The Holdovers: la probable (e injusta) gran perdedora de los Oscars
A dos días de la ceremonia más importante del mundo cinematográfico, las apuestas se agitan y los prodes comienzan a delinear a los ganadores y perdedores del público. Todos discuten con fervor sobre las casillas a tachar en cada terna, pero pocos piensan en las que quedan vacías. Sin escrúpulos, descartan aquellas producciones supuestamente indignas de los premios por los que participan. A las películas que podrían hacerse con varios galardones, pero tienen las chances en su contra, solo se les dedica una fugaz mirada apenada a su título grabado en el papel de las apuestas, para luego olvidarla por completo.
The Holdovers parece ser el principal receptáculo de esta pena. Un film que contaba con el mejor arsenal para desafiar a los mejores en la teoría, pero no en la práctica. Y, con la práctica, nos referimos a la predilección de La Academia por las épicas y el rumbo que hace un par de meses viene siendo trazado por el resto de las ceremonias de premios. Su dictamen general posiciona a Oppenheimer, Poor Things y Killers of the Flower Moon como las grandes contendientes del año cinematográfico, y deja al resto de la competencia a merced de una batalla campal para disputarse las sobras de Christopher Nolan, Yorgos Lanthimos y Martin Scorsese.
Entre las crudísimas y potentes tramas de películas como Anatomy of a Fall, Zone of Interest y Past Lives, se encuentra la simpleza acogedora de la creación de Alexander Payne. Su historia transparente sobre un estudiante, un profesor y una cocinera parece ostentar pocas chances contra un juicio por una muerte fatídica, un hogar nazi al lado de un campo de concentración y un romance que traspasa las barreras del tiempo y el espacio. Simplemente, The Holdovers no compite en los términos narrativos de estas producciones grandilocuentes. Aunque La Academia la relegue a un segundo plano, vamos a visibilizarla a través de un análisis sobre sus puntos fuertes, sólidos argumentos para sostener el peso de dos o más galardones.
El guion
Cuando exclamamos “¡Ya no se hacen películas como antes!”, en realidad queremos decir “¡Ya no se hacen guiones como antes!”. El corazón de una producción es su esquema escrito. Si este falla, no habrá escenografía, montaje, CGI o actuación que pueda rescatarlo. Habremos avanzado muchísimo en lo que respecta a los logros digitales del quehacer cinematográfico, pero nada puede resaltar tanto como un buen guion, y más si su tratamiento pertenece al de la narrativa clásica.
Hoy en día, el cine clásico es una mala palabra. Ahora, las grandes producciones son aquellas que se enorgullecen de presentar enigmas temáticos complicadísimos, una edición ecléctica o un lenguaje laberíntico que solo su creador puede comprender. En el otro extremo, se encuentran las creaciones comerciales, simples por ignorancia y no por construcción consciente. El vacío entre ambas formas artísticas es el hogar de la narrativa clásica, un modo de hacer cine que, cuando se lleva adelante correctamente, resalta la belleza de la vida tal y como la percibimos, sin ningún tipo de alteración estrambótica.
En The Holdovers, el guionista David Hemingson facilita esta cosmovisión cinematográfica situando la historia en los años 70, momento en el que el cine clásico tuvo que aferrarse enérgicamente a sus bases para sobrevivir el advenimiento del cine moderno. Así se construye el espíritu de la creación de Hemingson: una oda a los modos clásicos, en toda su ternura y esplendor. El guion estructura una historia de tres actos, arcos de personaje claros, una narrativa lineal y de causa-efecto, y un punto de vista omnisciente. Con estas herramientas, refleja las vicisitudes del existir común y corriente, regalándonos una historia que nos conmueve por la cercanía con nuestras propias experiencias.
No olvidemos resaltar su virtud mayor: los diálogos. Si Hemingson burla las expectativas a favor de Anatomy of a Fall y se lleva el Oscar a mejor guion original, se lo deberá, en gran medida, a las brillantes conversaciones de sus personajes. Cada una de ellas construye al trío protagonista individual y grupalmente, destacando con fuerza sus características sin recaer nunca en obviedades o aclaraciones innecesarias.
Quien más se enriquece con esta confección de los intercambios verbales es el Paul Hunham de Giamatti, un hombre complejo en su exterior, pero transparente en su interior, que se nos revela cada vez que habla sobre la historia del mundo o desarma su coraza de disciplina para acercarse a los corazones de Angus Tully o Mary Lamb.
Las actuaciones
Sí, Da'Vine Joy Randolph va a llevarse el Oscar a mejor actriz secundaria, como es debido. Pero no es suficiente. Paul Giamatti también merece ser el ganador de la categoría a mejor actor principal, y más aún cuando su competencia mayor es la sobrevalorada interpretación de Cillian Murphy como Oppenheimer. Ni hablar de Dominic Sessa, a quien le sobraban motivos para, por lo menos, pelear por el premio a mejor actor de reparto con grandes apellidos como De Niro, Gosling y Ruffalo.
Probablemente, Sessa no se encuentre nominado porque The Holdovers es su debut cinematográfico. Bien se sabe que La Academia suele ser reticente en lo que respecta a considerar actores o actrices con poca trayectoria en la pantalla grande. En este caso, bien podrían hacer una excepción.
Desde su primera escena, el Angus Tully de Sessa se configura a partir de una dualidad impresionante: es joven, inteligente, y tiene toda la vida por delante, pero su existencia se detiene por completo cuando le informan que su madre canceló las vacaciones con él. De repente, se encuentra tan derrotado como su profesor o la cocinera de su internado, dos adultos estancados en recuerdos sobre un pasado mejor. Con el correr de los días, Tully desplaza a Hunham y Mary Lamb de la comodidad de sus miseras y los empuja a crecer, mientras él aprende una o dos cosas de la vasta sabiduría que acumulan sus conmovedoras experiencias de vida. Se trata de un personaje gris que no pertenece al mundo adulto ni al adolescente, sino a una grieta entre ambos, que lo construye como un reflejo entrañable de todo aquel espectador que se haya sentido un poco perdido mientras crecía.
¿Y qué decir de la interpretación de Giamatti? No basta con repetir que es merecedora del galardón a mejor actuación masculina. Si el rol de Sessa es hablarle al corazón del público que tuvo una infancia difícil, el de Giamatti es recordarnos, a todos por igual, la calidez de las figuras paternas de nuestras vidas. Aquellas que, en nuestra infancia, veíamos como auténticos héroes, y hoy comprendemos como adultos eruditos con altibajos. En el ámbito laboral, es un estricto profesor de historia y, en el personal, un generador infinito de enseñanzas de vida que aún tiene mucho para aprender. Al principio, se nos presenta como un personaje redondo, pero es quien más crece gracias a la influencia de Tully y Mary Lamb. Demuestra que, incluso cuando creemos que somos demasiado grandes para evolucionar, siempre hay un horizonte al que aspirar.
Tampoco hay tanto para agregar de Da'Vine Joy Randolph. El hecho de que sea la ganadora asegurada e indiscutida de su categoría habla por ella. Aunque Hunham y Tully tienen más tiempo en pantalla, Mary Lamb guarda, en su interpretación, el corazón de The Holdovers. A diferencia de sus contrapartes masculinas, que resaltan algunas experiencias comunes de la adolescencia y la adultez, Randolph encarna un vacío universal: la pérdida de un ser querido. La forma en la que proyecta el duelo no se apoya en explicaciones, argumentaciones, interrogantes o diálogos innecesarios. Excepto por una escena sumamente catártica, el dolor de Mary Lamb aparece en sus silencios, sus miradas pérdidas, su lenguaje corporal abatido y su existir parsimonioso, como si ya no tuviese nada por lo que existir.
Igual que los personajes de Sessa y Giamatti, cambia, pero no se desprende del pesar de su pérdida, y parece decirnos “está bien vivir así”. En ella, hay un mensaje de consuelo para quien se sienta ansioso por transitar un duelo o culpable por querer aferrarse a él. Invita, como sus dos compañeros, a dejar de rechazar el lado oscuro de nuestras vidas, para integrarlo y hacerlo parte de nuestro crecimiento personal. Un mensaje que no se merece tres o cuatro nominaciones, sino cuatro o cinco premios.
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