La Odisea de Llewyn Davis
por Gastón Siriczman

Desde la primera escena de Inside Llewyn Davis quedan claros los tempos y las atmósferas que viviremos junto a su protagonista. Nada bueno puede surgir detrás de esas canciones tristes, de esos colores apagados, de ese par de ojos cansados. A partir de ahí acompañaremos a Llewyn, un músico talentoso de los sesenta, sabiendo que detrás de cada puerta que abra se topará con un fracaso, un no o un desengaño.
Pero con los hermanos Coen no todo es tan lineal. Ellos disfrutan jugando con el espectador. Por un lado nos hacen empatizar con el protagonista, pero a la escena siguiente esa empatía se convierte en repulsión. En ese mismo juego irán plantando aquí y allá personajes y situaciones en el límite de lo verosímil y casi cayéndose del registro realista que vienen llevando. El resultado será que, en un efecto casi brechtiano, nos obligarán a tomar distancia.
Por supuesto que nada de esto es casual, la inteligencia de los Coen se traduce en puestas en escena y en recursos audiovisuales admirables.
Al igual que en muchas de sus películas, como "¿Dónde estás, hermano?" o "La balada de Buster Scruggs", la música es vertebral. Cada tanto, y a modo de los coros del teatro griego, escucharemos canciones completas que nos introducirán cada vez en el alma de Llewyn Davis.
Y luego están los actores y las actrices. Los Coen saben qué clavijas tensar para sacar de sus elencos registros extraordinarios. Empezando por Oscar Isaac y Carey Mulligan hasta apariciones breves pero magníficas de tipos como Ethan Phillips, Adam Driver, F. Murray Abraham o John Goodman.
Me debo un análisis largo sobre la relación entre John Goodman y los Coen. Ahí hay mucha tela para cortar.




¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.