Con nuestras madres a cuestas: A propósito de Elena Sabe

Spoilers

Cuando decimos que los títulos son parte de la obra, nos referimos a que sea cual sea la producción artística, el título respondería a una lógica de vínculo indisociable con cualquier comentario a propósito de esta. Condicionante de lectura y de interpretación, opera en simultáneo con lo visto, leído o escuchado. En aquellos lenguajes o soportes que poseen temporalidad como la música, el teatro, el cine, etc. funciona incluso a modo premonitorio: Esperamos que suceda lo que se anuncia, esperamos corroborarlo o, al menos, encontrar esa metáfora. ¿Los ejemplos? infinitos.

En el film de Anahí Berneri (Un año sin amor, Por tu culpa, Alanís) tenemos información desde el título y es que Elena sabe. Tal como la novela homónima de Claudia Piñeiro que se está adaptando, se nos indica que Elena sabe algo, no sabemos qué pero algo sabe. También inferimos que si ella sabe, otros no y eso establece estatutos de poder, con lo cual: Elena tiene poder.

Con esa premisa vamos a sospechar en buena parte del film que Rita, su hija, fue asesinada. Iremos, comandados por Elena y su saber, buscando esclarecer el asesinato por varios motivos: Rita no salía los días lluvia por miedo a los rayos, la policía no quiere investigar a fondo, el cura de la iglesia tiene secretos y «sonríe demasiado», su pareja es un tipo raro, esa «clase de hombre que no sabe dónde está su mujer». Todas estas son cuestiones que pasarán por la mente de una madre en proceso de duelo, convencida de sus ideas.

Este es el espacio en el que mejor se mueve el largometraje, la búsqueda tenaz de una madre para encontrar a los culpables del asesinato de su hija y condicionar al espectador a mirar con ella, aunque no levante la mirada. Elena irá reconstruyendo y vivenciando escenas de su pasado durante ese proceso de búsqueda que poco a poco nos irá dando más información.

Sumado a esto, la narración se mueve al ritmo de Elena y de sus músculos endurecidos por el parkinson que complican absolutamente todo. Incluso sostener su propio razonamiento en el afán de encontrar la verdad que, como decíamos, se mezcla con su yo del pasado a través de recuerdos cada vez más vívidos. Conforme avanza el relato, sus elucubraciones –y las nuestras– irán perdiendo fuerza, y en línea con esto, la presencia Rita será cada vez más fuerte en la mente de Elena, incluso hasta verla interactuar en las situaciones que su madre se vea obligada a sortear.

Claro que al cabo de un tiempo, ya podremos inferir que nada de lo que Elena piensa es cierto y que Rita se colgó del campanario. Entonces el relato se construye y sostiene por el ritmo narrativo de un personaje que está equivocado y carece de pruebas para justificar sus actos; que de una tenacidad loable en pleno duelo, pasa a una tozudez enmascarada por la culpa. En consecuencia, el relato va girando y lo que era planteado a modo de suspenso con sed de venganza, se vuelve un drama incómodo que rompe la empatía que había establecido entre personaje y espectador.

Esa no linealidad temporal o reconstrucciones del pasado en simultáneo con el presente (que están también en la novela de Piñeiro) vendrían a ser la contracara del razonamiento de Elena, dado que allí vemos su rol como madre los días previos al suceso y, sobre todo, durante la adolescencia de Rita.

El golpe de efecto se confirma al final, aunque –como una enfermedad degenerativa– se venía anunciando: Rita no podía más con su madre a cuestas y las heridas internas que vaya uno a saber en qué momento se originaron, no fueron asistidas en tiempo y forma. Ojo, no hay pretensión moralista en esto: Los padres pueden volverse una carga para sus hijos y Rita no soportó esa presión. Sumado a eso, también son puestos en escena los mandatos religiosos, un embarazo adolescente, y acoso escolar, entre otras tantas instancias que estaban en juego en la vida de Rita, habilitando el suicidio como única salida de esa crisis. También podríamos preguntarnos cuánto hay de culpa en ella tras haber dejado su vida de lado para encargarse de su madre, incluso a sabiendas de un maltrato constante.

La religión católica y la Iglesia como institución movilizan todas las acciones de Rita, incluso su último pecado: el suicidio en el campanario. Tal vez la única manera de abrir los ojos del padre Juan, por quien estaba siempre atenta. De manera contraria, Elena desconfía de todo ese mundo, esto es marcado cuando trata de aconsejar a Margarita, una joven estudiante que le recuerda a Rita, aunque sus consejos no son escuchados.

El casting es el otro elemento a destacar, aunque se haya repetido bastante, está integrado por madres e hijas en los roles principales: Rita de adolescente es interpretada por Miranda de la Serna, hija de Erica Rivas, quien encarna a Rita adulta. A su vez, Mercedes Morán, Elena en la ficción, es madre de Mey Scápola, quien interpreta a Isabel, la amiga de Rita durante su adolescencia, ya adulta. Estos datos no son menores, ya que los parentescos fuera de la ficción, refuerzan un film que retrata las relaciones entre madres e hijas donde todo parece entrelazarse. A eso sumamos que es la propia Mercedes Morán es quien dobla a la joven Elena, reforzando la estrategia de “recuerdo” o “reconstrucción del pasado”, desde el presente de la ficción.

En el desenlace, durante el encuentro entre Elena e Isabel, esta última relata que la intervención de Rita y su madre para impedir que abortara implicó el nacimiento de una hija que ella no quería tener y ahora, veinticinco años después, no puede querer. Es en esa escena donde Elena rompe en llanto, y en una suerte de auto anagnórisis, se reconoce como una madre que no escuchó los reclamos de su hija y que terminó siendo una carga para ella.

Es elocuente el plano final en el que Elena renuncia al paraguas para ser alcanzada por la lluvia en un acto de redención total que lava, literalmente, las culpas. Nuevamente la lluvia como protagonista, testigo de la muerte de Rita y ahora de la salvación de su madre.

Al fin y al cabo, eso que Elena “sabe” toma otro carácter y más que certezas trae preguntas que rodean al film, pero también al espectador. Lo cierto es que Rita se colgó del cuello, nexo entre el corazón y la cabeza –el sentir y el pensar– también quebrado en su madre que no la levanta, un poco por enfermedad y otro poco por necedad.

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