EL PODER QUE SONRÍE: La banalidad del mal de Arendt en dos escenas icónicas del cine 

En el cine, algunas de las representaciones más inquietantes del mal no provienen de monstruos o psicópatas descontrolados, sino de figuras tranquilas, educadas, que actúan con una convicción imperturbable de estar cumpliendo su deber. Esta es la idea que Hannah Arendt acuñó como "la banalidad del mal", al estudiar a Adolf Eichmann, el burócrata nazi cuya eficiencia contribuyó al Holocausto. Arendt describió cómo el mal podía residir no en la crueldad explícita, sino en la obediencia ciega, en la normalización de actos atroces desde una lógica interna que los vuelve rutinarios.

Dos escenas del cine reciente y clásico condensan este concepto de forma magistral: la escena del checkpoint en Civil War (2024) de Alex Garland y la apertura de Inglourious Basterds (2009) de Quentin Tarantino.

La sonrisa detrás de las gafas rojas: Jesse Plemons en Civil War

En Civil War, Alex Garland propone un Estados Unidos fracturado en una guerra civil ambigua. No hay bandos del todo definidos, pero sí una descomposición evidente del orden político y social. En medio de ese caos, seguimos a un grupo de periodistas que cruzan el país para entrevistar al presidente. Es en una parada, en lo que parece un control improvisado en una zona rural, donde ocurre una de las escenas más escalofriantes del filme.

Jesse Plemons interpreta a un soldado de lentes rojos, uniforme militar, piel clara y una calma casi pastoral. No sabemos de qué bando forma parte, pero sí sabemos a qué ideología obedece: un nacionalismo estadounidense excluyente. Él interroga a los viajeros, no con gritos o amenazas, sino con una cortesía inquietante:

"What kind of American are you?"
(¿Qué clase de estadounidense eres tú?)

Los mira fijo, los estudia. Frente a él, los personajes chinos mueren sin más. En cambio, Joel (interpretado por Wagner Moura) logra salvarse al decir que es de Florida. La burocracia del mal se manifiesta con brutal normalidad: bastan unos datos para decidir quién vive y quién muere.

Las gafas rojas de Plemons —elemento de diseño deliberado— intensifican su carácter amenazante. No hay histeria, no hay rabia, sólo cumplimiento de un deber nacionalista tergiversado. Su violencia es fría, metódica, justificada por un código interno que él asume sin cuestionar. Justo lo que Arendt advertía: los actos más atroces pueden venir de quienes no se sienten monstruos, sino funcionarios.

La elegancia del cazador: Christoph Waltz en Inglourious Basterds

La escena inicial de Inglourious Basterds ha sido ampliamente reconocida como una obra maestra del suspenso. Christoph Waltz, en el papel del coronel Hans Landa, llega a una granja francesa buscando judíos ocultos. El diálogo es largo, sofisticado, cordial. Landa toma leche, elogia la casa, ríe, pero cada gesto suyo está cuidadosamente calculado. Él también actúa desde una lógica burocrática: representa al aparato nazi con eficacia y orgullo.

"You are sheltering enemies of the state, are you not?"
(¿Está usted ocultando enemigos del Estado, no es así?)

Su tono es casi afable, su postura es refinada. Es un hombre que no necesita levantar la voz para infundir terror. Su poder reside en su control absoluto de la situación, y en su uso instrumental del lenguaje. La violencia, en su caso, no es ruidosa, sino elegante.

Reflexión final: Entre la elegancia y la monstruosidad

Ambos personajes —el soldado sin nombre de Plemons y Hans Landa— representan al “poder que sonríe”: figuras que nos recuerdan que el mal puede ser encantador, puede hablar suave, puede cumplir reglas. Arendt subraya que el horror no siempre se presenta en forma de locura, sino que puede ser ejecutado por personas que simplemente "hacen su trabajo".

Estas dos escenas, una reciente y otra ya clásica, encarnan la banalidad del mal de Arendt con una fuerza visual y narrativa impresionante. Nos muestran que en contextos extremos, la moral se desdibuja, y el cumplimiento del deber puede convertirse en su negación más perversa. El cine, al captar estos matices, no solo nos entretiene, sino que nos alerta: detrás de cada sonrisa educada puede ocultarse una maquinaria de violencia perfectamente racionalizada.

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