La Zona de Interés: una mirada elegantemente experimental sobre el Holocausto

“Reconocer al matrimonio Höss como seres humanos fue una gran parte de lo terrible de todo este viaje de hacer la película, pero seguí creyendo que, si podíamos hacerlo, tal vez nos veríamos a nosotros mismos en ellos”, confesó el director en entrevista con The Guardian. “Para mí, esta no es una película sobre el pasado. Se trata de tratar del ahora, de nosotros y de nuestra similitud con los perpetradores, no de nuestra similitud con las víctimas”.


Si hay otra película que captó mi interés, además de Poor Things, Anatomía de una Caída y Vidas Pasadas en esta entrega de los Globos de Oro, sin duda lo fue La Zona de Interés.



La zona de interés que dirige y escribe Jonathan Glazer, el director de nuestra película, es, a primera vista, una historia sencilla y doméstica. A un padre de familia muy trabajador le dan un nuevo puesto en el trabajo que le alejará del hogar que ha establecido con su mujer y sus cinco hijos, y del que ella, a pesar del daño potencial a su relación, no desea mudarse. Pero si se añaden algunos espacios en blanco, el tono cambia radicalmente. El hombre es Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, y la casa a la que su mujer, Hedwig, se ha encariñado tanto es la que comparte un muro de hormigón del jardín con el campo de concentración de la Polonia ocupada en el que fueron encarcelados 1,3 millones de hombres, mujeres y niños, en su mayoría judíos, de los cuales 1,1 millones serían asesinados metódicamente.

Rodada principalmente con cámaras ocultas, La Zona de Interés (el término característicamente neutral utilizado por los nazis para describir el área inmediata alrededor del campo de concentración) se concentra en la vida doméstica de la familia Höss (Rudolf, su esposa, Hedwig, y sus cinco hijos), cuya casa se encuentra justo fuera del perímetro del campo de concentración; el horror en su interior se sugiere en destellos de chimeneas humeantes, pero, lo que es más inquietante, se lo siente a través de un paisaje sonoro ambiental casi constante de ruido industrial, gritos y llantos humanos. La familia celebra cumpleaños, organiza pícnics junto a la piscina del jardín y, en camas separadas, recuerdan su pasado y planifican su futuro. Esforzándose así el matrimonio Höss, para construir una vida de ensueño para su familia.


Lo que me transporta inmediatamente a un comentario del director al visitar Auschwitz por primera vez para el rodaje (¡sí, la película tiene lugar en la ubicación real de los hechos! es más, el equipo Glazer recreó meticulosamente la villa que allí vivió la familia Höss durante casi cuatro años); al entrar al campo y mirar el muro desde el otro lado trataba de imaginar lo que los prisioneros debían haber oído, específicamente dijo, “no hay duda de que habrían escuchado felicidad y alegría mientras los niños Höss reían y chapoteaban en la piscina. La película se convirtió en la proximidad del horror y la felicidad, cómo el paraíso de una persona es el infierno de otra".

A diferencia de otras películas sobre el Holocausto, La Zona de Interés se centra en los perpetradores más que en las víctimas, obligándonos así a ver a los ojos a los monstruos de debajo de nuestras camas y dejar que se les derrita su piel para mutar y descubrir que, aunque no lo creamos, éramos nosotros mismos. La cámara nunca se desvía más allá del muro que separa el jardín del comandante del propio campo. Sin embargo, la música, los sonidos, nos hablan de aquello que se esconde tras cada bloque de hormigón, cada grito ininteligible y los llantos desaforados, mezclados e intentados acallar por sonidos de pájaros cantores nos dejan entrever (y a los personajes, no nos dejemos engañar) el precio de la inconsciencia y del egoísmo; más importante aún, nos hablan de los peligros de la insensibilización, seamos hijos de una familia de ultraderecha o televidentes de una película sobre ella.

La película está nominada a tres categorías en estos Globos, la de Mejor banda sonora para cualquiera que haya visto la cinta debe sonarle a justicia divina, ya que si bien no nos muestran ni una sola escena de violencia física el filme nos lo deja imaginarlo, la historia se cuenta sola desenvolviéndose a través de los sonidos e incomoda, incomoda muchísimo. Resulta hasta paranoico.

Sandra Hüller (Anatomía de una Caída) como Hedwig Höss: "Nunca planeé interpretar a alguien como ella".


Al seguir leyendo sobre la cinta, algo que me llamó mucho la atención fue su particular modo de rodaje, por destacar un aspecto, lo es brillantemente protagonista la normalidad de la pareja que logra ser transmitida en una serie de escenas que a veces fueron escritas, a veces improvisadas y filmadas con pequeñas cámaras estáticas escondidas por toda la casa y el jardín. Los actores no sabían exactamente dónde estaban colocadas las cámaras. Glazer y su equipo permanecieron distraídos en todo momento, observando los resultados en un banco de pantallas en un edificio separado. Sin embargo, este innovador modo de la mano de Glazer fue explotado por primera vez en Under The Skin, su no menos memorable primera película; en aquel film de ciencia ficción –donde Scarlett Johansson interpretaba a un alienígena que descubría el significado de la conciencia humana–, Glazer inventaba un audaz dispositivo fílmico que le permitía estudiar el choque entre lo inexplicable (la odisea del alien) y lo conocido (los rituales humanos). En unas escenas cargadas de extrañamiento, filmadas con ocho pequeñas cámaras digitales ocultas en el interior de una furgoneta, el espectador de Under the Skin podía ver a la estrella de Hollywood, Johansson, dialogando con transeúntes escoceses que desconocían que estaban participando en una película.


Puedo recomendar esta última obra como aperitivo hasta que La Zona de Interés se estrene en sus respectivos países; 15 de febrero para Argentina y 19 de enero para España. Sin duda, la espera valdrá la pena, mientras tanto, dediquémonos a disfrutar de la calma antes de la tormenta.


Sin nada más que decir, dejo adjunto un último mensaje por Miranda Collinge (Esquire):

“En una escena, Rudolf telefonea a Hedwig desde una lujosa fiesta para contarle emocionado que no puede concentrarse por imaginar la logística de cómo podría gasear a todos los presentes. Más tarde, cuando la película pasa a un negro total, y no hay nada en la pantalla que te distraiga, te das cuenta -sobre todo si estás en un cine- de que estás en una sala llena de gente, a oscuras. Es una experiencia muy, muy inquietante, y tus sentidos están, en ese momento, totalmente alerta. La zona de interés es una película brillantemente concebida, perturbadoramente inconexa, y se te quedará grabada mucho tiempo después de terminarla.”


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