Hi Barbie! Wanna go for a ride? Jump in.
Barbie, el mayor ícono y exponente de la cultura pop de las últimas seis décadas reconoce a otros íconos y los referencia en su última película. Su directora, Greta Gerwig, es reconocida por el desarrollo de personajes complejos y para nada unidimensionales en sus obras. Ella comprende los matices de la experiencia humana, principalmente los propios de la experiencia femenina, y sabe plasmarlos en sus guiones hasta el punto de conmover y emocionar hasta las lágrimas a sus espectadoras.
Es atinado decir que Barbie es un universo en sí misma desde que irrumpió con su primera muñeca en el año 1959 y fue construyendo (no tan) lentamente su imperio a medida que avanzaban, pero también es cierto que la filmografía de Gerwig comparte rasgos estilísticos y narrativos más allá de sus protagonistas. Tanto Barbie como Little Women o Ladybird, se caracterizan por sus protagonistas atravesando un momento de cambios bastante abruptos, por lo menos un monólogo sobre la complejidad de crecer siendo mujer en un mundo hostil y un trabajo muy delicado alrededor de la relación madre-hija. En esta última obra de la directora y su co-guionista Noah Baumbach, uno de los recursos más explotados fue el gesto irónico de representar a la muñeca como un sujeto que no es humano pero tiene consciencia de sí misma y conocimiento de cultura general, historia universal y política internacional (no podemos olvidar el chiste sobre el fascismo y el control de las ferrovías o a Will Ferrell diciendo que la Barbie Proust estuvo muy alejada de ser un éxito en ventas). Si bien mantiene y expande los recursos narrativos tan propios del cine de Gerwig, este film se inserta de forma mucho más activa en la cultura pop de la cual forma parte.
En Barbie se pueden observar dos acciones que revelan el artificio cinematográfico y de la muñeca en su mundo en simultáneo: las citas a otras películas que signaron la historia del séptimo arte y la decisión de romper con la narración en tercera persona e interpelar abiertamente al espectador. Con una Helen Mirren como narradora hablándole a los realizadores o Michael Cera como Allan mirando a cámara con un crash zoom muy tarantinesco es posible dimensionar la variedad de recursos cómicos y técnicos utilizados para no perder la frescura de la historia.
De hecho, hay una multitud de bromas y citas intertextuales basadas en el mundo cinematográfico que ponen en evidencia una forma de comprender la pantalla grande como arte y parte de nuestra cultura. La primera y más evidente es la resignificación del monolito de Kubrick en 2001, Odisea del espacio con un grupo de niñas hallando a Barbie y transformando por completo su visión del juego y del mundo.

Otra fácilmente reconocible es la referencia a Matrix cuando la protagonista debe decidir entre un zapato de taco y una Birkenstock como significantes de Barbieland y el mundo real.

También el guión menciona que nuestra heroína está sufriendo un “flashback proustiano” cuando huele el olor a plástico de la caja y esta acción, al igual que el gesto repetitivo del protagonista de la novela de Marcel Proust En busca del tiempo perdido, evoca un recuerdo por accidente.

Otras más sutiles son referencias a la obra de Zack Snyder, repetición de planos famosos de Margot Robbie y parodias al estereotipo de hombre que basa su personalidad en haber visto El Padrino.


El argumento también se burla del giro de la comedia romántica que insiste en que una mujer solo devela su belleza ante los ojos del hombre cuando se quita las gafas y la necesidad de atravesar un momento de crisis existencial echada en la cama viendo Orgullo y Prejuicio. Su fin último, sin embargo, es problematizar y describir en general cómo las niñas comienzan a ceder a las expectativas externas y presiones sociales cuando llegan a la adolescencia y toman consciencia de sí mismas dentro de un mundo dispar e injusto.
¡Gracias Greta por tanto cine!
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