En uno de sus célebres cuentos, Jorge Luis Borges se refería a un fántástico libro que, como la arena, no tenía principio ni fin. Celebramos el estreno de Duna, Parte Dos, que tampoco los tiene, y aprovechamos para contar la compleja historia de las adaptaciones de la extraordinaria novela de Frank Herbert al cine.
Duna es una cuestión de fe. La de los fremen, habitantes originarios del planeta Arrakis, que creen en la llegada de un mesías, la del propio Herbert en crear la novela de ciencia ficción más influyente de todos los tiempos, y la de Denis Villeneuve para estar a la altura de semejante desafío. Una experiencia religiosa concebida para ser vista en el cine.
El mundo de Duna es complejo. La primera parte se ocupó de instalar esa complejidad y de asomarse a él de manera orgánica y verosímil. Un mundo con sus propias reglas, situado cerca del año 10.000, pero con intrigas políticas más propias de Shakespeare que de la infantilizada Star Wars que tanto le debe. Esa primera parte era solo una promesa que se concreta en esta segunda explorando y expandiendo todos sus dilemas.
No será este el lugar en dónde se explique cómo funciona ese mundo, sobran las guías para ello. Prefiero concentrarme en cómo se logró concretar. No fue nada fácil. También señalar que aquellos que no comulguen con su propuesta y supongan que es una simple aventura espacial se pueden estar perdiendo algo.

El tema de Duna es la fatalidad del poder. Entenderlo para usarlo a favor, y en ese escenario la mitología y hasta la fe antes mencionada son meras herramientas. Es fascinante ver como Paul Atreides lo va descubriendo, pero también como reaccionan los otros personajes a esto. Por eso el lugar central no lo ocupa él sino Chani, que puede entender que a veces el fin no justifica los medios, y que el dato mata al relato. Pero un relato puede ser a veces como un gusano gigante que se lleva todo puesto.

Ese rol central de Chani funciona también por la buena actuación de Zendaya, pero en general todos cumplen muy bien con su papel, incluso los villanos más estereotipados. Austin Butler logra un personaje atractivo a pesar de su escaso desarrollo. No puede decirse lo mismo del emperador cansado que compone Christopher Walken. Por allí aparece también Léa Seydoux en un papel menor pero importante. Ya volveremos a ella. Timotheé Chalamet es eficaz como siempre, y Javier Barden parece estar en otro registro, casi de alivio cómico, que resulta útil para ahuyentar la solemnidad, como si fuera un personaje de Anthony Quinn.
Villeneuve ha logrado un nuevo clásico, pisando con cuidado en un terreno dífícil, como en esa coreografía que utilizan los fremen para caminar por el desierto, y que Paul y Chani practican como si estuvieran en un musical sin música.
Un poco de historia
Duna es una novela escrita por Frank Marshall en 1965, sumamente exitosa, que tuvo una serie de continuaciones literarias y un muy arduo camino en su intento de llegar al cine, que conviene repasar.
El primer intento fue en 1971, por medio del productor Arthur Jacobs, que venía del éxito del Planeta de los simios. El director elegido era David Lean, el de Lawrence de Arabia, lo cual tiene bastante sentido. La muerte sorpresiva de Jacobs interrumpió el proyecto.
En 1975 llegaría el intento de adaptación más extraordinario de todos (aún más que el actual) de la mano de Alejandro Jodorowsky, que prometía una versión libre y psicodélica para la que reunió un verdadero dream team, que incluía al genial Moebius y a unos por entonces desconocidos H.R.Giger y Dan O´Bannon. Ese equipo seguiría unido pese a frustrarse el proyecto y sería el responsable del diseño de Alien (1977), de Ridley Scott.
Pero lo más rutilante en el delirio del director chileno eran los actores convocados para darle vida a los personajes de Dune, con Orson Welles como el Barón Harkonnen, Salvador Dalí (que fue quien recomendó a Giger) como el emperador y Mick Jagger como el desequilibrado Feyd Rautha (y acá conviene hacer un paréntesis, este personaje lo haría después Sting y finalmente Austin Butler, tan identificado con Elvis, por lo que se puede pensar en una continuidad rockera entre adaptaciones tan disímiles).
Los grandes nombres no se agotaban ahí, la banda sonora iba a estar a cargo de Pink Floyd. Esta versión nunca concretada se convirtió en una de las más celebres películas que no se han hecho. Todo esto y mucho más puede conocerse en el recomendable documental de Frank Pavich, Jodoroswki´s Dune (2013). El frustado productor de todo esto fue Michel Seydoux, tío abuelo de la ya mencionada Léa.
Finalmente, en 1984 se concretaría una adaptación de la mano de Dino de Laurentis en la producción y nada menos que de David Lynch en la dirección (antes de él habían propuesto a Ridley Scott, justamente por Alien). Lynch también había sido tentado para El retorno del Jedi (1983), pero en ese caso se negó para no amoldarse a un universo tan definido y poder crear algo nuevo. La experiencia resultó fallida por las tensiones entre las libertades que quería tomarse el director y las limitaciones que imponía el productor. Esta versión resulta muy curiosa de ver luego de la de Villenueve y tiene muchas (demasiadas) cosas que no funcionan, aunque en realidad no se aparte tanto de la idea original. Tiene evidentes problemas de montaje para intentar hacer entrar en dos horas las casi seis que duran las dos partes de la versión de Villeneuve. Existe además otra versión, de tres horas, hecha para TV, pero ya sin participación de Lynch, que ni siquiera figura en los créditos. Jodorowski también había planteado una extensión imposible de aprobar. Para los cánones del cine comercial del siglo veinte lo que proponían estos directores era un película infinita.

Sobre el director
Denis Villeneuve nació en Gentilly, un pueblo de Quebec, Canadá, en 1967. El éxito le llegaría recién en su cuarta película, Incendies (2010), un film de notable factura, aunque también extremadamente cruel y sensacionalista. En esa línea puede inscribirse La sospecha (2013), sobre la idea de la justicia por mano propia, con mucha solidez narrativa para generar un clima angustiante. El mismo año se estrenaría El hombre duplicado, que representó un viraje hacia una zona de mayor riesgo, adaptando la novela de José Saramago. Sicario (2015) es un regreso a un área más convencional, aunque otra vez se destaca su notable factura.
A partir de allí, Villeneuve se inclina por la ciencia-ficción y encadena los que probalemente sean los mejores trabajos de su carrera, en especial por La llegada (2016), en su momento algo incomprendida, pero a mi juicio lo más interesante que ha hecho. Un año después llegaría Blade Runner 2049, una mucho más que digna continuación del superclásico de 1982 de Ridley Scott (mencionado por tercera vez). Y luego, su obra más ambiciosa, esta adaptación del primer libro de Dune en dos partes (la primera del año 2021) en lo que parece ser una versión definitiva por su fidelidad al espíritu de la obra de Herbert. Y que claramente continuará porque esta nueva entrega, como la arena, no tiene principio, ni fin.
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