Nuevamente un biopic con la idea de alzarse con el Oscar a la mejor actriz. Jessica Chastain además de interpretar a la telepredicadora Tammy Faye, siendo la protagonista del film, es la productora de la película. Un director de encargo, Michael Showalter se hace cargo del rodaje, bastante mediocre, donde nada se profundiza, todo se mantiene alejado, entre capas de maquillajes y vestuarios. La puesta en escena, la dirección artística, tiene esa intencionalidad de crear una doble capa, una impermeabilización de la realidad. En cierta forma, la idea del film debe basarse en mostrar esos oropeles, esos cortinajes para:
1) convencer al espectador de que esta imagen es realmente atrayente para un público religioso;
2) buscar en esa escenificación los resquicios, para introducirse y mostrar la realidad de estas personas, sus verdaderos conflictos internos.
Showalter no consigue nada de esto debido a una realización plana, precavida, que no quiere entrar en los manejos de los grandes poderes (la política, la Iglesia, los medios de comunicación) para controlar el dinero, el poder y las decisiones de las masas.
Uno de los grandes defectos de "Los ojos de Tammy Faye" está en la descripción de Jim Bakker (Andrew Garfield) un telepredicador cuya imagen pulcra, su falsa fachada, le va encumbrando a la fama. Este ascenso lo hace gracias a su esposa, Tammy Faye, ya que en pareja empiezan a funcionar como mecanismo televisivo. El gran problema del guión está en que Jim apenas deja vislumbrar la debilidad de su cuerpo y su mente. Todo lo que se refiere a Jim Bakker sucede a través de los ojos de Tammy quien, en cierta forma, parece negarse a ahondar en los problemas de su marido. Serán su avaricia, su ociosidad, sus devaneos sexuales, su tendencia a la homosexualidad, lo que finalmente salga a la luz descomponiendo la imagen pública del telepredicador. Pero en la película Andrew Garfield no acierta con el drama: la fachada acaba siendo más poderosa que cualquier otra idea.
No es el caso de Tammy Faye, un personaje mucho más trabajado. Aunque también será el vestuario y el maquillaje el mecanismo que el director use para mostrar la evolución de la protagonista, Jessica Chastain logra desprenderse de su imagen exterior para mostrarnos la tragedia interior. Todo hay que decir que este logro es puramente interpretativo, ya que Michael Showalter no es capaz de salir de las convenciones del biopic al uso.
Chastain va transformándose, desde la adolescencia hasta la edad madura, manteniendo una entereza en sus ojos (que son los que expresan la sinceridad) y en su sonrisa (que finalmente es forzada con el maquillaje). Lo que más sorprende es la inocencia de Tammy, como si ella nunca hubiese sido plenamente consciente de los engaños a los que sometía a su público mientras ella se enriquecía. La interpretación es compleja, ya que, por una parte, se desarrolla en su faceta exterior (el maquillaje, las poses) y por otra, con los movimientos sutiles de su rostro, expresa el miedo a reconocer la falsedad de su imagen.
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