Recientemente hablé de la primera de la trilogía de Linklater, aquella que se inspiró en una historia verdadera que el propio director tuvo en 1989 en Filadelfia con una mujer llamada Amy. Mi intención es hablar de las tres por separado, y en esta ocasión toca adentrarnos en la que particularmente me gusta más. Quizás porque es la que me toca más de lleno, dado a que me encuentro en esa edad en la que se reencuentran los personajes de Celine y Jesse. Si en Antes del amancer (1995) se nos mostraba el florecer casual de un amor entre dos jóvenes un poco ingenuos e inexpertos, aquí nos encontramos con lo que la vida de adultos ha hecho de ellos.
Es la contraparte de ese momento de pura pasión y ternura del enamoramiento, del juego del amor por así decirlo. Porque cuando estamos en nuestra adolescencia-principios de la veintena aquellos sueños con los que habíamos anhelado tanto o la vida que creíamos que nos aguardaba en la siguiente parada de nuestras vidas, se tiene que dar de cruces con la cruda realidad. Puede sonar cínico y fatalista (y quizás haya algo de eso en cierta medida) pero no necesariamente tiene que ser algo malo. Lo que me encanta de la idea detrás de esta trilogía y en Antes del atardecer (2004) de especial manera, es que, pese a que desecha efectismos propios del género cinematográfico, consigue mantener de manera intacta el puro romanticismo que nos hace vibrar con las grandes historias de amor que hemos llegado a ver en la gran pantalla. En Antes del atardecer (2004), Linklater se mantiene aún más fiel si cabe a lo que habíamos visto en la anterior.

La película prácticamente se desarrolla en tiempo real, cosa que en Antes del amanecer (1995) aunque daba también la sensación de aproximarse a ello, no lo llegaba a lograr de la manera en que lo hace en esta. Linklater tardó nueve años en estrenar esta segunda parte, después del gran éxito que obtuvo la primera; lo que llevó a muchos fans a preguntarse y a teorizar acerca de si Celine y Jesse acabarían por volverse a ver seis meses después en Viena. Linklater llevó a cabo esta secuela por la misma razón que Jesse escribe su libro sobre aquella noche con Celine; es decir, por ver si por un casual aquella chica volvía a su vida. Desafortunadamente no apareció, por una razón bastante trágica.
El tiempo tanto como recurso narrativo como algo físico es algo que a Linklater siempre le ha fascinado, no es una novedad y solo hace falta ver alguna de sus películas como el caso de Boyhood (2013), aunque aquí predomina de manera más especial, lo que lleva que tanto los personajes como los espectadores se vean totalmente abrumados por el momento. Tan sencillo como mostrar su reencuentro de manera fortuita (o no tan fortuita) en la presentación de su libro en la afamada librería parisina de “Shakespeare and Company”, en la que vemos como Jesse vislumbra como si de una alucinación se tratase a Celine encuadrada casi de cuerpo entero.
Lo que vemos a partir de ese instante es una urgencia que se hace devastadora, en la que al juego del amor se le cae la mascara indispensable para sobrevivir ante el dolor y el vacío que también forma parte de las relaciones de pareja; a veces de manera más prolongada, que la parte tierna y feliz que cuenta con más marketing. Ese reencuentro retomado justo desde donde lo dejaron la última vez, hace que todo lo que ha perdurado en su memoria sobre aquella noche y sobre todo lo que les vino después por separado, hiciera inevitable una confrontación con la realidad poco placentera por la que tenían que travesar. En este arranque de la película, tira de planos secuencias que son exquisitos a nivel de dirección.

No busca engalanar la acción, llenarla de nostalgia barata o de un melodrama que pudiera surgir después de tanto tiempo sin verse. Lo que acaba siendo, es un ensayo fílmico sobre lo fortuito y sobre la complejidad que trae consigo la vida adulta a la hora de dar cabida al amor en ella.
“No solo basta con amarse el uno al otro”, parece decirnos Linklater entre la resignación y la aceptación de que las cosas son así, y que los cuentos de hadas ya forman parte del pasado. Esa mascara de la que hablaba anteriormente no es que caiga de un momento a otro, sino que es con el transcurso de ese reencuentro en la que se produce esa catarsis final. Por ejemplo, a la hora de fingir cosas sobre su recuerdo de Vienna. Celine miente al decirle que no se acuerda de haberse acostado con él aquella noche, y quitándole peso al hecho de que el libro tratase de su historia, entre otras cosas.
Ese intento de aparentar con tal de no mostrar las vulnerabilidades y la fragilidad que su amor les ha dejado con el paso de los años, es algo que el director lo refleja con verdadera maestría y que se trabaja tanto a nivel de guion como de dirección de actores. Como dije en la reseña de Antes del amanecer (1995), el trabajo de dirección de actores es clave en lo que plantea Linklater. Julie Delpy e Ethank Hawke vuelven a derrochar una química en pantalla que es arrolladora, haciendo unas interpretaciones más complejas de las que hicieron en la primera parte. Puede que el que hayan crecido a la par que sus personajes les ayudara a encarnar con mayor firmeza el momento vital que estaban atravesando Jesse y Celine. Aquí, si en la anterior los silencios eran claves, aquí lo son mucho más, con dos personajes que han cambiado muchísimo con respecto a los que vimos pasear por las calles de Viena.

Es sobre todo notorio en el caso de Jesse, viendo una interpretación de Ethan Hawke mucho más sosegada y contenida. Toda esa energía y esa locura de juventud que desprendía en Antes del amanecer (1995) se ve desvanecida en gran parte, a causa del desgaste que ha supuesto su matrimonio hasta esa fecha. En ese sentido, me parece formidable lo que hace Hawke en Antes del atardecer (2004), ya que considero que consigue hacer algo mucho más difícil, aunque de primeras no destaque tanto. El personaje de Celine es la que toma el peso de la acción, la que empuja a ambos hacia esa catarsis de la que hablaba antes, y no podía haber nadie mejor que Julie Delpy para llevarla a cabo.
Sin duda el momento de mayor dramatismo de toda la película, es justo ese en el que yendo de camino a la casa de Celine en coche, ella se abre en canal con Jesse. Harta de fingir, hasta de pretender mantener una entereza absurda, muestra su vulnerabilidad y lo que supuso para ella que él escribiera sobre aquella noche en Viena. Su desesperanza ante la búsqueda del amor, todo lo que ha atravesado con sus respectivas parejas hasta esa fecha, la llevan a comprender el vacío absoluto al que se ha visto anclada desde que no volviera a saber más de Jesse; tanto que lo intentó negar, pero que el libro lo volvió aflorar con mucha más visceralidad.

Antes del atardecer (2004) es una película devastadora porque nos recuerda que el juego del amor “no es un juego sencillo” como cantaba Paul Mccartney en “Yesterday”, y que la vida muchas veces aplasta ese amor con todas las vicisitudes que nos depara. No obstante, si tenemos suerte, si somos lo suficiente afortunados como para agarrarnos a esa única posibilidad que nos brinda la vida, quizás podamos bailar una vez más con ese amor que creímos perdido, que creímos que había sucumbido ante el inexorable paso del tiempo. Bailemos al ritmo de Nina Simone, dejémonos llevar una vez más sin pensar en qué traerá esto para nosotros, aparcando el cinismo, aunque sea por unos segundos para volver a abrazar ese romanticismo que llenó nuestra juventud.
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