Las mejores películas de Isabel Coixet - Parte 1

«Cuando él evoca lo que es mirar a los ojos de alguien amado, surgen ganas de tirarse como a una catarata porque es el único lugar donde uno quiere estar»

Ayer no termina nunca (2003)

* * *

No hace falta ver más de cuatro o cinco películas de Coixet para darse cuenta de su versatilidad a la hora de rodar historias a través de una cámara. Y no solo por el estilo cambiante y desigual, también por el tipo de trabajos a los que se ha enfrentado. Como directora de cine, guionista y escritora, Isabel Coixet ha dirigido un total de 17 películas, 1 serie, una decena de documentales y cortometrajes, y ha estado al frente de episodios en diversas series, tanto en la dirección como en el guión. Es más, desde que inició su carrera, realiza casi una película al año, casi al nivel de producción de los grandes estudios en los años de oro de Hollywood. En el terreno de la escritura, ha publicado un total de 8 libros, desde novelas y guiones, hasta su propia autobiografía. Desde su primer cortometraje en 1984, Mira y verás, ha cosechado un éxito tras otro, con reconocimientos en varios de los premios más importantes a nivel mundial, entre los que destacan los Premios Goya, el Festival Internacional de Cine de Venecia, las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos o los Premios Feroz.

Resulta quizás algo extenso recopilar todas y cada una de las películas de la directora en un único artículo. Por ellos, en las siguientes líneas, hablaremos de todas aquellas películas relativas a sus primeros años, hasta llegar a la que probablemente ha sido una de las menos reconocidas.

¿Un estilo único?

Sin embargo, hay algo recurrente en el pensamiento de todos aquellos que descubren la filmografía de la directora: ¿Sabría decir que es una película de Coixet si no me lo hubiesen dicho? Esta película, ¿podría ser de ella, como podría ser de cualquier otro/a director/a? Es probable que la respuesta sea sí. Por lo menos en mi caso, y es probable que esto tenga que ver más conmigo que con su propio trabajo. Pero lo cierto es que, siendo tan versátil y camaleónica, no resulta del todo sencillo definir su estilo en pocas palabras. De una libertad creativa absoluta y con un estilo único, lo cierto es que hay diversas temáticas y recursos que hacen que el reconocimiento de sus películas pueda resultar un camino (algo más) sencillo. Abundantes referencias culturales, incluídos los fetiches y frikismos propios de la directora, tierras lejanas con cierta sensación de no sentirse en casa en ningún sitio, causas de caracter social, mujeres empoderadas y luchadoras, una ideología feminista con crítica a los roles de género y sociales, etc. Todos estos elementos son parte de una carrera verdaderamente prolífica. Aun así, no podemos obviar que el estilo es absolutamente cambiante de un film a otro, desde los escenarios en los que ubica sus historias, los idiomas en lo que trabaja, los colores y estilo de la fotografía… Todo va variando y evolucionando en el tiempo, a medida en que ella también lo hace como directora.

Cuando el espacio es un personaje más

El espacio se presenta, a ojos de Coixet, como un personaje en sí mismo. Lo vemos cambiante, doliente o fuertemente condicionante para los protagonistas de sus historias, como es el caso de Un amor (2023), una película en la que Nat, una joven que llega a una ruralidad escapando, se muda a La Escapa, un pueblo rural, árido y solitario en el que trata sin éxito buscar su hueco. Sucede también algo similar en La librería (2017), donde la idea de buscar un hueco en un nuevo lugar, en este caso con una perspectiva algo más positiva y esperanzadora, vuelve a verse condicionada por el lugar en el que transcurren los hechos. Nieva en Benidorm (2020) vuelve a presentarnos a un personaje que desconoce la tierra en la que se desarrolla la historia, viajando a la ciudad en busca de un hermano que ha desaparecido. Así, Peter va descubriendo el paisaje mediterráneo y la noche alocada, al mismo tiempo en el que lo hace el espectador. Por el contrario, es en este caso el protagonista, que en un principio no trataba de buscar su lugar, acaba sintiéndose parte a medida que conoce a la gente que habita en él, con Álex entre otros.

Un amor (2023)
Nieva en Benidorm (2020)
La librería (2017)

Los personajes de Coixet acaban, si no es en su mayoría, algunos, por abandonar estos lugares en los que jamás han dejado de sentirse extranjeros, ajenos, fuera de lugar, nunca mejor dicho. En todos estos ejemplos, la elección de los espacios condiciona el estado de los protagonistas y lo alteran.

Pero la sensación de sentirse ajeno, los extranjerismos, los misterios con el origen y la polaridad de las culturas alejadas, van mucho más allá del plano espacial. Nadie quiere la noche (2015), Mapa de los sonidos de Tokio (2009) y las tres ya mencionadas son claros ejemplos de ello. Coixet salta de una tierra a otra, enfrentándo a personajes que nada tienen que ver los unos con los otros. Por lo general, una tierra desconocida o una cultura ajena al propio, logran que el personaje descubra aspectos de sí mismo hasta ahora desconocidos. En el caso de Foodie Love (2019), la primera serie española producida por HBO en la que una pareja barcelonesa-argentina hace match a través de una app dedicada a los foodies, la directora se toma el lujo de llevar este recurso hasta el final, descubriendo un territorio nuevo en cada capítulo, bien a través de la gastronomía, como del propio paisaje.

El amor en el universo de Isabel Coixet

A su vez, el amor, en todas sus formas, se reconoce como temática universal en la filmografía de Isabel Coixet. Desde la ausencia y el silencio de lo que el vacío de una relación puede suponer en Cosas que nunca te dije (1996), pasando por el amor en un estado de crisis y de incomunicación en el matrimonio acabado de una pareja que se reencuentra tras haber perdido a su hijo, como sucede en Ayer no termina nunca (2013). Si bien aparece en todas y cada una de sus historias, hay películas en las que coloca el amor en el ojo central de la trama, es decir, se vuelve el conflicto principal y el resto de temáticas subyacen tras esta. Esto sucede en Elisa y Marcela (2019), como ya se verá unas líneas más adelante. La que llegó a ser el primer matrimonio homosexual en contraer matrimonio en la hisotria de España, cuentan en esta película su historia desde los inicios hasta el no-del-todo feliz desenlace, convirtiéndola en toda una oda al amor y la libertad en una forma poética llena de melancolía. Es en esta misma película donde Coixet presenta también su versatilidad con el color y la fotografía, pues decide rodarla en íntegramente en blanco y negro. También juega con el color en Ayer no termina nunca (2013), introduciendo pequeñas píldoras de escenas en las que los dos protagonistas, Candela Peña y Javier Cámara, hablan a los espectadores directamente a través de unos monólogos que la directora filma sin color.

Cosas que nunca te dije (1996)
Ayer no termina nunca (2013)
Elisa y Marcela (2019)

De todas las películas más reconocidas de la directora, algunas de ellas permanecen en el recuerdo de quien las ve por ser, quizás, diferentes, lejanas y/o controvertidas. Analizamos en las siguientes líneas algunas de ellas en su estilo, argumento y características para ver si existe ese punto en común que definan los rasgos de Isabel Coixet.

Cosas que nunca te dije (1996)

A pesar de ser solo su segunda película, Isabel Coixet saltó del catalán y de las localizaciones de una Barcelona conocida, a una producción internacional rodada de arriba a abajo en inglés. Estrenada en la Berlinale, el Festival de cine de Berlín, y protagonizada por Lili Taylor y Andrew McCarthy, inicia con esta película una serie de trabajos que comparten estilo y temática: Mi vida sin mí (2003) y La vida secreta de las palabras (2005), entre otras.

Poco tiene que ver el tratamiento de la historia de Ann en comparación con las películas que haría la directora 20 años después, y sin embargo, esta sigue siendo una de las más aclamadas y admiradas. Esta historia que se construye dentro del género dramático, comienza con una llamada de teléfono que lo cambia todo: la decisión que toma Bob, pareja de Ann, de dejar la relación. Ante esto, la decisión de la protagonista marca el rumbo de los acontecimientos y da nombre al film: grabarse en una cinta de video todas las cosas que nunca le dijo. Sin embargo, sumida en el drama de esta separación, Ann intenta suicidarse, sin éxito. Y después de todo lo que parecen salidas sin un fin, la joven trata de buscar la paz a través del Teléfono de la Esperanza, donde conocerá a Don, quien hará que el rumbo de las cosas cambie.

Sobre la vanguardia que supuso esta película y la mirada de Coixet, Jara Yáñez analiza lo siguiente en el Centro Virtual Cervantes: «(…) no solo relacionaban el filme con el cine independiente americano (el Kevin Smith de Clerks o el Robert Altman de Vidas cruzadas), sino que nos conducen a las pinturas de Hopper y a esos personajes aislados detrás de los cristales. Coixet elaboró con esta película un relato coral en el que, con apenas pinceladas, ponía sobre la mesa temas como la transexualidad (a través del personaje de Diane), el amor lésbico (representado en las dos mujeres que visitan uno de los pisos que vende Don) o el aborto (sobre el que se cuestiona también otra de las protagonistas). Temas todos ellos que hoy parecen de actualidad pero que, en aquellos años finales de los noventa, colocaron a Coixet en la vanguardia del cine español del momento».

Así, la fotografía de tintes poéticos e íntimos, la estética y la sensibilidad con la que traza el drama se convierten, gracias a esta película, en rasgos característicos de la directora, reconocibles en los próximos trabajos. Cosas que nunca te dije (1996) fue toda una apuesta que no pudo salir mejor, llegando a colocar a la directora en el punto de mira del panorama internacional. Rodada gracias a una inversión propia y con el compromiso total de un reparto que trabajó sin cobrar (a porcentaje del beneficio de la recaudación) y siendo la primera vez delante de la pantalla para muchos de ellos, Coixet logró rodar esta película en un pequeño pueblo de Oregón.

Ayer no termina nunca (2013)

Estrenada en la 63ª edición del Festival de Berlín, Coixet volvió al cine español en el año 2013, trabajando junto a dos de los actores más reconocidos del panorama del momento, tal y como lo siguen siendo a día de hoy: Javier Cámara y Candela Peña. Tras haber visto a ambos actores interpretar a una pareja en Torremolinos 73 (2003), una película de Pablo Berger, Coixet lo tuvo claro, no hizo casting alguno y llamó a ambos actores directamente para que dieran cuerpo a esta historia. A pesar de que era la primera vez de Candela Peña, la elección de Javier Cámara no debió resultar difícil, pues ya había trabajado junto a él en La vida secreta de las palabras (The Secret Life of Words, 2005) y Paris, je t’aime (2006).

Sin ser la primera vez que la directora plantea temas crudos y dolores internos en la gran pantalla, es probable que estemos ante uno de sus trabajos más crudos: una crítica a la situación socio-económica de nuestro país, España, de los recortes, la vivienda, el paro laboral, los desahucios, vista desde una perspectiva adelantada, la llegada de un futuro inminente. Desde la crisis iniciada en el año 2007, Coixet hace una elipsis temporal de diez años para reflejar, quizás de forma tan precisa como lo hace el título de la película, que el pasado no termina nunca. Un tiempo lleno de dificultad y recesión, visto a través de los ojos de una pareja divorciada, en un encuentro después de cinco años. Grabando en casa, en una Barcelona futurista que sitúa en 2017, esta historia tiene mucho del código teatral: un diálogo solo a dos voces que se sitúa en un único espacio, un cementerio que casi parece abandonado. A pesar de que la película se construye solo a partir de ambos, la presencia de un tercero late como si viviese con ellos, y es que, en cierta manera, parece hacerlo. Un hijo fallecido es el nexo de unión entre ambos, lo único que les queda a este matrimonio separado.

El espacio contribuye a esta sensación agónica, paredes de cemento blancas, grises, altas, gruesas, un espacio que parece inerte, carente de cualquier rastro de vida. Aunque sin duda alguna, es el fallecimiento del hijo de siete años a causa de una negligencia médica debido a los recortes en la sanidad, el conflicto y dolor de ambos personajes, lo que más nos traslada a este estado de congoja permanente. Paralelamente a este diálogo, una imagen en blanco y negro introduce monólogos internos de los personajes, cada uno por separado, en el que tratan de compartir sus pensamientos, ideas, vivencias, mirando al espectador de forma directa. La alternancia de planos, el terrenal y este último más mental, al mismo tiempo que de color, aumentan la heterogeneidad de los personajes, llegando a ser poliédricos, llenos de perspectivas sobre su propio conflicto.

Es una película, en cierto modo, algo agónica, pero la belleza y calidad de los diálogos consiguen que se disfrute. Una película a dos, un espacio neutro y una carga de antecedentes descomunal solo se sostiene si el trabajo interpretativo de ambos actores está en su sitio, medido, y este lo está. No se puede decir nada malo, no hay matiz que sacar cuando solamente, a través de su palabra, son capaces de atraparte durante toda la película. Impecable. Merece la pena verla únicamente por ellos.

* * *

En este punto, podría decirse que el punto en común se encuentra realmente en las temáticas mencionadas, en unos paisajes ajenos en los que sus versátiles protagonistas tratan de encontrar su lugar y su destino. Aunque lo cierto es que esta no se lo pone demasiado fácil. Si bien la variabilidad puede verse como algo realmente positivo, y quizás lo es, aunque a mi parecer, en lo personal, me resulta gratificante encontrar cierta continuidad en los trabajos de un cineasta cuando sus películas son de mi agrado. Al fin y al cabo, se trata de volver a ver algo de un/a director/a y encontrar ciertos matices a nivel técnico, narrativo y/o estético, reconectar con una esencia: tener un estilo tan propio como para ser reconocible. Aunque esto como he dicho, es una opinión meramente personal.

A partir de aquí, la próxima semana volveremos para analizar aquellas películas en las que ha trabajado la directora durante sus últimos años, empezando por La librería (2017), pasando por Elisa y Marcela (2019), Nieva en Benidorm (2020), El techo amarillo (2022) y la última, Un Amor (2023), que ya se analizó hace unos artículos.

Nahia Sillero.

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