En la trigésima tercera edición de los Premios Goya, año 2018, Arantxa Echevarría fue la ganadora del Goya a Mejor Dirección Novel por Carmen y Lola (2018). Ese mismo año disputaban dentro de la categoría a la mejor ópera prima la directora Andrea Jaurrieta por Ana de día, César Esteban Alenda y José Esteban Alenda por Sin fin Celia Rico por Viaje al cuarto de una madre.
La película de Arancha Echevarría obtuvo ocho nominaciones en esta edición de los premios, aunque finalmente solo acabó ganando dos. El mismo año en el que presentó esta película, la directora fue la primera cineasta española en ser seleccionada dentro de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes por su ópera prima Carmen y Lola.
A pesar de que la aparición y el tiempo en pantalla de Carolina Yuste es infinitamente menor a la de sus protagonistas, fue ella quien finalmente obtuvo el premio Goya a la mejor actriz de reparto. «Su nominación a actriz de reparto me ilusiona tanto como si yo misma estuviera en la terna. Porque Carolina, además de ser la única actriz profesional de la película, no era gitana. Yo le decía que su papel era el más difícil, navegar entre actores naturales y no ser notada. Pasar por gitana siendo paya. Era el rizo de los rizos. Cuando en una improvisación la metí en medio de varios actores no profesionales gitanos y al final me preguntaron: ”y esa gitana que no la conozco, ¿de qué familia es?”, supe que lo lograría. Además, fue mi báculo a la hora de ensayar con tantos actores no profesionales y mi apoyo en el rodaje. Se hizo la mejor amiga y maestra de todo el elenco, demostrando esa generosidad que transmite en cada poro. Carolina es tan maravillosa que me regaló un personaje más grande que el que yo había escrito».

La película cuenta la historia de dos jóvenes gitanas, menores de edad y aún viviendo dentro de la propiedad de sus padres, que tratan de luchar de una manera más o menos directa contra las expectativas sociales y culturales impuestas por su comunidad gitana. A través de esa película, Arantxa Echevarría trata de mostrar la dura realidad de la comunidad lésbica dentro de la jerarquía tan establecida e impuesta en la que tratan de sobrevivir ambas jóvenes. Si bien es cierto que desde el inicio Lola es quien lleva las riendas de la rebeldía, pues es la que se enfrenta a su familia, Carmen decide dejar a su novio, incluso después de haberse pedido de la mano, porque decide que esa no es la vida que quiere vivir. Debido a su trabajo en el mercadillo ayudando a su familia, ambas se conocen y desde una primera amistad cercana, comienzan a poner en cuestión el camino que ha sido trazado para ellas (la idea de la la situación laboral precaria de la que Lola quiere huir, o el matrimonio con alguien que ella no desea como es el caso de Carmen).

Es así como el conflicto de la comunidad lésbica choca con la tradición gitana desde el primer minuto, al mismo tiempo en el que lo hacen también la idea de familia y la de individualidad. Antes de ver la película, puede parecer que la historia se centra simplemente en una narrativa amorosa. Y sin embargo, tras pocos minutos de que la película inicie, el espectador es consciente de que el peso de la tradición, de la familia y de lo conservador ocupa un lugar mucho más central que el del amor.
Uno de los puntos más interesantes de la crítica hacia la comunidad gitana es precisamente que las protagonistas no quieren renegar de su origen. Simplemente tratan de ser como ellas son, aceptando su orientación sexual, intentando construir ellas mismas su propio destino, aún dentro de las tradiciones que han mamado desde pequeñas. Es así por ejemplo lo que sucede en la escena de la piscina vaciada, en la que Carmen y Lola bailan como lo harían en el cumpleaños del primo, o en la pedida de Carmen.
Carmel y Lola (2018) es un drama lleno de miedos, de dudas, de rechazo, de la búsqueda de la identidad de una misma, no solo a través del autoconocimiento sino también a través de las personas que te miran y te rodean. A veces la familia no trata de buscar lo mejor para ti, y es probablemente el mayor hallazgo que tienen las dos protagonistas a lo largo de esta historia. Al mismo nivel que el miedo se plantea como un condicionante para el objetivo de los personajes, el empoderamiento, la fuerza, la autodeterminación, el feminismo y la valentía son pilares imprescindibles en la construcción de esta historia. Pues en la comunidad gitana, por lo menos en la realidad es que aparecen en la película, es el patriarca, el padre de la familia, quien decide el destino de las mujeres de la misma. Por lo que la pena es doble en este caso, pues el descubrimiento de que a Lola le gustan las mujeres, supone para su padre y para toda la familia una deshonra común, viéndose obligados a rechazar a su hija y a echarla de casa.
Y es aquí precisamente donde surge la duda y la crítica desde el momento en el que esta película llega a las salas de cine. ¿Hasta qué punto es importante contar una historia que te pertenece? ¿Tenemos derecho a contar, a través de una mirada privilegiada, una realidad oprimida de la que no somos parte? Desde una posición paya, alejada de la realidad profunda del día a día, la directora muestra la realidad gitana dentro de todos los estereotipos que la comunidad paya tiene de ella. Sucede lo mismo en el caso del amor, donde es inevitable ver como las jóvenes intentan seguir los patrones del amor romántico heterosexual que han mamado desde pequeñas. Aunque lo cierto es que la revolución era de esperar que fuese pequeña, y es lo que la hace tan verídica, pues dentro de lo que han mamado y han conocido sería raro esperar un enfrentamiento de otro calibre. Aunque lo cierto es que no es de extrañar que esta historia que trata de romper los tópicos surja de esta manera, pues la propia realidad gitana que se muestra está plagada de todo aquello que se espera de esta comunidad. Lo que está claro es que no se reflejan todas las realidades del mundo gitano, causa por la que gran parte de la comunidad ha mostrado su rechazo por la forma en la que está tratada la historia. Asimismo, son los payos, el papel que interpreta Carolina Yuste concretamente, el que surge como la heroína salvadora de las gitanas que no saben salir de su situación.De forma que con todos estos estereotipos, el rechazo hacia la comunidad gitana no hace más que incrementarse, definiendo a todos sus miembros como homófobos, machistas y misóginos.

Es probablemente la veracidad de la historia, de unas actrices que no lo eran antes de grabar la película, y de los paisajes reales, cotidianos, sin arreglo, y casi podría decirse que sucios, en los que se desarrolla la película lo que la hacen tan real y tan humana. Arantxa Echevarría decide filmar una película para contar una realidad demasiado presente y habitual como para lo poco que se ve en la gran pantalla. A través de la elección de las localizaciones y de la decisión de trabajar con un elenco que mayoritariamente no tenía formación interpretativa, hay cierta decisión de filmar una película con carácter documental. Es más, la historia podría ser parte de un docu reality de la telebasura, por el lenguaje cotidiano y a ratos vulgar, que parece haber sido trabajado desde una gran libertad interpretativa. Y es en este punto también donde se vuelve a recaer en la filmación exclusiva de la parte estereotípica del mundo gitano. El carácter documental hace que la realidad que se muestre parezca la única que existe.

Hablando del proceso de casting, la directora recuerda en una entrevista que los propios miedos y rechazos que se cuentan en la historia, también los vivió en primera persona a la hora de hacer las pruebas. Muchas de las chicas que se acercaban para ser el papel de Carmen se ofrecían para la película con la condición de no tener que besar a otra mujer, bien por sus propias reticencias o incluso prohibidas por su familia.
Uno de los elementos que también trabaja en favor de esa veracidad (y alimenta la crítica del mundo gitano a la exclusiva plasmación de su tradición estereotípica) es la elección de trabajar durante todo el proceso de trabajar con actrices y actores sin formación previa. Hay algo dudoso e incoherente para todos aquellos que nos dedicamos a la actuación y hemos estudiado para ello, en trabajar con personas que no tienen una formación. No tanto por el hecho de una falta de talento, sino porque de alguna manera parece que hay cierto intrusismo laboral en el que no se valoran los años formativos. Directoras como Carla Simón, sin embargo, han que de manera excepcional con actores que no lo eran antes de hacer su primera película, como es el caso de Alcarrás. También lo demostró Daniel Guzmán cuando encontró a Miguel Herrán por la calle y decidió que era su protagonista para la película A cambio de nada, con la que obtuvo el premio a mejor actor revelación. Este fue el caso de Zaira Morales, la actriz que interpreta a Lola, y que según cuenta la propia directora, entró al casting acompañando a su prima sin idea de hacerlo ella también. «Zaira es un animal de la actuación, una rareza de esas que uno se encuentra muy de tarde en tarde. En el rodaje lloraba de impotencia cuando una secuencia se le atragantaba, luchaba contra sí misma para darse por entero. Tiene tanta verdad y fuerza que la cámara se enamora de ella desde el primer instante, y el espectador no puede dejar de mirarla. Zaira es el futuro», declara la directora en una entrevista para la Academia de Cine española.
A pesar de no tener formación previa, lo cierto es que el acting de las dos protagonistas así como del resto del elenco es lo que sostiene la película. La frescura de Lola apoyada por la fuerza que transmite Carmen hace que la lucha de conflictos y de intereses de cada una resulte mucho más real. Muy probablemente porque su realidad era similar -por no decir igual- a la de las protagonistas, reconocemos a estas dos actrices inmersas en un universo que nada les es ajeno. Por su parte, Carolina Yuste completa el elenco como una actriz más, sin destacar por encima del resto, mimetizándose en un universo del cual a pesar de no ser parte, consigue parecerlo.
A mis ojos, diré que al principio de comenzar a ver la película, y habiendo visto el resto de trabajos a competición en ese mismo año de los Premios Goya, no me pareció una clara ganadora. Sin embargo, confesaré que a medida que avanza la película, la historia deja de ser un simple relato de amor, haciendo que la profundidad de los conflictos dentro de la tradición gitana esté en el centro de la narrativa. Siendo absolutamente consciente de las críticas que tanto la directora como el largometraje han tenido, y estando de acuerdo con muchas de ellas, debo decir que más allá de mostrar parte de la realidad del mundo homófobo dentro de la comunidad gitana, no sé cuál es la finalidad de la película. ¿Hasta que punto ayuda esta historia a las gitanas lesbianas? ¿Es necesario esta película para ellas? ¿Desde que perspectiva estamos contando la historia?
Dejando a un lado toda la ficción que se genera en un país a lo largo de un año, es cierto que es necesario que historias de carácter social lleguen a los premios y se alcen con las estatuillas y los cabezones, con el objetivo de tener una mayor visibilidad y proyectarse durante más tiempo en las salas. Es por esto que si bien no encajaría del todo sí esta película ganase el cabezón a mejor película del año, se puede entender la nominación a mejor dirección novel por todo lo mencionado de trabajar con personas sin formación previa en la actuación.
Carmen y Lola es una película que descubre una realidad pero oculta en muchas ocasiones. Abordando el largometraje con una perspectiva crítica frente al posicionamiento de quien cuenta la historia, es interesante volver a recordar cuáles son las realidades que todavía a día de hoy encontramos muy cerca de nosotros. Por este motivo y también para admirar el trabajo interpretativo de todo el elenco, considero que la historia marca un precedente en la historia del cine social español dentro de estos últimos años. Está disponible para su visionado en Netflix así como en la página web de RTVE.
Nahia Sillero.
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