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El amor que no podrá ser: ¿por qué nos gustan tanto estas historias?

Spoilers

No hay nostalgia peor que añorar

lo que nunca, jamás, sucedió

Joaquín Sabina

Ayer me apareció un reel en instagram sobre una de mis películas de amor favorita: Los puentes de Madison. Era aquella mítica escena bajo la lluvia, cuando los personajes de Clint Eastwood y Meryl Streep se ven a lo lejos y con sus miradas se dicen todo: te amo, me duele que no podamos estar juntos pero entiendo que esto no puede ser. Esta película es una leyenda en la historia de cine, por la química de los protagonistas, por sus actuaciones y por ser una de las historias románticas más memorables de siempre. Cuando me fui a dormir me puse a pensar que las historias de amor que más nos gustan son aquellas incompletas, aquellas que no pudieron ser o incluso esas que no llegaron a nada. ¿Por qué nos atraen tanto, si no tienen un final feliz?

Descolocaste todos mis cimientos

En este tipo de historias se vive un amor desconocido hasta el momento, generalmente apasionado, que llega para que nos cuestionemos todo aquello que habíamos vivido hasta ese día. En Los puentes de Madison, el personaje de Francesca (Streep) era un ama de casa que se sentía incompleta. Tenía un buen marido, pero ella no estaba enamorada, y tenía dos hijos con los que no conectaba mucho. Su vida era intrascendente, no era gris pero tampoco era feliz. Cuando llega Robert (Eastwood) a su vida, todo eso cambia. No es solo una aventura amorosa que le da adrenalina a su vida aburrida, sino que su forma de ser y de ver el mundo le abren los ojos a posibilidades que nunca se había cuestionado.

En cuanto al amor épico que surge entre los personajes en este tipo de historias no hay mucho que cuestionarse. ¿Por qué se enamora perdidamente de alguien que acaba de conocer? ¿Cómo puede una aventura de una semana ser más intensa y más memorable que un matrimonio de décadas? ¿Es posible que Robert haya sido el amor de su vida, cuando en realidad no llegó a conocerlo del todo? Pero todo es como la vida misma. El amor no tiene mucho de lógica. Como decía Cortázar: “como si se pudiera elegir en el amor; como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”.

Lo que pudo ser (no se sabe)

Una cualidad decisiva de este tipo de historias es la idealización: aquello que no pudo ser, no sabemos cómo podría haber sido. Por lo tanto, lo que nunca existió se puede idealizar, porque no lo conocemos, no existe. Y es muy fácil inventarnos eso que no pudo ser, construyéndolo en nuestra mente como algo maravilloso.

No solo Francesca y Robert idealizaron su relación y su vida juntos que no pudo ser. Los espectadores también la idealizamos. Como no la vemos (solo vimos el breve enamoramiento, esa primera parte tan perfecta) la podemos imaginar como aquella historia épica de amor. Pero, ¿quién nos dice que eso hubiera funcionado? Tal vez no eran compatibles, tal vez se hubieran matado luego de dos meses juntos. O tal vez sí fue uno el amor de la vida del otro y así, solo que no pudo ser. No lo sabemos y nunca lo sabremos. Solo existe en nuestra memoria, y eso lo vuelve tan hermoso.

Pero hay un error en idealizar demasiado esos amores que no pudieron ser. Una de mis películas de amor favoritas es Secreto en la montaña, que cuenta la relación secreta entre dos cowboys alrededor de dos décadas que termina con la trágica muerte de uno de ellos. Si bien la homofobia de la sociedad y lo peligroso que era ser abiertamente homosexual en aquel tiempo (justamente Jack es asesinado en un ataque homofóbico) influyeron en lo tóxico de la relación, no podemos afirmar que el de ellos era un amor muy sano. Sí fueron felices por momentos y se quisieron, pero siendo sincera, tal vez lo que nos atrae tanto de esta película es la relación prohibida y condenada por la sociedad. Tal vez si ellos terminaban juntos y veíamos su vínculo en libertad… no nos hubiera atraído tanto. En fin, mi punto es que no es positivo idealizar tanto estas historias solo por ser románticas y ser trágicas: hay que mirarlas con ojo crítico al igual que a las relaciones tradicionales.

Un amor que nunca envejecerá

Dicen que las celebridades que murieron jóvenes (Marilyn Monroe, Kurt Cobain, Amy Winehouse) nunca envejecerán en la memoria colectiva porque siempre permanecerán como era antes de morir. Así pasa con aquellas historias de amor épicas: se quedan congeladas en el tiempo, en aquel momento de la primera etapa en la que todo es lindo y sin defectos.

Este es el caso de otra película de amor famosísima como Titanic. La historia de amor entre Rose y Jack dura menos de una semana (bueno, no pretendamos ver estas películas con ojos realistas) y luego de que él muere, ella se salva y forma una nueva vida, tomando su apellido. Se casa y tiene una familia, e incluso ochenta y cuatro años después se sigue acordando de él, porque él fue el amor de su vida. Al final de Titanic vemos que Rose sueña con toda la gente que murió en el hundimiento del barco y su versión joven se reencuentra con Jack, que nunca ha envejecido. Todo ha quedado congelado en aquel tiempo.

Por último, quiero nombrar a otro clásico del cine romántico: Casablanca. Rick e Ilsa tuvieron una aventura en el pasado, pero ella se fue porque estaba casada y su marido corría peligro. Cuando se reencuentran ella le confiesa que en realidad lo ama él, y él le dice que no la ha olvidado. Ilsa decide quedarse con él, pero Rick la alienta a irse con su marido, porque es con él con quien debe estar. Allí, en la despedida, se pronuncia una de las frases más icónicas de la historia del cine: “siempre tendremos París”. El protagonista se refiere a que, aunque no puedan estar juntos, nadie podrá robarles aquel tiempo en el que se conocieron y se enamoraron en París. Por lo tanto, lo único que les queda fue esa época idealizada. Otra vez, no existe presente ni realidad, solo pasado y lo que podría haber sido pero no fue y nunca será.

Este tipo historias son trascendentales porque representan historias prácticamente imposibles si lo vemos a través de la óptica cotidiana y realísticas, y porque nos hacen creer en aquel amor que sobrevive a pesar de las dificultades, a lo largo de toda una vida. Nos lo presenta como algo sagrado e irrompible. Y nos gustan tanto porque, en un mundo donde todo está roto o todo se rompe fácil, decidimos creer por momentos en que lo eterno y verdadero por lo menos ocurre unas pocas veces en la vida.

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