Occidente y su intensa fetichización de Japón: la utopia disciplinaria.

Con Perfect days se me ocurrió crear una lista “Películas que desearía que Mark Fisher hubiera visto”.

De entrada sentí algo de incomodidad porque intuí que iba a ser una película al estilo “che, disfruta de tu laburo y su monotonía hasta que mueras porque las hojas y los árboles son bonitos” y porque ni bien arranca vemos al protagonista comerse el desprecio del mundo de una manera que parece romantizar cierta ética del trabajo japonesa a través de una mirada fuertemente occidental. Traté de mantener la mente abierta porque vemos un guiño a un yo que fue sublimado para sobrevivir al capitalismo (la forma en que sus sueños presentan el mundo a través del lente de su camara en blanco y negro con melodías melancólicas) y por algunas preguntas que se introducen directamente al espectador (sin metáfora, sin dejar que uno mismo llegue a esas conclusiones) por su compañero de trabajo: “acaso los pobres no pueden enamorarse??”, etc.
Esperaba que esos dos elementos se abrieran a una narrativa más compleja sobre el trabajo y el propio Hirayama, pero en cambio, sentí que todos los personajes fueron presentados únicamente para agregar ligeros giros de perspectiva, para profundizar el carácter del protagonista, pero nunca de una manera completamente satisfactoria, solo creando más preguntas.
Estoy totalmente a favor de encontrar alegría y significado en los pequeños momentos y sé que hay personas como Hirayama, misteriosamente generosas y positivas independientemente de sus circunstancias. De hecho más de una vez sonreí con su sonrisa y me emocionó su forma de conectar con la vida, de lidiar con su soledad y con la naturaleza. La oda al mundo analógico como resistencia al cambio de mentalidad impuesto por el desarrollo tecnológico hace que haya escenas hermosas de momentos tranquilos que perduran en un paisaje urbano bullicioso y ajeno. Incluso en la repetición de su rutina, casi grabada en piedra, hace que sonriamos de ternura y calidez cada 15 minutos. Pero la violencia de la desigualdad no está presente, simplemente no existe en este relato, cosa que me dejó con un gusto amargo a medida que fui procesando la película.

No sé, sentí que el escenario en Japón es tan a propósito, limpiando asientos de inodoro sin estrenar, levantando basura que parece haber sido puesta con las dos manos cuidadosamente en el suelo… existe esta mitificación de la cultura japonesa como una especie de utopía disciplinaria donde todos trabajan tan duro y son tan honestos y respetuosos….. Además son súper espirituales, budistas, simples, austeros, respetan toda forma de vida y existencia y admiran las pequeñas cosas, se alejan de lo material y escuchan a su yo interno, conectan con empatía con el resto del mundo…
La parva de preconceptos (erróneos en la mayoría de los casos) que se reproduce en el discurso hegemónico de la sociedad japonesa me supera.

Y me da nauseas pensar que en este cuento de hadas se fetichice tanto la marginalidad, se idealice tanto al pobre, el pobre bueno labura en silencio, agacha la cabeza, es prolijo, servicial y no se queja. No puedo dejar de pensar en las palabras de Cesar Gonzalez: “Gran parte de la industria cultural encuentra en el mundo de la pobreza una fuente de inspiración y rédito. La pobreza seduce y, en última instancia, suele ser la mejor escenografía para que otros actores proyectan los fantasmas que los asedian cotidianamente.”

Wim, si tanto te fascinan los baños, por favor limpia uno vos mismo, anda a la estación de subte más cercana y limpia bien la mierda y NO SE TE OCURRA llevar el casete de Horses que nunca habrías podido permitirte si realmente vivieras esa vida…

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