Pobres Criaturas de Yorgos Lanthimos, y las mujeres monstruo contra Frankenstein

Spoilers

“¿Acaso no es el mito de Frankenstein esencialmente cinematográfico, una metáfora del cine mismo? En ambos casos, la vida se crea a partir de piezas ensambladas ‘con continuidad’, montadas con la esperanza de que el resultado se mueva de alguna manera, pese a estar obstaculizado a veces por un cerebro deficiente.”

Alberto Manguel: La novia de Frankenstein (Gedisa, Barcelona, 1997, p. 75)

De novias

En Dioses y monstruos (Gods and Monsters, 1998, Bill Condon), un veterano James Whale (Ian McKellen) se queja de los críticos, porque no entienden el humor de su Bride of Frankenstein (1935). Sin embargo, la mujer que asiste a Whale en su casa, ríe con fruición mientras mira la película por televisión. En lo personal, puedo decir que a esas miradas de sorpresa de Elsa Lanchester al despertar a la vida -con su cabello electrificado y una caracterización extraordinaria-, las he ido experimentando de distintas maneras. Primero, encantado por el pavor que descubría en estos relatos, una suerte de miedo incipiente ligado al placer: amé inmediatamente a los monstruos de los Estudios Universal.

Con más películas (y más años) encima, la obra de Whale pasó a tener un peso todavía mayor para mí. Aparecían otras lecturas y así descubría uno cómo los gritos de Lanchester podían significar otra cosa. Situada entre el padre/creador (Colin Clive/Frankenstein) y el consorte que la espera (el monstruo/Boris Karloff) -en una especie de rito eclesiástico grotesco-, la novia prefiere (y con razón) gritar de horror. Por otro lado, uno descubría también algo que la misma Dioses y monstruos expone, la homosexualidad de Whale. Obligado a filmar historias de amor heterosexual, el bueno de Whale se salía con la suya con este grito de horror, que oficia como un comentario sardónico, por demás brillante. Es por gestos así cómo se decide la valía poética y autoral de artistas como James Whale.

El estreno de Pobres Criaturas (Poor Things), de Yorgos Lanthimos, ofrece una especie de continuación o remake velada de aquella película. Claro que no se trata de una remake propiamente dicha, tampoco de una secuela, pero el espíritu que la guía guarda un vínculo. Y estamos seguros, por lo que hemos dicho, de que Lanthimos no puede no haber disfrutado de las muecas de Lanchester y sus gritos de espanto. A partir de la novela de Alasdair Gray, el director griego relee la temática frankensteiniana y delinea la vida de una mujer que, así como Elsa Lanchester en Bride of Frankenstein, se libera de la imposición masculina.

Recuerdo un momento alucinante en Frankenstein (1931, Whale): sumergido en la faena de su propia locura científica, en la noche y la tormenta de su castillo, el barón es molestado por la visita inoportuna de su familia y pareja: es increíble cómo Whale manejaba tales absurdos. Digo esto porque el film de Lanthimos camina con pasos de gracia parecidos, y los asume conforme al crecimiento de su protagonista, Bella Baxter (la estupenda Emma Stone), su “monstruita”: un poco torpes y de cariz slapstick al comienzo -tal como los de Lanchester-, para luego y con mucha práctica, ser más refinados. En el primer caso, bien podrían oficiar (y lo hacen) a la manera de gags, acordes también al comportamiento de una niña: son pasos de una muñeca poco articulada, que disfruta de golpear en la cara a los adultos y que no controla las ganas de orinar. Luego, y de acuerdo con la asunción de ciertas reglas sociales, Bella se valdrá del lenguaje para poner en práctica, de una manera cada vez menos ingenua, diálogos de un sentido tan filoso como irónico. Entre ambas instancias -del gag que encierra un golpe o una caída (la gracia física), a la justa verbal que hace sonreír soterradamente (en el color y las inflexiones de las voces)-, Pobres Criaturas homenajea la misma historia del cine.

Este homenaje no es una sucesión de guiños o cosas así, sino una asunción de determinados recursos expresivos, como lo significa también el uso del blanco y negro. Lanthimos ensaya distintas propuestas cromáticas con su DF, Robbie Ryan, para que el blanco y negro encastre de modo preciso con el ánimo de Bride of Frankenstein y el cine de terror de esa época -con decorados que lo recuerdan-, en contraste con el colorido, casi Technicolor, que progresivamente adquiere. Una de las razones, claro, está en el descubrimiento sexual de Bella.

De géneros

En resumen, puede decirse que Pobres Criaturas pone en escena el descubrimiento personal y social de Bella Vaxter. El proceso es dialéctico, y el sexo es la llave. A través de la ciencia ficción y la fantasía -según se elija-, Lanthimos explica cómo Bella surge y revive gracias al ingenio médico del cirujano Godwin Baxter (Willem Dafoe), quien la rescata de su suicidio y le trasplanta el cerebro del bebé que llevaba en el vientre. De este modo, ella (re)nace, ignorante de su origen. En su vida, dos hombres disputan su afecto; por un lado, el obediente Max (Rami Youssef), asistente del doctor; por el otro, el seductor Duncan (Mark Ruffalo), quien la lleva a conocer una vida de placeres a los que Bella se arroja voluntariamente. A partir de allí, la película tendrá distintas estaciones, conforme a los diferentes lugares del mundo que visita, donde por momentos asoma una sutil plasmación steampunk.

El cine de Yorgos Lanthimos apela siempre a los géneros, a los que revisita y modela de acuerdo con su visión del mundo. La ciencia ficción, para el caso, estaba en Alpeis (2011), otra especie de remake, si se quiere, de La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956, Don Siegel); un género que resulta mucho más claro en The Lobster (2015). Las dos, por otro lado, coincidentes en su atmósfera de apocalipsis naturalizado, un rasgo inherente al cine del director griego, que suele funcionar como un estado de ánimo larvario, capaz de destilar mayor o menor espanto: así en Colmillos/Canino (2009) y en El sacrificio del siervo sagrado (2017). Con La favorita (2018), ligada a los relatos de palacio y realeza, a los que el film corroe con un sentido del humor que funciona como mueca, se presiente el devenir de Pobres Criaturas, como si esta última fuese la consecuencia de lo que aquella no podía hacer, por la tesitura y estética elegidas.

En Pobres Criaturas, Lanthimos apela al recurso digital en su descripción de un mundo cercano al cuento de hadas. Pero sin perder de vista un marco de veta victoriana. La represión que significa ese momento histórico, y la proximidad del cambio de siglo -cuyas promesas tecnológicas conocemos, implementadas por un patriarcado que perpetró, entre otras atrocidades, dos guerras mundiales-, son fundamentales para entender el derrotero de Bella y su deambular serpenteante. Su contacto con el mundo habilitará su toma de conciencia, a través de un proceso dialéctico que la confirmará, progresivamente, en cada una de sus decisiones.

Este (auto)descubrimiento es, primero, sexual. A partir de allí, Bella habrá de atropellar a todos y cada uno de los mandatos de la sociedad masculina, en lo que refiera a temas tales como masturbación, castidad, maternidad, promiscuidad, entre otros. Bella opera como una fuerza de la naturaleza, desconoce límites, y si éstos aparecen, mayor motivo para confrontar. En este sendero ascendente -como dijimos, es una película dialéctica-, Bella discute con el padre, pelea con el novio, deja la casa y viaja con su amante (al que le hace desplantes), se gana su propia vida, y cuando vuelve a su hogar, lo hace para alcanzar un lugar social diferente. Nunca será, claramente, la mujercita de puertas adentro.

Además -fundamental-, Pobres Criaturas no elude el comentario social o histórico: la época victoriana se respira, como se señaló, pero la película es contemporánea; por eso, mejor estar atento a cuáles rasgos victorianos aún persisten. La historia de Bella es la de una persona en un todo social, del que se sabe parte, en cuya organización acciona. En este sentido, su progresivo descubrimiento es tanto sexual como social, ante un mundo que la asombra, pero no está exento de tristeza: hay pobreza, hay niños que mueren de hambre. Bella tiene que reír y disfrutar para también sufrir y llorar. ¿Por qué sucede algo así de horrible? ¿Qué tiene que ver ella con todo eso? Como si la película dijera que, para despertar en un sentido, hay que hacerlo también en el otro. Sexo y organización social se requieren. ¿Hay que cambiar el mundo? Hay que cambiar el mundo.

De padres

Como se sabe, en la relación entre el padre y el hijo se escribe la historia de Frankenstein. Que su autora literaria fuera una mujer, Mary Shelley (1797-1851) -hija de una feminista como Mary Wollstonecraft y un proto-anarquista como William Godwin, además esposa del poeta Percy Shelley-, hace de Frankenstein una novela de iniciación no solo gótica. Visto el precedente ideológico de la Shelley, mejor prestar atención al asunto. Por esto mismo, podemos sumar todavía más adhesión a un film como Bride of Frankenstein. Como se recordará, Whale ubica a la Lanchester en el doble papel de Mary Shelley y de novia del monstruo; es decir, la escritora es esa misma mujer que ríe de espanto ante la posibilidad de ser esposa. Nada casual.

Entre varias cuestiones a las que arroja la novela, podemos decir que en el hecho “milagroso” de dar vida radica la pregunta por Dios. La Shelley la desafía, en la impronta de este doctor que alumbra un ser para el que no necesita la participación de mujer alguna. Por otra parte y de modo contra fáctico, bien podría pensarse en por qué Frankenstein no crea, en primer término, una mujer. No le interesa. De hecho, esta preocupación aparece ante la demanda del “monstruo”. ¿Qué lugar ocupa ella, entonces, en este mundo creado por y para hombres?

Es destacable cómo en el film de Lanthimos, entre Bella y su padre se escribe una historia particular, tirante y no menos cariñosa. Hasta tal punto que bien podrían pensarse las cicatrices brutales del rostro de Godwin (cuyo nombre, habrán percibido, es el apellido del padre de la Shelley; así como “Bella Baxter” remite tanto al mito de “La Bella y la Bestia” como a la película de Marguerite Duras: Baxter, Vera Baxter) como réplicas de las suturas que el Frankenstein literario practica en su energúmeno. Godwin bien podría ser ese monstruo, provisto de pautas de conducta, título médico y una vida labrada. Como sea, es él quien -tal vez para dejar atrás las bestialidades de su padre- posibilita una nueva vida, la de Bella, desde un amor que, siendo hijo, no recibió. Lo hará como pueda. Y ésta es una decisión preciosa de la película, porque no demoniza la figura de Godwin (aun cuando su rostro predisponga), sino que lo retrata desde un trazo afectivo, a través de las reacciones de un padre receloso de su hija, a la que evita entrar en contacto con otros hombres. No hay justificación de su proceder sino, antes bien, la evidencia de un comportamiento que será trasgredido por ella y que él deberá aceptar. En otras palabras, la vida de su hija -la de toda hija- no pertenece a su padre (ni a su madre).

Además, Lanthimos no podría nunca sentir desprecio por Godwin, dolorido como lo retrata, por encima de cualquiera de las burlas que recibe. Él, como Bella y varios de los personajes que pueblan este relato, bien podría ser parte de la galería de Freaks (1932), de Tod Browning, película con la cual Pobres Criaturas guarda una relación intensa por igual de contestataria. Por último, decir que la sensibilidad cariñosa con la que lo interpreta el gran Willem Dafoe, se sitúa en el extremo de la ofrecida por ese otro espléndido actor, cuya composición del Barón Frankenstein es una de las mayores del cine fantástico de todos los tiempos: Peter Cushing.

De finales felices

Pobres Criaturas inicia con el salto a la muerte de una mujer. La mujer que renacerá con el nombre de Bella. Su génesis -en idéntica situación suicida, con misma composición de encuadre y mismo ángulo de cámara- coincide con la de aquella cuya vida -¡merced a la transmigración de almas!- el Barón Frankenstein salva en Frankenstein Created Woman (1967, Terence Fisher). La dirección de Fisher imprime la seguridad estética necesaria para hacer que ésta y las demás películas del ciclo de Hammer Films (Fisher dirigió la mayoría) sean un sólido bloque fílmico, señalado como uno de los mejores capítulos del horror y el fantástico. La caracterización de Cushing es indeleble, no se puede ser inmune a su influencia. El actor inglés construye un Frankenstein cuya obsesión crece película a película: Frankenstein Created Woman es la cuarta de las seis que Cushing interpretó. En su caracterización, Frankenstein se vuelve el verdadero monstruo, sin interés alguno por una humanidad a la que desprecia y utiliza según mejor le convenga.

En Frankenstein Created Woman, el barón introduce el alma de un hombre en el cuerpo de su mujer enamorada (interpretada por la modelo y playmate Susan Denberg), y origina una confusión de “mentes”, por no decir de sexos. La ambigüedad sexual (un hombre en cuerpo de mujer o una mujer que se siente masculina) el film la trabaja desde el subterfugio, en la seducción criminal que ella/él pone en práctica con los responsables de sus muertes: una voz masculina será siempre escuchada por las víctimas, en el momento previo a darles muerte (y a tener sexo con ellos). Conforme a su caracterización, el Frankenstein de Cushing es indemne al deseo sexual; en todo caso, es su ayudante el que no tardará en sentir atracción por la muchacha, aun cuando sepa que en ella “anida” el alma de un hombre. Tal vez, se siente atraído por esto mismo. No vale aclarar, la película no lo hace. Lo que importa es la confusión sexual que se esconde entre los pliegues que permiten los diálogos y las situaciones.

Así como en este film, Pobres Criaturas ensaya variantes similares, con el centro puesto en el sino de una mujer concebida según el designio del hombre. En el caso de Fisher, éste lo lleva al extremo de introducir en ella una voz masculina, que le dicta cómo actuar. El desenlace, obligado por la época y sus dictámenes morales, es previsible en cuanto a la suerte fatal: lo que se espera es que el “monstruo” muera. Lanthimos, por su parte, desenvuelve un camino parecido, al hacer de Bella una especie de marioneta a la que luego corta los hilos; un gesto idéntico al del film de Fisher, cuya creatura también decide salir a vagar por el mundo. A diferencia del inglés, el director griego puede extremar esta decisión y llevarla a un desenlace para nada fatal. Afortunadamente, el cine ya no tiene que castigar comportamientos semejantes (si bien, todavía, hay películas que lo hacen).

Entonces, la pregunta sería: ¿por qué el cine castigaba comportamientos y personajes así? No era necesariamente el cine quien lo hacía, sino la moralina imperante. Contra ella y sus súbditos obedientes, de talante conservador y victoriano, el cine siempre discutió. Para el caso, la obra de Terence Fisher es cualquier cosa menos moralista, sus películas son un gran ejemplo de autor. Transgresor y refinado como James Whale. Gracias a la poética de directores como ellos, existen talentos como el de Yorgos Lanthimos.

Y lo más importante: a Emma Stone la quiero tanto como a Elsa Lanchester.

Leandro Arteaga

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