
El taller olía a aceite quemado y madera vieja. En un rincón, entre herramientas oxidadas y esquemas amarillentos de dispositivos que jamás se construyeron, Mateo Vargas—setenta y dos años, manos agrietadas pero aún firmes— intentaba arreglar un tocadiscos que llevaba décadas sin funcionar.
Sobre la puerta, colgada torcida, una placa de metal se desprendía: “El Halcón Veloz”. El nombre que alguna vez hizo temblar a criminales ahora sólo reunía polvo y telarañas.
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I. Los Héroes que el Tiempo se Llevó

Mateo ya no corría. Sus piernas, que antes atravesaban ciudades en segundos, ahora arrastraban los pasos con un crujido de rodillas gastadas. El traje azul y plateado —el mismo que lució en portadas de revistas— yacía guardado en un baúl, bajo tres cerraduras y una capa de naftalina.
Santa Inés del Monte era el tipo de pueblo donde los días se repetían como un disco rayado. Allí, nadie recordaba al hombre que había detenido el tren bala en '78, ni al que desactivó la bomba en el puente de San Lorenzo. El tiempo es el peor villano, pensaba Mateo mientras ajustaba el tornillo rebelde del tocadiscos. No te mata de un golpe, te va desarmando pieza por pieza.
A diez cuadras, Elena Ríos —antes La Centella— regaba sus plantas con la precisión de quien teme lastimarlas. Sus manos, que alguna vez lanzaron rayos capaces de freír circuitos a distancia, ahora palpaban la tierra con cuidado, buscando plagas invisibles.

—Las hormigas son peores que el Doctor Parásito— murmuraba, escupiendo al suelo como hacía con los villanos de antaño.
Elena no extrañaba las multitudes, ni los flashes. Extrañaba el silencio después de la tormenta, ese instante en que sabías que habías ganado. Ahora, el único enemigo era el reumatismo.
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II. El Reportero que Desenterró Fantasmas

Llegó sin avisar. Javier Márquez, veintipocos años, una grabadora barata y ojos hambrientos de una historia grande.
—"Mi abuelo me habló de usted. Decía que salvó al presidente en el '82"— dijo, mientras Mateo le servía un café que sabía a olvido.
—"Tu abuelo exagera. Sólo lo empujé para que no lo alcanzara un disparo"— respondió Mateo, pero una sonrisa se le escapó. Era la primera vez en años que alguien pronunciaba su nombre sin seguirlo de "¿quién?".
Javier no era como los otros. No quería fotos posadas ni frases para titulares. Quería la verdad bajo el mito. Y así, entre tazas de café frío, Mateo comenzó a hablar. De los vuelos nocturnos sobre rascacielos, de la vez que El Coloso le salvó la vida cargando un edificio en llamas, de cómo Sombra Nocturna los sacaba de prisiones con sólo un susurro.
Pero cuando mencionó a Los Guardianes, la taza de Mateo tembló.
— "Ese nombre no lo repitas"— dijo, y por primera vez, Javier vió miedo en los ojos de un hombre que alguna vez enfrentó meteoros.
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III. Lo que el Polvo Escondía
Javier investigó. Archivó recortes de periódicos con tinta borrosa, entrevistó viejos policías que bebían whisky para olvidar. Y descubrió un patrón:
- Sombra Nocturna: desaparecida en 2015. Oficialmente, "un accidente de tránsito".
- El Coloso: hallado muerto en su granja. "Ataque al corazón", decía el informe.
Demasiados accidentes para gente que sobrevivió a bombas.
Cuando confrontó a Mateo, el viejo héroe palideció.
—"El Arquitecto"— susurró, como si el nombre pudiera oírlos.

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IV. La Sombra que Nunca se Fué

El Arquitecto. El villano que juró venganza cuando Los Guardianes destruyeron su laboratorio en 1989. Un hombre obsesionado con el orden, que perdió a su familia en el derrumbe.
—"Creímos que murió en el incendio"— dijo Elena, cuando Mateo fué a verla tras quince años de silencio.
—"Sólo se estaba reconstruyendo"— respondió él.
Reunidos en la cocina de Elena, con el olor a albahaca mezclándose con el miedo, entendieron: los estaba cazando. Uno por uno.

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V. La Última Batalla (Sin Trajes, Sin Público)

No hubo discursos épicos. No hubo música. Sólo un almacén abandonado en las afueras del pueblo, donde El Arquitecto los esperaba entre planos de ciudades imaginarias.
—"Vine a terminar el diseño"— dijo, mostrando una pistola con el símbolo de Los Guardianes grabado en el cañón.
La pelea fué sucia, lenta, humana.
- Mateo esquivó balas como si sus rodillas aún lo obedecieran.
- Elena canalizó un último rayo —débil, pero suficiente— para freír el arma.
- Javier filmó todo, arriesgándose a morir por una historia que valía la pena contar.
Al final, fué el ingenio, no los superpoderes, lo que ganó. Mateo usó el bastón (el mismo que era un arma sónica) para hacer colapsar un estante sobre El Arquitecto.
—"No los maté rápido porque quería que supieran… que los había vencido"— tosió el villano, mientras la sangre le pintaba la barbilla.
—"Equivocado"— dijo Elena, ayudando a Mateo a levantarse—. "Moriste hace treinta años. Sólo no lo sabías."
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VI. Cuando los Héroes Vuelven a Ser Gente
La historia de Javier se publicó. Hubo conmoción, homenajes tardíos, un documental low budget. Pero para Mateo y Elena, lo importante fué otra cosa:
- Mateo colgó la placa de El Halcón Veloz en su taller, sin polvo.

- Elena plantó un árbol donde enterraron el arma del Arquitecto. Lo llamó "Memoria".
Y en las noches, cuando el dolor de huesos los desvelaba, hablaban por teléfono. A veces de villanos, a veces de tomates.
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Epílogo: Lo que Significa Ser Héroe
Javier guardó las cintas en una caja fuerte. Sabía que la verdadera historia no era la de los poderes, sino la de dos ancianos que eligieron pelear cuando ya no tenían nada que ganar.
Porque los héroes no se retiran. Solo cambian de batallas.

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