Aprovechando que la Filmoteca Española le está dedicando una retrospectiva a la filmografía del gran Vincente Minnelli, me gustaría dedicarle varios de los textos; así, de alguna manera, puedo trasmitiros la emoción que están causando estas proyecciones en 35mm de algunas de sus obras más significativas. Al hablar de Vincente Minnelli, siempre la primera película que me viene a la cabeza es Cautivos del Mal (1952), lo que no es raro dado a que fue una de las primeras películas que vi siendo niño, debido a la fascinación que sentí la primera vez que vi a Kirk Douglas en Espartaco (1960) de Stanley Kubrick.
Desde entonces la he visto infinidad de veces, pero no fue hasta el día de ayer que la pude ver en pantalla grande, en una copia maravillosa en 35mm. Por lo que, me resultaba inevitable a nivel personal, escribir sobre la que más me ha marcado y que sinceramente considero como su gran obra maestra. Junto a El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder, Cautivos del Mal (1952) es la película que mejor retrató la edad dorada de Hollywood. El esplendor que se mostraba de cara a la galería, se contraponía con el retrato tan desolador que se hizo en estas dos películas, lo que me trae a la mente esa mítica frase de Marilyn Monroe de “en Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma”.

Y pese a que la película guarda semejanzas con la peli de Wilder, y pese a hacer claros homenajes a otras películas de la época como La mujer pantera (1942) de Jacques Tourneur, la película que más me recuerda, sobre todo en cuanto a estructura narrativa se refiere, es nada menos que a Ciudadano Kane (1940) de Orson Welles. Al final, las dos nos han dado a dos de los antihéroes más icónicos de la historia de Hollywood como son Jonathan Shields y Charles Foster Kane, ambos inspirados en personas reales de gran poder e influencia: David O. Selznick en la industria de Hollywood y William Randolph Hearst en la de los medios de comunicación estadounidenses. Pero me gustaría incidir algo más en la de Selznick que es la que nos ocupa en el día de hoy, el cual fue sin ninguna duda el productor más importante que ha tenido Hollwyood en su historia. El que Minnelli se atreviese a hacer una película sobre él cuando todavía estaba en activo, parece casi una temeridad, teniendo en cuenta la influencia que tuvo Selznick hasta el que falleciera el 22 de junio de 1965.
Alimentando una ilusión artificiosa
Cautivos del mal (1952) es una película desgarradora y muy sombría, como no podía ser de otra manera, viéndolo desde el mismo inicio de la película en escenas tan impactantes como la del funeral del padre de Shields. Ese primer encuentro entre Jonathan y Fred (interpretado por Barry Sullivan) es fascinante, en el que vemos a Fred maldiciendo en voz alta a su padre y a todo lo que representaba. A pesar de ello, Jonathan busca posteriormente el conectar con él a sabiendas que forma parte de la industria del cine, lo que de alguna manera ya nos deja entrever el carácter y la manera de actuar del personaje que interpreta Kirk Douglas.
De igual manera, después del funeral vemos cómo va repartiendo dinero a la gente por haber ido a hacer el “paripé” llorando por la muerte de Shields padre. Esa ilusión, ese artificio del mundo de Hollywood, Minnelli lo retrata hasta su última instancia, en una clara declaración de intenciones que nos dice que no habrá cabida para la complacencia.

El orgullo, la vanidad y sobre todo la ambición desmedida es lo que infunde Jonathan Shields en Cautivos del Mal (1952), en la que Minnelli no solo consigue con maestría el mostrar al espectador el cómo lucía la Hollywood gobernada por los grandes estudios, sino que hace un gran ensayo sobre la condición humana, teniendo como estructura narrativa las diferentes historias de los personajes que quedan marcados por Jonathan Shields. Es ahí donde yo encuentro muy similar narrativamente a Cautivos del Mal (1952) y Ciudadano Kane (1940), al valerse de distintos puntos de vista para reconstruir a la marcha la figura del gran antihéroe que protagoniza cada película; aunque puede que lo que planteara Mankiewicz llegara a verse dotado de una mayor complejidad que en el caso de Charles Schnee.
La oscuridad tiene su propia vida
En una de las escenas más gloriosas de la película, Jonathan Shields le plantea a Fred con sumas dotes imaginativas lo que es de verdad el miedo. Aquello que hace que uno sienta verdadero terror a la hora de ver una película de dicho género. En un homenaje maravilloso a La mujer pantera (1942), Shields y Fred deciden no mostrar a los actores, sino alimentar la imaginación del espectador sin mostrarles en ningún momento lo que de verdad está pasando en escena. Esa idea ilusoria, está presente a lo largo de todo el filme y es en gran parte lo que hace que la película se vea estéticamente tan increíble. El juego de iluminación, de luces y sombras que realizó Robert Surtees para la película de Minnelli es de una belleza esplendorosa, llevándonos por la psique de los protagonistas y más concretamente por la mente de Jonathan Shields.

A nivel formal, son recurrentes los movimientos de cámara en grúa, para dar esa sensación de cine dentro de cine, como una matrioshka que fuera abriéndose continuamente delante de nuestros ojos. Es como estar detrás de donde se desarrolla la magia, el mundo que hace posible el otro que luego vemos en pantalla. Pero también tira de este tipo de movimientos de cámara en grúa para encuadrar la acción en plano picado en situaciones que no se desarrollan en los propios rodajes de Shields, lo que me parece acertado por parte de Minnelli porque es como reincidir en esa noción de cómo la vida de este productor sin escrúpulos, ha perdido toda noción de lo que es falso y de lo que es real; aunque los que están contando la historia sean la contraparte.
Su maravilloso final
El final de Cautivos del mal (1952) lo tiene todo, en la que, de manera concluyente tras haber visto las historias de Fred, Georgia Lorrisson (interpretada por Lana Turner) y de James Lee (interpretado por Dick Powell) volvemos a la acción en tiempo real en la que arranca al principio la cinta. ¿A qué nos lleva todo esto, más allá de conocer las motivaciones de este productor de Hollywood y todo el daño que causó a su alrededor? Pues el ver cómo su figura caída desde el olimpo, se ve respondida por las tres figuras que más marcaron su carrera.
Puede que no sea un final muy sorprendente, pero desde luego que tampoco necesitaba de más. Una vez que oyen como Harry Pebbel (interpretado por Walter Pidgeon) les suplica de parte de Shields que le ayuden a volver a empezar de nuevo, Fred, Georgia y James abandonan la sala, pero lo que hacen a continuación es lo que hace memorable a este final. Ellos salen, pero todavía se hacen eco de la desesperación de Shields a través de la voz de Pebbel, viendo como hay algo en ellos que hace que empaticen, al igual que nosotros mismos como espectadores.
Lo poco imaginativo hubiera sido que se arrepintiesen y que volvieran a la sala, pero en su lugar, Georgia coge el teléfono de la entrada para escuchar la conversación, pero no escuchamos la voz de Shields. No escuchamos la voz de Shields, y eso es magistral porque sigue con esa idea de dejar a la imaginación del espectador lo que sucede, que esa sensación nazca de nuestro propio fuero interno. Fred y James también se ven atraídos por escuchar lo que está escuchando Georgia, por lo que vemos como se acercan poco a poco, en uno de sus finales tan sencillos como gloriosos.

Puramente cinematográfico, en una de esas películas que muestran lo más desolador y por qué no decirlo, trágico del mundo del entretenimiento, pero también la pasión y la gran fuerza imaginativa que reside en el mundo del cine y más concretamente en ese Hollywood de las grandes majors y de las grandes estrellas que marcaron un antes y un después en la manera de entender el cine.
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