Se acaba de estrenar Los que se quedan, lo nuevo de Alexander Payne, que llega con todo el impulso de sus nominaciones y premios acumulados. Pronto podremos ver también Sala de profesores, que compite por un Oscar en el rubro Película Internacional. Todo esto, más allá de los premios, invita a hablar de ellas y de cómo el cine aborda el mundo de la educación.
Quedándote o yéndote
El mismo inicio de Los que se quedan nos lleva a compartir una herencia y una tradición, que no será la de la escuela en cuestión sino la propia herencia del cine norteamericano de los años setenta. Esto es más que un mero ejercicio de estilo, es intentar pensar el cine como se lo pensaba en aquellos tiempos (hay que decirlo, mejores para el cine). Todo, desde el logo inicial hasta la calidad de imagen y la paleta de colores remiten al cine de esos años, aunque no sea tanto al de los grandes apellidos como Coppola y Scorsese sino al de esa extraordinaria segunda línea que componían directores como Peter Bogdanovich o Hal Ashby, que pretendían celebrar el cine más que reinventarlo.

Y ya que hablamos de celebraciones, esta película está situada no sólo en 1970 sino también en navidad, una época del año no tan favorable para el buen cine. Su premisa es sencilla, en una prestigiosa escuela secundaria, un profesor de historia bastante antipático (no lo soportan ni sus propios colegas) se ve obligado a quedarse a supervisar a un grupo de alumnos que por diversos motivos no pasarán las fiestas con su familia. Un papel a la medida de Paul Giamatti, que quedará entre sus roles más recordados. Ese grupo de alumnos se reducirá a uno (notable debut de Dominic Sessa) y será asistido por la jefa de cocina de la escuela (DaVine Joy Randolph, candidata al Oscar por esto), que acaba de perder a su hijo en Vietnam. Ese improbable trío deberá aprender a convivir en condiciones desfavorables.
No es sencillo sostener el tono tragicómico que se impone, sin fuerza y casi sin excesos. Lo notable de Los que se quedan es que no es notable. Sus aciertos, más allá de las labores actorales mencionadas, está en evitar muchos errores y lugares comunes de este tipo de propuestas y apostar por una simpleza que viaja a contramano del cine hegemónico. Esto es algo que ya había logrado el director en trabajos anteriores. Es momento entonces de repasar su propia historia.
Alejandro, el grande
Alexander Payne nació en Omaha, Nebraska, el 10 de Febrero de 1961 (feliz cumple, Ale). Tras dirigir cortometrajes y algunos episodios en películas de Playboy llegó su debut en el largometraje, en 1996, con Citizen Ruth, una inusual y corrosiva comedia sobre las posturas frente al aborto que pasó bastante desapercibida en su momento. En 1999 llegaría La elección, que le valdría su primera nominación al Oscar. Es la película que de alguna forma lo puso en el mapa, y que ya se situaba en una escuela, aunque no se ocupaba de la educación sino de las elecciones de autoridades estudiantiles. Si la primera se metía nada menos que con la familia, la segunda se ocupaba de algo aún más sagrado, la democracia.
En el 2002 Las confesiones del Sr. Schmidt, con Jack Nicholson, reafirmaría el gusto de Payne por el retrato amable de seres a la vez patéticos y queribles. Dos años después llegaría la que probablemente sea su película más conocida, Entrecopas, que siempre figura como la primera opción cuando se habla de vino y cine, dos nobles oficios de la luz que saben combinar arte e industria.
Los descendientes (2011) sigue en la misma línea agridulce, acumulando premios y nominaciones en el retrato de una familia muy fuera de lo común. Nebraska, del 2013, es una depuración de su estilo, y probablemente su mejor trabajo. En el 2017 llegaría la concreción de un proyecto ambicioso con muchos años de desarrollo, Pequeña gran vida, un viraje hacia una sátira con elementos de ciencia-ficción, saludable como intento de cambio, pero que no conformó ni a la crítica ni al público. Los que se quedan parece un regreso a un terreno más seguro.
Sala de emergencias
Más cerca de Hitchcock que de Paulo Freire, Sala de profesores se presenta con algunos de los tópicos de este tipo de películas sobre escuelas, con la docente idealista ocupándose de sus alumnos problemáticos, pero una serie de eventos desafortunados hará que se vayan acumulando tensiones que pondrán absolutamente todo en cuestión, pero sobre todo la verdad.

Una especie de viacrucis para Carla Nowak, la docente que carga con todo el peso de la película. Y ya hay que decir que es notable el trabajo de Leonie Benesch, una actriz poco conocida aunque ya había participado en La cinta blanca. Ella sigue adelante con la fuerza de sus convicciones. Pero en el camino las políticas de tolerancia, los prejuicios de todo tipo, la permisividad y el control, y hasta la libertad de prensa (escolar) se verán comprometidos.
Esa tensión y esa carga puesta en la protagonista conecta a Sala de profesores con las películas de los hermanos Dardenne, aunque aquí todo es más prolijo y calculado que en el cine de los directores belgas.
Ilker Catak es bastante menos conocido que Alexander Payne, nació en Berlín, en 1984, hijo de inmigrantes turcos. Sala de profesores es su cuarto largometraje tras su debut en el 2017, y el primero que alcanza notoriedad fuera de Alemania.
Otras clases de películas
El cine se ha ocupado frecuentemente de la vida escolar. Una referencia para Los que se quedan podría ser La sociedad de los poetas muertos (1989), clásico de Peter Weir con Robin. Ambas comparten el retrato de una época pasada en un internado y (como todas estas películas) el proceso de cambio de los alumnos, pero hasta allí llegan las similitudes. La verdadera inspiración para el film de Payne ha sido Merlusse (1935), de Marcel Pagnol, que tiene la misma premisa inicial (profesor desagradable que queda al cuidado de alumnos en receso navideño).
Su hubiera que pensar en la referencia para Sala de profesores, lo primero que surge es Entre los muros (2008) de Laurent Cantet, con el foco puesto en el difícil presente y en los problemas personales de los alumnos. Podría sumarse aquí la más reciente y cercana El suplente, de Diego Lerman, estrenada el año pasado, que merecería un análisis aparte.
Estas películas mencionadas, y también Sala de profesores, comparten lo que parece ser un lugar común en el cine cuando se enfrenta a los procesos educativos, el retrato de un profesor idealista, en general joven, al inicio de su carrera, que tiene que enfrentarse con los límites de lo institucionalizado. Es interesante comprobar que Los que se quedan se desmarca de esa pauta, ya que el proceso de crecimiento del profesor Hunham se da en un momento de su vida en donde ya no se esperaban cambios.
Esta podría ser la historia (resumida) de los educadores de escuelas secundarias en el cine, y del cine de Alexander Payne. Y como bien dice Hunham en un instante de lucidez, siempre es importante conocer la historia para poder entender el presente.
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