes. Intenta también con Flike, sin obtener ningún resultado.

Cuando se está en una sin salida, cuando no se encuentra ninguna solución ni remedio, sólo queda la opción más drástica, la que pondrá punto final a todo: el suicidio. Con tal determinación, el señor Umberto debe asegurarse que su perro tenga una vida digna, pero al no poder encontrarle un hogar, decide que lo mejor es que se vaya con él.
Flike sigue su instinto de supervivencia, y teme a la muerte. Pero su dueño se siente incapaz de dejarlo a la deriva en un mundo hostil, y opta por cancelar su aberrante idea.
Cuando se alejan ambos por la calle, queda una sensación de incertidumbre, dejando la incógnita de ¿qué será de ellos?, ¿cuál será su destino?.
Este drama también me ha permitido reflexionar sobre mi vida personal, y me cuestiono si llegaré a una edad avanzada. En tal circunstancia, ¿qué será de mi futuro?, ¿estaré sola?, ¿seré también olvidada por la sociedad?. Por ahora hago lo que esté a mi alcance, y encomiendo mi destino a Dios.
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