Hollywood ama las historias que cuentan cómo las personas pasan de la pobreza a la riqueza.
Poco sabemos (tal vez ellos tampoco sean plenamente conscientes de ello) que su mayor éxito encaja en este molde narrativo convencional.
The Walt Disney Company, fundada el 16 de octubre de 1923 y que dentro de poco cumplirá su aniversario número 100, fue durante mucho tiempo una perdedora en los negocios. Quizás era tierna, pero no era un enorme conglomerado de medios que llegaba al puesto 53 de las empresas más exitosas del ranking de las 500 mejores empresa en los Estados Unidos.
Puede que sea difícil de creer, pero Disney no figuraba en la lista de los “Ocho Grandes” (los ocho grandes estudios que formaron los pilares de Hollywood). Durante la Edad de Oro de Hollywood, lo que entonces se conocía como Walt Disney Productions era una compañía independiente, la cual no logró ascender hasta la escala de "las más importantes" hasta la década de 1980. Ahora, por supuesto, puede reclamar su linaje real en ese panteón a través de 20th Century Fox, que era un miembro genuino de la liga original de los “Ocho Grandes” y que Disney adquirió en 2019.
Si estudias la historia de Disney, llegarás a la conclusión de que siempre tuvo sus parámetros definidos. Desde el principio se ha interesado por hacer entretenimiento familiar, especialmente animación. Sin embargo, un posicionamiento de mercado claramente definido va en contra de la expansión. Todo el mundo sabía en qué destacaba Disney, pero pocos, si es que había alguno, podían imaginar su futuro más allá del horizonte.

Un final feliz para cada episodio
Toda empresa exitosa tiene sus altibajos.
La historia de Disney tiene su cuota de éxitos y fracasos, pero que parecen extenderse como una serie, o una narrativa de formato largo en el lenguaje actual. Las luces en los picos son tan brillantes que ayudan a superar las dificultades. Por ejemplo, si en el futuro dramatizaran la historia de Disney, el primer capítulo probablemente debería terminar con el estreno de Blancanieves y los siete enanitos (1937).
Sería esclarecedor poder ver el crecimiento de Disney desde sus humildes raíces. Me refiero a la persona, el fundador de la empresa homónima. Hay que conocer a esta persona para comprender plenamente el siglo de triunfos de su empresa. Asimismo, hay que suscribirse más o menos a su filosofía para dedicar su carrera al funcionamiento de esta empresa.
Claro, Walt Disney (1901-1966) no era un hombre perfecto. Pero cuanto más leo sobre él, más respeto le tengo. Adoptó una estrategia de sentido común. Tomó riesgos audaces, pero no era el tipo de “visionario” que apuesta su casa en algo que no vale la pena.
Cuando decidió hacer el primer largometraje de animación de la historia, su hermano cofundador se opuso y sus pares de Hollywood se rieron de él calificándo la situación como "la locura de Disney". Pero a diferencia de alguien que nunca ha corrido una maratón pero quiere destronar al campeón mundial actual, en ese momento Walt había acumulado 11 años haciendo cortometrajes de animación. Conocía la artesanía y cómo innovarla; conocía el mercado y cómo expandirlo.
“Blancanieves y los siete enanitos” fue revolucionaria para el mundo exterior, pero para quienes trabajaron en el interior, el tiempo de trabajo en la obra debe haber parecido totalmente incierto. Por un lado, ¿qué pensaría el público al convertir la historia oscura y melancólica original en una historia feliz y alegre?
La segunda parte de Disney, por así decirlo, terminó aún más dramáticamente.
Walt no pasó una década construyendo miniparques. En cambio, viajo alrededor del mundo, observó las mejores cosas de los parques de atracciones existentes, y realizó algo completamente extraño para una persona de su edad y estatura: se enganchó a viajar en trenes pequeños. Sus compañeros podrían haber pensado que estaba listo para jubilarse.
Esas chispas dispares se fusionaron en un lugar llamado Disneyland, inaugurado en 1955. Recuerdo la primera vez que pisé este parque de California en 1986. Me transportó mágicamente a mi infancia. Es curioso, ya que mi infancia no tuvo nada que ver con el parque, porque la Revolución Cultural China (1966-1976) me privó por completo de cualquier conocimiento de esos clásicos infantiles. Entonces, lo que evocó en mí fue una infancia imaginaria, una infancia que nunca sucedió, salvo en mis sueños.
Cuando los cineastas me consultan porque quieren que sus historias se conviertan en atracciones de parques temáticos les pregunto: ¿Cuánto tiempo duararía el impacto de tu película? Una película exitosa crea un revuelo que dura durante unos meses, una serie exitosa puede durar una década. Si deseas que tu atracción abarque una generación, tendrás que atraer al menos a dos generaciones al mismo tiempo. En otras palabras, necesitas una franquicia, y no cualquier franquicia, sino una con un poder de permanencia extremadamente largo, para que la montaña rusa tenga vida propia.

La filosofía de Disney
Tuve la suerte de recorrer las instalaciones de Disney en el sur de California en 1988 cuando acompañé a un grupo de ejecutivos de la televisión china. Fue entonces cuando entré en contacto con el vasto reino más allá de los clásicos de la animación y los parques temáticos. Una tienda de souvenirs fue la que nos hizo detener y en ese momentó me puse a reflexionar: ¿Cómo se hace para construir una marca que pueda ser adoptada por personas de todas las edades y diferentes orígenes culturales cuya mercancía pueda alcanzar un brillo similar al del polvo de estrellas?
Sin saberlo, fue en ese momento cuando comenzó mi interés en la compañía, justo antes del renacimiento de Disney, cuando el CEO Michael Eisner la estaba dirigiendo y lograba llevarla hacia una nueva era dorada al producir éxitos taquilleros como “La Bella y la Bestia” y “El rey león". ¿A quién le importaba si no eran cuentos originales? Shakespeare invariablemente se basó en otras fuentes, pero fue su reescritura lo que hizo a sus obras grandiosas. Asimismo, el toque Disney hizo que sus versiones fueran totalmente distintivas de los originales, en este caso el cuento de hadas francés y Hamlet.
En pocas palabras, el enfoque de Disney destila cualquier fuente de material en exaltaciones de las virtudes comunes de la humanidad, es decir, el amor y la compasión, la bondad y la decencia. Al evitar una visión de túnel sobre un aspecto particular de la existencia humana, sus historias, o las versiones reempaquetadas de las fuentes, han ganado la capacidad de resonar en el público más amplio posible. En este sentido, Disney es todo lo contrario a "cool" porque lo cool generalmente invoca a las últimas tendencias. Pero cuando la mayoría de las modas pasan y se quedan más allá de su aceptación, las fantasías de Disney perduran.
Por supuesto, desde la perspectiva de la moda, las historias de Disney están pasadas de moda desde el principio. Pero es exactamente por eso que sus clásicos no tienen dificultades para pasar de una cultura a la otra. No importa el idioma o las costumbres, las religiones o creencias políticas, los orígenes étnicos o los colores de piel, mucho menos la edad y el género, uno siempre se sentirá cómodo viendo una de esas películas antiguas. Sí, están teñidas del color de su época, pero hay más atemporalidad que la mayoría de las adaptaciones “de moda” que pueden agradar a un grupo demográfico y ofender a otro.
Ahora hemos pasado de la era de buscar las cosas que tenemos en común a una época en la que se marcan nuestras diferencias. Ya sea desde un punto de vista artístico o sociológico, esto constituye un rico campo para el entretenimiento narrativo. Pero desde el punto de vista empresarial, contar una historia con un interés específico tiene valores comerciales muy diferentes a una que trascienda todas las fronteras sociales. Es un esfuerzo que vale la pena, pero probablemente no valga la pena invertir 200 millones de dólares.
Una vez le pregunté a Alan Horn, entonces presidente de Disney Pictures, sobre el enfoque de sus películas en el lado positivo de la humanidad. Respondió que los cineastas de Disney eran plenamente conscientes de las cosas terribles que suceden en nuestro mundo, pero toman sus decisiones sin ignorar el lado oscuro, sino a pesar de ello.
Horn dijo que solían encontrarse con guiones fantásticos que no se ajustaban a su marca y que muchas veces se lamentó al verlos escaparse de sus dedos. El remedio, al parecer, es crear o incorporar otras marcas propiedad de Disney pero no asociadas culturalmente con ella. Sería irónico poner el logo de Disney en una película de Quentin Tarantino, pero Miramax, administrada de forma independiente, prosperó en la casa del ratón. De manera similar, “El cuento de la criada”, posiblemente el mejor programa de Hulu, habría provocado desconcierto si se hubiera emitido en Disney+.
Bajo el liderazgo de Bob Iger, Disney creció muchísimo luego de adquirir Pixar, Lucasfilm y Marvel Studios. Sus ofertas se adaptaron cómodamente al edificio de entretenimiento familiar mucho más ampliado de Disney. Sin embargo, 20th Century Fox, ahora rebautizada como 20th Century Studios, con Searchlight Pictures como sello independiente, viene con todo tipo de géneros y franquicias. Puede complementar el marco de Disney al crear historias que exploren las aguas turbias de la dinámica humana.

Está en la naturaleza humana apoyar al pequeño; también está en el subconsciente de algunos querer ver caer al gigante. Ahora que Disney ha ido ganando poco a poco más mercado que sus rivales de Hollywood, su base de detractores crece. Pero si sigue el principio de sentido común de Walt, puede tener más victorias que reveses. La vitalidad de sus numerosas marcas se verá reforzada cuando muestren su destreza frente a las turbulencias de la industria y los peligros de la homogeneidad artística.
La marca Disney era amada en todo el mundo antes de que la compañía se convirtiera en un gigante de Hollywood. Cualesquiera que sean los giros y vueltas que surgieron, se han manejado con amor y cuidado. Lo mismo ocurre con aquellos consumidores que lo adoptan. Más que poder adquisitivo, han hecho una inversión emocional en todo lo que tenga su logo.
Entrar en su segundo siglo sería como ver la segunda temporada de una serie popular. Todos queremos que continúe por el camino de la grandeza, con variaciones y actualizaciones, pero sin desvios bruscos de su núcleo, que siempre ha sido despertar lo bueno, lo humilde y lo empático que tenemos dentro de nosotros.
Por Raymond Zhou

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