The Green Knight: un poema cinematográfico

Ver una película es sumergirse en otro mundo, con su propio ritmo, color y atmósfera. Ver The Green Knight es sumergirse en un poema, con su propia respiración, rugosidad y voz.

La historia comienza en una distante corte medieval, que se presupone que es la del Rey Arturo. Durante una Navidad es visitada por un extraño ente verdoso, que propone un juego: quien le decapite la cabeza en combate recibirá la misma suerte un año después. Gawain, el joven sobrino del rey, acepta el juego. Y esto termina siendo el impulso para más tarde realizar un viaje a través de diversas tierras, en donde se cruzará con todo tipo de personajes, entes y paisajes que de alguna forma lo irán desafiando.

No se puede escribir un argumento estructurado de esta obra ya que no pasa por lo lineal. Pasa por lo onírico, lo sensorial y lo erótico, en el sentido de la imagen más sublime. Es una de esas pelis que no tienen una sola interpretación o una trama aristotélica. Es una experiencia visual.

Tiene cierta lentitud hipnótica, acompañada de un guion brillante, un vestuario cargado de arte, escenografías hermosas y una fotografía exquisita. Y las actuaciones no se quedan atrás para nada. Dev Patel, Alicia Vikander, Barry Keoghan y Ralph Ineson, entre muchos más, destacan orgánicamente en sus interpretaciones.

No leí la obra original de Sir Gawain and the Green Knight, un romance métrico de finales del siglo XIV, que curiosamente J.R. R. Tolkien -el escritor de El señor de los anillos- tradujo y adaptó junto con un colega en su momento. Y no sé cuánto habrá tomado de ella el director, David Lowery. Pero sí puedo decir que se siente una obra muy propia. Y bajo el sello de A24 hay más que razones para pensarlo, ya que es una productora que se conoce por dar rienda suelta a la creatividad de sus autores.

Personalmente me impactó e inspiró y ya puedo decir que quedó marcada como una de mis películas favoritas, que sé que voy a volver a visitar y revisitar. Recomiendo acompañar a Gawain en sus travesías y dejarse llevar por este ensueño poético.

Por Alex Dan Leibovich