No soy particularmente fan de Bong Joon Ho, aunque reconozco que tiene esa obra maestra llamada Memorias de un asesino (Salinui chueok), un camino por el género policial que el director no volvió a tomar en su carrera, más interesado en la sátira con apuntes sociales, incluso con la sátira por la vía de la fantasía. No soy fan al nivel de que no disfruté para nada el triunfo en el Oscar con Parásitos (Gisaengchung), una película sobredimensionada que encima se impuso a dos obras maestras absolutas como Había una vez en Hollywood (Once Upon a Time in... Hollywood) y El irlandés (The Irishman), seguramente el último año en el que el Oscar estuvo cerca de la grandeza (después no lo intentó nunca más). Tampoco soy muy fan de los premios como gestos, así que eso de reconocer al surcoreano por encima de Scorsese y Tarantino, que ya eran consagrados, no me importó en lo más mínimo. Con todo este bagaje igualmente me acerqué a Mickey 17 (Idem), por un lado porque entiendo que Bong Joon Ho es un director atendible al que hay que seguirle los pasos, pero fundamentalmente porque me vendieron una comedia alocada sobre un tipo que, como en un videojuego, muere una y otra vez hasta que finalmente se empecina en no querer morir de nunca más. Para colmo el tráiler estaba ilustrado con Ain’t that a kick in the head, temazo absoluto interpretado por Dean Martin, de un momento de la cultura universal en el que la música tenía este grado de elegancia, pero a la vez de ocurrencia y picardía, de lengua popular. Por lo tanto fui a ver una comedia, I started a joke… para seguir en tono con la referencia musical. Y me encontré con otra cosa.

Eso que el tráiler mostraba a puro montaje, las sucesivas muertes del pobre Mickey, está en la película pero sin la precisión humorística del avance, sin el tema de Dean Martin y con un tono mucho más mortuorio. Eso insume los primeros minutos de Mickey 17, cuando conocemos al personaje y tratamos de entender el mundo que se retrata, que es una distopía sobre la humanidad queriendo habitar un planeta extraño y personajes sin nada que perder sometiéndose a un proyecto de clonación para convertirse en conejillos de indias. Ese es nuestro Mickey, en una interpretación un poco afectada de Robert Pattinson, como un pelele algo desdichado que perseguido por un peligroso mafioso decide someterse al experimento. Total, no tiene nada que perder por lo que morir constantemente no es un plan tan desatendible. Basada en una novela de Edward Ashton, la película parece querer reflexionar acerca de la identidad y del destino, de cómo torcerlo en caso de desearlo. Y lo hace durante un buen rato, sobre todo cuando Mickey 17 se cruza con Mickey 18, en un duelo de opuestos donde uno es más bonachón y el otro es mucho más reptil. Hay alguna idea interesante acerca de cómo más allá de ser biológicamente las mismas personas, no terminan siendo iguales porque hay algo indudablemente en el orden de las experiencias que modifica a cada uno. Por eso se escucha en algún momento que alguien habla de las diferentes personalidades de los Mickey. Sobrevuela una noción de lo humano en un sentido positivo del término, que se termina de definir con la última línea de diálogo de la película y que resulta muy agradable de escuchar. Bong Joon Ho corriéndose un poco del cinismo de Parásitos para aceptar la felicidad como una de las necesidades del ser humano a ser satisfechas.
Ya que mi relación con la película está un poco contaminada por la forma en que fue vendida a través de los tráilers, quiero decir para ser honesto que algunas cosas que se veían brevemente en el avance eran de esperar, como un tono farsesco pasadísimo de rosca. Vieron que los tráilers actuales suelen ocultar con esfuerzo aquello con lo que no quieren relacionar a la película. Pasa mucho con los musicales, y por ejemplo recuerdo los avances de Wonka (Idem), que ocultaban lo más que podían que se trataba de un musical. Bueno, Mickey 17 parece querer relacionarse más con la comedia negra, una forma del humor que tiene mucho más adeptos porque tiene un lazo más vital con el nihilismo contemporáneo, que con la farsa política en su forma más grotesca. Había algunas imágenes de Mark Ruffalo gritando y haciendo monigotadas, que daban la impresión de que la película podía llegar a ir por ese lado. Y definitivamente esto es así: ese mundo que retrata la película cuenta con una pareja de villanos, el matrimonio que interpretan Mark Ruffalo y Toni Collette, una pareja con una lascivia evidente y con placeres extraños como la constante alusión de ellas a las salsas. En el caso de Ruffalo, además, le suman unas prótesis dentales que le hacen hablar con un seseo muy particular, sumándole y sumándole capas de ridículo a un personaje que es el típico empresario fascistoide que busca el rédito económico por sobre todas las cosas. Son personajes despreciables y demasiado gritones, como fuera de registro de una película que es más de tonos apagados.
En este sentido es noble recordar lo mal que le sientan los personajes caricaturescos a Ruffalo, un actor que funciona mejor en un tono apagado o monocorde, o como opuesto de un personaje desaforado: por eso funcionaba tan bien como Bruce Banner en oposición a Hulk y a todo un mundo de superhéroes más grandes que la vida. Recordar por ejemplo su personaje de Pobres criaturas (Poor Things), donde Ruffalo estaba decididamente mal, aunque lo nominaron al Oscar, por lo que puede que el equivocado sea yo. Y ya que estamos hablando de decisiones extrañas de casting, lo de Toni Collette en esta película es definitivamente una mala elección: actriz que ha sabido estar bien en sus inicios pero que progresivamente fue decantando hacia un modelo de actuación crispada que no le sienta nada bien, sobre todo cuando sobre el final Bong Joon Ho le ejecuta un primerísimo primer plano que la deja en evidencia; nunca un rostro sobreactuó tanto. Por último hablar de Robert Pattinson, un actor que supo superar la instancia de galancito deshidratado en la saga Crepúsculo (Twilight) y convertirse en un intérprete de cine de autor, pero la comedia es un género que todavía le es esquivo, aunque hace sedimento en su personalidad una dosis de locura que en cualquier momento estallará. Recuerdo su participación en El rey (The King) de David Michôd, donde ingresaba casi en el último acto de película y ponía todo patas para arriba en un film que era puro engolamiento. Decisiones raras, entonces, que al menos terminan dándole un tono particular, imprevisible, a Mickey 17.

Cuando el tema de la identidad ya no va para ningún lado y la película ingresa en un grado de confusión extremo, Bong Joon Ho aprovecha la cuestión medioambiental para encontrar una suerte de clímax para la película, un rumbo final en el que los excesos de la deshumanización quedan expuestos en los personajes de Ruffalo y Collette. Las extrañas criaturas que habitan el planeta se amotinan y la lucha alcanzará alguna textura cercana al western. El director coreano tiene la pericia como para hacer que esos últimos minutos ganen en intensidad y misterio, aunque también resuenan a salida facilista para una película que termina esquivando sus temas más complejos y jugando el juego de los héroes y villanos. Hay algunas decisiones acerca de algunos personajes y un epílogo que intenta retomar el tono de comedia negra. A pesar de cierta grandilocuencia, Mickey 17 terminará quedando como una película bastante menor en la filmografía de Bong Joon Ho.
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