All Of Us Strangers (Desconocidos): Vampiros y amor eterno

Spoilers

No hay muchas películas que haya visto de estreno este año que me hayan entusiasmado; tampoco es que frecuente mucho las multisalas. Pero el otro día en un acto de “perdidos al río” decidí ir a ver All Of Us Strangers (Desconocidos) al cine, y quitarme esa melancolía que me estaba consumiendo la recta final de aquel día. Acerté en ir, pese a que algunos puedan pensar que no es una película para ver en un momento de vulnerabilidad. La película está dirigida por el cineasta británico Andrew Haigh, que cuenta con una pareja de actores difícilmente superables, como es la que conforman Andrew Scott y Paul Mescal. Está basada en la novela de 1987 “Strangers” del escritor japonés Taichi Yamada, de la que se ha hecho una adaptación bastante fidedigna con lo que acontecía en la novela, pero ambientándola en la Londres de la actualidad.

Desde que iniciara su andadura por festivales durante el verano del año pasado, All Of Us Strangers (Desconocidos) no ha parado de conseguir reconocimientos tanto por la película como por sus protagonistas, siendo una película que estaba postulándose firmemente para llegar a tener alguna nominación de cara a los Oscars de este año; algo que finalmente no ha sucedido incomprensiblemente, sobre todo con respecto a la no nominación de Andrew Scott.

Tenía miedo y no quería estar solo

Hay algo muy fascinante en esta película, en la que la emoción es la base central de ella. Dudaba de si escribir o no de ella, porque a veces cuando uno ve algo que le sobrepasa de tal manera, prefiere guardárselo para sus adentros y simplemente recomendar la película en caso de que alguien le pida su opinión al respecto; pero esa emoción tenía que salir de forma escrita. Me es inevitable no emocionarme al volver a visitar esta historia, no porque la asocie con cosas de mi vida (afortunadamente), simplemente porque quizás no haga falta que hayas pasado por ciertas situaciones para sentirte interpelado.

Esta cinta es de las veces que mejor y con mayor sensibilidad se ha tratado el duelo vital, con una belleza y una honestidad que resultan aplastantes para el espectador. El cometido de toda película es ser el reflejo de la verdad, y esta película está construida a base de desoladoras certezas. Pareciendo de primeras un drama romántico, la película mezcla la fantasía y la realidad para desarrollar una historia tan terriblemente dolorosa como reparadora. No maneja una estructura narrativa sencilla, y con bastante ingenio y talento por Andrew Haigh, la película acaba siendo un auténtico milagro fílmico en sí misma. No se limita a ser un drama romántico convencional, sino que se permite ser un drama imaginativo, ya que la imaginación tiene un peso fundamental dentro de esta historia.

Porque Andrew Haigh nos muestra la imaginación como un acto de supervivencia, como un acto de encontrar algo de luz dentro de la desolación. Es por ello que el personaje de Adam es guionista, porque cuando la realidad es tan fría y cruel, qué mejor que la ficción para moldearla, para hacer de nuestras vidas algo mejor. Ese intento de “escapismo” no tiene por qué ser malo, el arte en sí se nutre de ello y puede que todos los que amamos el cine lo practiquemos en mayor o en menor medida. Adam (Andrew Scott) conoce a Harry (Paul Mescal), cuando este se presenta borracho en la puerta de su casa.

Todo lo que vemos está proyectado desde el punto de vista de Adam, que es el gran protagonista de la historia, y que al poco tiempo de conectar física y sexualmente con este solitario extraño, se empieza a abrir en canal y sortear ese dolor del pasado mediante su parte más sensible e imaginativa como individuo. Nos enteramos desde el inicio de la película que Adam perdió a sus padres teniendo él tan solo 13 años a causa de un accidente de coche. Lo que vemos nosotros en pantalla, es a Adam volviendo a verse con sus padres a la edad que ellos fallecieron, visitándoles en la casa que habitaron juntos años atrás; esto es básicamente lo que plantea la película.

Es verdaderamente interesante, ya no solo por el hecho de ese reencuentro que se da entre ellos, sino por la edad en la que vuelve a reencontrarse con ellos; como un espejo en el que Adam se ve reflejado de lo que sabe ahora a su edad, sin la inocencia que tenía por aquel entonces. Los padres (interpretados por Claire Foy y Jamie Bell) se ven incrédulos ante la vuelta de su niño, del que no tenían noticias (por razones obvias) desde hace mucho tiempo. Y aquí empieza a haber una confrontación entre el hombre que es en la actualidad el personaje de Adam, y el niño que fue en su día.

The Power of Love

A nivel de reparto, no hay palabras suficientes para describir lo que hace Andrew Scott en esta película. Y no es que lo haga desde un tono melodramático dado lo trágico que arrastra su personaje, sino que consigue hacerlo desde una finura y una contención que evidentemente de un momento para otro acaba por explotar. Es muy difícil lo que hace, dado a que por un lado tiene que mostrar a ese hombre de mediana edad que ha conseguido salir adelante en la vida, y por otro lado a aquel chaval atemorizado que perdió a sus padres siendo muy pequeño; Ese dolor por esa pérdida tan irreparable, a la vez que siente que hubo muchas cosas que se quedaron sin decirse por ambas partes antes de ello, hacen que el dolor de Adam aflore en forma de ensoñación como válvula de supervivencia.

No es solo el trabajo que lleva a cabo Andrew Scott el que impresiona, también el que llevan a cabo Claire Foy y Jamie Bell en el papel de padres. Comparten algunas de las secuencias más emotivas que recuerdo ver en mucho tiempo; especialmente la que se da en un restaurante. Paul Mescal, no es que esté mal, pero tal y como está concebido el papel que ejerce su personaje dentro de la historia, es casi como un ente del que apenas sabemos nada, pero que es el que desencadena la liberación y la sanación del personaje de Adam, al igual que es el que le hace volver a abrir capítulos de su pasado que vivían reprimidos dentro de él.

Todo lo que nos queda

Es una belleza tanto a nivel formal como de fondo, con esos fundidos encadenados que vemos que nos recuerdan en cierta forma a Aftersun (2022), en la que también se ahondaba en el duelo paterno-filial. Está muy bien medida la película, rebosando una sensibilidad que devora la pantalla por completo, que también lo constata en la manera que tiene de encuadrar a los personajes. Esos primeros planos, esos planos subjetivos que remueven sentidos y que arrastran tantas emociones, me parecen que son de una belleza inaudita.

Los últimos minutos de la película juegan un poco con fuego, al desvelarse algunas cosas que pueden llegar a parecer que rompen con ese equilibrio que estaba manteniendo la película tan bien durante la gran parte del film. Entiendo que haya algunos espectadores que lo puedan encontrar un poco “porno-melodrama”, pero creo que está muy bien justificado a nivel de guion el porqué de ese desenlace entre Adam y Harry.

Solo me queda decir que hacía tiempo que una película no me emocionaba tanto en una sala de cine, y no es para menos. All Of Us Strangers (Desconocidos) es una de las grandes joyas de esta temporada de premios, en un ejercicio de poética y narrativa cinematográfica audaz y ante todo, tremendamente bello. Pese a lo desoladora que resulta, es una película en la que ante todo predomina lo sanador del amor, y es por ello que ese día me sentí menos solo después de haberla visto, de la misma manera que Harry se llegó a sentir menos solo con la presencia de Adam. Estas aquí, estás conmigo. Obra maestra.

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