
La decadencia del cine musical
En su época dorada, el musical fue el género fundamental del séptimo arte. Películas como 42nd Street, On the Town y Singin' in the Rain, entre muchas otras que brillaron durante las décadas de 1930 y 1950, dejaron una huella indeleble en la historia del cine, que hasta hoy continúa repitiendo los patrones legados por Busby Berkeley, Fred Astaire, Ginger Rogers y Gene Kelly. Sin ir más lejos, La La Land, bien apodada “el último gran musical”, es una emulación inteligentísima de aquellas producciones pomposas y alegres que la Metro-Goldwyn-Mayer concibió en su mejor momento.
Actualmente, esta clase de cine elevado está en peligro de extinción, y solo nos quedan películas que son comedias musicales por el mero capricho de querer serlo. Como es el caso de la inigualable creación de Damien Chazelle, de tanto en tanto tenemos la oportunidad de presenciar un musical construido adecuadamente. Pero, en términos generales, dicho género se convirtió en una excusa para generar un rédito que ignora por completo la complejidad detrás de esta forma de arte.
Sí, es cierto que la tendencia a menospreciar el potencial del cine es un síntoma de la época que estamos transitando. Bien lo saben géneros como el terror, el romántico y el de acción. Pero la situación del cine musical es un tanto más compleja que la de estas narrativas, porque su desvalorización no surge de un conflicto con su propio médium, sino de querer adaptar el teatro a la pantalla grande mediante una manipulación forzada hasta la exageración.
Los nuevos directores piensan que el cine puede reciclar al resto de las artes sin ningún tipo de problema. Bajo esta creencia egoísta, se apoderan de los musicales más adorados de Broadway y los transforman en películas ejecutando un proceso desganado que se equipara al “copiar y pegar”. Compran los derechos de las puestas en escena y las desproveen de su elaborado proceso creativo, para luego convertirlas en imágenes vacías que satisfagan a los fanáticos con lo mínimo. Las historias, sus personajes y sus canciones están ahí, pero carecen del valor teatral que les dio vida en primer lugar.
Las adaptaciones cinematográficas de los musicales que se estrenaron en la última década presentan múltiples fallas. Las coreografías y los diálogos son modificados para adecuarse al formato ficcional, perdiendo así sus motivos y conceptos. A veces, secciones centrales de los musicales son eliminadas de principio a fin si representan una inversión significativa. Además, se desestima por completo la relación con la escenografía y el escenario que estas obras habían construido originalmente, y se los reemplaza por cualquier composición de la escena y locación que le parezca mejor al director.
En síntesis, el cine despedaza a los musicales de Broadway y se queda con las partes que le son convenientes, sin importarle que pierdan su sentido al separarse del resto de las piezas que las complementaban. Veamos dos ejemplos actuales para comprenderlo mejor.

Mean Girls
Cuando el relato de Tina Fey sobre Cady Heron y su enfrentamiento con Regina George llegó a los cines en el 2004, el universo de las teen comedies cambió para siempre. Siete años después, Fey creyó que Mean Girls seguía teniendo mucho para decir sobre el mundo adolescente, y decidió adaptar el guion de la película a un libreto. La puesta teatral se ganó el amor de todos los theatre kids y, como era de esperar, la autora vio en aquel cariño infinito el potencial para llevar la historia de vuelta al cine, pero esta vez en su formato musical.
Entonces, la nueva Mean Girls tenía una vara bastante alta que superar. No solo debía rendir homenaje a la película original estrenada a principios de milenio, sino que también estaba obligada a respetar el musical, siendo ambos productos completamente distintos en cuanto a la seriedad y comicidad del mensaje que proponen.
En cuanto a la puesta teatral, la película decidió adaptar solo los elementos funcionales al objetivo de arrasar en la taquilla. Eligieron a Reneé Rapp (una de las Reginas más icónicas de Broadway) para interpretar el rol de la antagonista, y eso es todo lo que respetaron del musical. Por otro lado, regrabaron las pistas en las que destacaba el sonido de la orquesta y la reemplazaron por un sintetizador, cambiaron muchas de sus letras, modificaron todas las coreografías y hasta quitaron números icónicos que eran indispensables para la obra.
La suerte de la producción del 2004 tampoco fue distinta. Su nueva reversión consideró que los diálogos originales ya no coincidían con los tiempos que corren, y reescribió el guion por completo para que las chicas pesadas sean ligeramente malvadas.

The Color Purple
A pesar de haber recibido numerosas nominaciones y premios, el musical de The Color Purple nunca fue demasiado querido por el público. Como es sabido, pocas cosas son más complejas que intentar desarmar y rearmar una creación de Steven Spielberg o renovar un personaje interpretado por Whoopi Goldberg. Aun así, la versión teatral de la película tuvo la audacia de probar suerte en ambos desafíos, y realizó un camino corto pero fructífero por los escenarios estadounidenses entre 2005 y 2008, para luego regresar en un revival del 2015 que se extendió durante dos años.
Cuando Warner Bros. Pictures anunció que se encontraba produciendo una versión cinematográfica del musical, la reacción del público fue optimista. La fe estaba puesta en el hecho de que Spielberg iba a desempeñarse como productor, noticia que suscitó esperanzas de que la magia de su película pudiese mejorar ciertas falencias de la puesta teatral. Además, el director contaba con experiencia dirigiendo musicales para cine, y ello lo probaba su excelente versión de West Side Story. Parecía que nada podía salir mal, pero el resultado final fue incluso más escandaloso que el de Mean Girls.
La nueva The Color Purple se tomó toda clase de licencias. No solo eliminó nada más y nada menos que 13 números enteros del musical y escenas ineludibles de la película original, sino que también agregó nuevas canciones a gusto. Se pensaría que estos cambios drásticos fueron llevados a cabo para que la puesta teatral se acerque lo más posible a la versión de 1985. Lo cierto es que, exceptuando la trama, esta modernización de la obra tiene poco y nada que ver con la icónica producción que supo cosechar once nominaciones al Oscar y catapultó la carrera del director de Jurassic Park al estrellato.
Resulta ser un viaje acelerado y exagerado a través de un relato que Spielberg había construido con una minuciosidad y nivel de atención al detalle inigualables, balanceando la actuación con los diálogos, la escenografía, el montaje y la música en partes iguales. En sentido contrario y errático, el musical cinematográfico modifica sus decisiones artísticas minuto a minuto, a veces emparentándose con el lenguaje del cine, otras con el teatral y otras con el musical, dando como resultado una creación deforme y sin objetivo concreto.
Menos cine musical y más Proshots
The Color Purple y Mean Girls solo son los ejemplos más recientes de los problemas que el cine enfrenta cada vez que quiere adaptar un musical hecho para el teatro. Basta con mirar cinco o diez años atrás para encontrar un multitudinario conjunto de producciones que recaen en las mismas falencias: Cats, Dear Evan Hansen e Into The Woods, entre muchas otras.
Entonces, en lugar de seguir adoptando la actitud sacrificial de obligarnos a presenciar tanto cine musical deficiente para encontrar una buena película de vez en cuando, lo mejor sería que este dejase de realizarse. Pero no para desaparecer, sino para mutar a un formato que complementa al cine con el teatro en partes iguales: los Proshots.
Se trata de filmaciones profesionales que graban las puestas en escena de principio a fin y las configuran como películas. Un ejemplo de esta clase de creaciones es la aclamadísima Hamilton o la icónica Newsies, dos Proshots realizados por Disney. En ambos casos, la magia del teatro se mantiene intacta mientras se beneficia del lenguaje cinematográfico básico, centrado únicamente en mejorar los musicales mediante un juego de planos y enfoques que canaliza el aura propia de una ficción de la pantalla grande. Así, el cine y el teatro musical se nutren mutuamente, sin opacarse uno al otro y enriqueciéndose como no les sería posible de forma individual.
A pesar de contar con esta modalidad fílmica al alcance de la mano, las empresas de entretenimiento siguen decantándose por realizar adaptaciones mal confeccionadas, que privilegian la narrativa cinematográfica por sobre la teatral. Las productoras de cine musical deben adecuarse al formato fílmico de los Proshots si no quieren continuar dañando los legados de grandes historias y la devoción que los fanáticos sienten por dichos relatos.
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