Hacía tiempo que no encontraba en mí la necesidad de saber más acerca de la historia de una película. Una necesidad corporal, de esas que parten del corazón, de parar la película y preguntarle a los actores/guionistas/creadores -cualquiera que fuese capaz de darme la respuesta- qué sucede detrás de todo. Una necesidad de que no termine. Los minutos avanzaban, en un jueves por la noche a la diez y y veintitrés, y yo miré la barra del contador en Filmin. De pronto, un susto. Solo quedaban diez minutos para que la película llegase a su fin. ¿Cómo? Pero en diez minutos no les va a dar tiempo a decirme que todo esto es de mentira y que en realidad sí sucedió. En realidad sí. ¿No?
Confieso que este trabajo conecta directamente con mi entraña por estar rodada en mi ciudad. Los paisajes, las calles, la lluvia tan característica de Donosti, es retratada por Alberto Gastesi de una manera tan personal y minuciosa, que diría que la propia ciudad se convierte en un personaje más. Y a pesar del temporal, siendo motor de la trama principal, los personajes nadan a través de las calles como si no les importara. Como si fueran parte de ella. Siendo. Sucede en la realidad lo mismo para los que vivimos aquí. La lluvia se convierte en parte de nosotros, del día a día. Jamás para la ciudad, acompaña en la rutina, como lo hace con Lara (Loreto Mauleón) y Daniel (Íñigo Gastesi).

No era mi intención traer esta película aquí. Ni siquiera supe que se trataba de una ópera prima hasta que cotilleando por diversas entrevistas que han hecho al equipo directivo y artístico, se trata efectivamente del primer trabajo largo audiovisual de Alberto Gastesi. Estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián y en Gijón, este drama con tintes de cine de autor supone la primera película de Vidania Films en coproducción con ETB.

La quietud en la tormenta (2022) es una historia de amor, de arriba a abajo. Una oda a la ciudad donde se graba, un verso de cariño a lo que permanece aquí a pesar de que sus ciudadanos partan lejos para luego regresar. Es el caso de Lara y Telmo, quienes tras haber vivido unos años en París, regresan a San Sebastián en busca de un piso para mudarse. En esa búsqueda y visita de un nuevo hogar, Daniel es el encargado de la inmobiliaria de darles el indicado. Pero otro plano temporal, anterior, nos desvela quiénes fueron en su pasado estos personajes. Y a partir de aquí: una historia de amor que no llegó a ser.
Un primer amor de juventud que no llegó a ser y muchas preguntas que quedaron en el aire escriben a poquitos esta pieza audiovisual. Dos jóvenes que se conocen un día de tormenta pero no hablan. El sonido del agua, cayendo, fuerte, aplastante casi, inunda el espacio que los acompaña, la salida de un conservatorio, esperando mientras se resguardan de la tormenta. Una historia de amor que, si me preguntan, me habría quedado a ver. Hubiese preferido dar pausa a la trama principal, a lo que seguramente podría ser categorizable como el “plano real” y ver, a través de una mirilla, de la lluvia, del ojo de una ballena varada, qué sucedió en realidad para que todo terminase. A raíz de este encuentro, Daniel recoge a Lara varias veces con su moto, va a buscarla a la salida del conservatorio en el que ella toca el violonchelo, pasean y observan la ciudad, desde lo alto. La ciudad es parte de su historia, de ellos, como lo son la lluvia y la tormenta. Se conocen a través de sus calles. Se preguntan dónde está la herida. Quiénes son. Comparten la ciudad y las tardes. Y antes de que nada pueda suceder -y habiendo sucedido todo ya-, la película retoma siempre el tiempo presente.

Resulta difícil a día de hoy imaginarse una historia así. Es cierto que a nivel temporal, la película no se sitúa en ningún año concreto, pero aparecen ordenadores y la ciudad viste como lo hace en la actualidad. Créanme que las tiendas son exactamente las mismas. Digo que resulta difícil imaginar la historia de Lara y Daniel en su plano anterior, en su pasado, cuando comienzan a conocerse sin saber nada del otro. A día de hoy, las redes sociales habrían destapado quiénes son, dónde viven, a qué se dedican y probablemente dónde estudiaron y también con quién. No sucede, sin embargo, quince-veinte años antes, en el momento en el que se conocen. De esta manera, la trama se estructura dividiéndose en dos planos a nivel temporal; uno presente en el que Lara y Telmo regresan a Donosti a buscar piso, y Daniel trabaja ya en la inmobiliaria de su familia; y uno pasado en el que todavía Lara toca el violonchelo y Daniel trabaja en el puerto de la ciudad.
Pero la trampa, el dolor que supone en mí y supongo que en todos los espectadores, está en ese pasado que -quizás- no fue. Cuando Lara y Telmo concretan la visita del piso, Daniel es quien les realiza la visita. Una mirada que de pronto, conecta con aquella tarde de tormenta en la que ambos coincidieron en tiempo y espacio. Una mirada que se repite pues, unos días antes, cuando una ballena varada aparece en la playa de la Concha, ambos se encuentran en la distancia, aunque ninguno de los dos dice nada. Y no es hasta el final del film, cuando parece que ambos planos, tiempo pasado y presente, se encuentran en la oscuridad de un piso vacío. Este es justamente el punto de partida para la creación de la película, tal y como aclara su director, Alberto Gastesi en una entrevista: «Me gusta aferrarme a esa primera idea física del espacio de un piso en venta, porque me gusta trabajar el cine desde lo concreto, los actores o los cuerpos, más que desde un interés en contar algo o transmitir una sensación». Es en este encuentro donde todo se tambalea pues parece que nada sucedió. Y aquí, el equipo directivo y los guionistas, deciden dejar en manos del espectador lo que pertenece al plano real, hasta dónde sucedió, cuánto queremos creer que llegó a pasar.

En este encuentro a la luz de la luna, bajo la tormenta una vez más, el tiempo se para. La película alcanza su punto más álgido de poeticidad, si cabe, pues todo es poesía aquí, desde la elección del blanco y negro y el formato 4:3 para narrar una historia pura, la colocación de la cámara, los planos fijos y contemplativos, el ritmo, etc. El encuentro de ambos parece anunciar el final de la historia, y ambos personajes acaban confesando haber tenido la necesidad de volver a ese lugar a buscar al otro. Se para un poco más el tiempo cuando él formula la pregunta: “¿a qué has venido?”. Y la repite. Busca respuestas de una vida que no llegaron a tener. Ella rehuye y dice que la luz de la casa estaba encendida. Y le obliga a confesar haberse dejado la puerta abierta para que ella pudiera entrar. Una necesidad corporal, de entendimiento, de querer saber qué pasó y porqué no funcionó. Me gustaría creer que todo lo que nos cuentan en el tiempo pasado llega a ser, que Lara y Daniel coinciden y se descubren el uno al otro durante un tiempo. Hay quienes no piensan lo mismo tras haber visto la película, que todo quizás es una imaginación de él, de todo lo que pudo llegar a ser si le hubiera dicho “hola”. Es quizás la escena más larga de toda la película, pero estoy segura de que si preguntásemos a sus espectadores, muchos de ellos coincidiríamos en que avanza a una velocidad indeseada. Porque termina, parece que llega para augurar el final. El ritmo, sin embargo, es pausado a lo largo de toda la película, no lento. Los créditos iniciales entran pausados, acompañando a las primeras secuencias. Cuando parece que han terminado de salir, acaba una secuencia y se muestran los últimos nombres que han conformado la película.

A nivel técnico, la fotografía de la película es quizás la joya de la corona, acompañada de una brillante dirección que coloca la cámara a la distancia justa. Es así como se introducen ciertos planos que, en lo personal, trajeron a mi mente tiempo del suspense. En la primera visita al piso, cuando a través de un plano travelling en ella vamos descubriendo la casa, sin ver nada más allá de sus ojos en ese largo pasillo. O el descubrimiento de que lo que permanece en la playa es una ballena varada, a través de planos fijos de los figurantes que la miran. Y un excepcional primer plano en zoom del ojo del animal.

En esa noche de jueves en la que decidí poner la película, me vinieron a la cabeza referentes cuando en la pantalla aparecían secuencias concretas. Quizás Eric Rohmer, quizás ciertas características de la nouvelle vague. Busqué en internet y encontré que Gastesi hablaba de lo siguiente: «No trabajo con referencias, pero claro que hay algo del maestro francés, pero también de Hamaguchi, de La ruleta de la fortuna y la fantasía. Como también de La noche, de Antonioni».
Dentro de todo este dolor que esconde la aparente calma, el uso del blanco y negro es fundamental. Despoja la trama de todo artificio, desnuda a los actores frente a la cámara y plasma la ciudad sin buscar ni recrearse en la belleza de la propia ciudad. Así, retratando sus calles en planos generales donde los personajes cruzan por el fondo, la ciudad tiene un halo de París, tal y como se suele decir. Un recuerdo de dónde vinieron los protagonistas, en contraste con dónde deciden quedarse. Pero a pesar de que por la propia belleza de los paisajes y las calles, la ciudad podría haberse filmado a color, lo cierto es que esto habría podido desviar la atención al escenario. De esta manera, el foco principal permanece en los actores, en el guión, en la historia, en lo que es importante.
Fuera de todo artificio y siendo el guión el máximo protagonista de la historia, la música también acoge un papel importante. Y se introduce, una vez más, no siendo un elemento añadido directamente a posteriori, en posproducción; lo hace a través del personaje de ella. Así, en el primer momento que una nota musical se escucha, se acompaña de un plano detalle del violonchelo que más adelante descubrimos que ella toca. Así, la música que al principio es diegética pues pertenece a la propia historia y los personajes pueden escuchar, acaba inundando el espacio sonoro de otras escenas y siendo, por tanto, extradiegética. A pesar de que en la actualidad no hay rastro del violonchelo de Lara, su pareja Telmo toca el saxofón en una banda de jazz, de manera que gracias a la propia historia, la música sigue siendo introducida sin artificio, de manera casi natural. «El jazz está presente por esta actitud de buscar un tono propio, que mezcle una narrativa de espacios, movimientos de cámara y un suspense creado por los ritmos y con un cine más improvisado: hay escenas con no actores donde no había guión. Estar siempre abierto a que los estilos se puedan mezclar y finalmente funcionen: ahí está esa voluntad jazzística». Es ahí, en el encuentro de jazz en el bar Altxerri de la ciudad donde Lara abandona el espacio para acudir al piso al encuentro con Daniel.

El miedo al paso del tiempo, la indecisión, el dejar atrás, el temor a no poder reescribir una historia, empezar a conocer y entender quiénes fuimos, etc. La quietud en la tormenta (2022) habla de todas estas cosas. Ahonda en los conflictos del querer pero también del amor propio, de la herida, del autoconocimiento y de la pérdida. Lara y Daniel tratan de conocer al otro sin saber ni siquiera cómo son ellos mismos ¿Eres feliz?, se preguntan a menudo. Tienes una herida, estás dolido, le dice ella a él. Y con el paso del tiempo, entendemos que todo lo que en esos primeros encuentros se esboza, acaba dibujandose de la misma manera en la actualidad. ¿Qué sucede cuando dos personas que se podrían haber llegado a querer se encuentran con el paso de los años? ¿Cómo son los ojos después de mucho tiempo? ¿Qué dicen? ¿Qué quieren contar?
Escojan un jueves de una noche lluviosa. Y dénle al play. La quietud en la tormenta (2022) está ya disponible en Filmin.
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