Días perfectos para ver una película perfecta... Que no ganó nada en los Oscars.

Wim Wenders es uno de los directos vivos consagrados más despreciados por la Academia y por Hollywood; varias veces obligado a vender sus historias a la industria estadunidense para financiar otros proyectos, el director alemán ha sostenido su carrera creativa al margen del mainstream cinematográfico.

Solo dos veces ha sido nominada una película suya a los premios Oscar, en el 2000 con su documental Buena Vista Social Club en la categoría de largometraje documental, y 24 años después, por la bellísima Perfect Days, que para mí, fue la película del año.

Tal vez Hollywood, una industria pop, acelerada, de hiperconsumo y producción de películas y estrellas, no puede acabar de entender el ritmo, la pausa y sobre todo los silencios del cine de Wim Wenders. Y es ahí donde radica gran parte de la belleza filmográfica del director.

Si tuviéramos que hacer un símil del cine del alemán con otro arte, sin duda es con la poesía.

Wenders podría calificarse sin exagerar como un profundo poeta de lo visual, es la imagen su materia prima y como en la poesía, la pausa, el silencio, la economía en la palabra significante, la poderosa metáfora, la hipérbole y otras figuras, son la materia prima de su cine.

Perfect Days es clara muestra de ello, frente a un cine que parece decantarse por un lenguaje tiktoker, efectista, recargado en los juegos de cámara, gamas de colores, dramas épicos de la vida real, panfletos pop, exceso de superhéroes, o pesimismo individualista, Wenders nos propone una historia simple. En un contexto cotidiano, sin demasiados aspavientos, y por tanto conmovedora en extremo, por su forma y por su fondo, la vida de un hombre que está consciente de su presente y lo vive con alegría, cuyo trabajo es un medio para vivir y lo hace con entrega pero sin enamoramientos o falsas expectativas, y cuyo único y gran mérito es vivir la vida de la mejor manera posible.

Wenders se desentiende del caos y las tragedias para centrarse en la búsqueda auténtica de la belleza en una persona común, que además ama la música, los libros, su ciudad, lo que los árboles reflejan y la comida de calle sin despilfarrar palabras y solo hablando lo estrictamente necesario.

Qué hacer ante toda esa otra verdad que el director nos propone en su amado Tokyo, con sus referentes habituales y su guiños: el homenaje a su director referente Yasujiro Ozu, el homenaje a su amigo Lou Reed, o el encuentro entre dos generaciones de mujeres cuando una chica descubre su casete del primer álbum de Patti Smith, Horses.

A Hollywood esas historias que no hablan de héroes ni canallas, ni de épicas aventuras, viajes internos o dramas históricos, poco le importan, pero ese alegato a la calma, la contemplación, la vivencia del presente como una experiencia completa es tal vez de lo que nos urge hablar.

Wenders ha envejecido muy bien, se mantiene fiel a sí mismo, más sabio, más tierno, humanísimo.

Perfect Days no ganó su nominación, pero es tan perfecta, justamente, que era imposible que la Academia la pasara por alto y no la colocara en esa categoría.

Al final Wim Wenders nunca ha necesitado de ese reconocimiento, quienes le seguimos y admiramos su trabajo, conseguiremos haciendo, con la certeza de que lo que siga será una hermosa sorpresa.

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