De mocoso a veterano: Mi viaje con "El Abogado del Diablo"

Cuando era chamo y me topé por primera vez con "El Abogado del Diablo", la verdad es que no le agarré la onda para nada. Me acuerdo que la película me parecía rara, oscura, como que no pasaba nada y los diálogos... ¡uff!, ni los entendía. El Kevin Lomax ese, el abogado joven y ambicioso, entrando en ese mundo de lujos y poder, para mí era solo eso: un cuento de cómo alguien se hacía rico. Las escenas fuertes, lo mal que se ponía Mary Ann, la esposa de Kevin, y las apariciones cada vez más creepy de John Milton, el jefe misterioso de la oficina, me dejaban una sensación de incomodidad, pero ni a palos conectaba las cosas. Lo que más me impactaba era la cara de Al Pacino, como un imán pero que daba miedo, pero su papel de diablo me parecía más un cuento de terror que algo con un sentido profundo.
Ahora, con las canas y los golpes que te da la vida, "El Abogado del Diablo" se me reveló como una película brutal que va mucho más allá de solo pasar el rato. Ya no veo solo la historia de un abogado que vende su alma; veo un espejo de nosotros mismos y las tentaciones que nos persiguen. Kevin Lomax ya no es simplemente un personaje que cae; es como la caricatura de la ambición sin límites, de querer que te reconozcan a toda costa y de creer que todo vale con tal de conseguir lo que quieres. Su subida rápida, lejos de ser un sueño, se vuelve una pesadilla, y la forma en que bota su ética, sus valores y, al final, a su gente por el poder, me da escalofríos de lo real que es.
La figura de John Milton, con ese Al Pacino que se la comió, es el centro de todo lo que ahora entiendo. De niño, lo veía como "el malo", el diablo tal cual. Ahora, lo veo como la tentación que llevamos dentro, esa voz que te endulza el oído y te dice que puedes tenerlo todo si estás dispuesto a pagar el precio. Milton no obliga a Kevin; solo le enseña el camino, le abre las puertas a un mundo de privilegios y lo deja elegir. Y es en esa elección, en la libertad de Kevin de caer en la soberbia y la plata fácil, donde está la verdadera tragedia. La película es un palo directo al sistema legal, a la corrupción, a la moral que se dobla y a cómo el poder puede dañar hasta las almas más puras. Eso de que Milton es el Diablo no es un cuento de brujas al final, sino una metáfora poderosísima de que el mal no siempre viene con cuernos y cola, sino con manipulaciones, con que te echen flores y con aprovecharse de nuestras propias debilidades.
Viéndolo bien, "El Abogado del Diablo" me enseña que la vida, igual que la película, está llena de detalles y cosas escondidas que solo el tiempo y la experiencia nos dejan ver. Lo que de carajito veía como un cuento simple, ahora lo entiendo como una reflexión profunda sobre lo que está bien y lo que está mal, y la pelea eterna entre el bien y el mal que llevamos todos por dentro. Me doy cuenta de que no se trata de evitar al diablo de afuera, sino de reconocer y darle pelea al diablo que tenemos por dentro y que nos empuja a tomar atajos y a cambiar lo que somos por el brillo que no dura del éxito.

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Marimarilyn
Marimarilyn
 · 06/06/2025
Me encantó cómo cuentas esa transformación personal con El Abogado del Diablo. Es muy potente cómo una película puede pasar de ser algo confuso o incluso solo “rara” en la juventud, a convertirse en un espejo profundo de nuestras propias luchas internas con el tiempo y la experiencia.
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