“Hotel Ruanda”: las mil colinas de vida, muerte y cinismo

Spoilers

Basada en una historia real, en su momento contó con tres nominaciones al Óscar, incluyendo Mejor Guion Original, tres nominaciones a los Globos de Oro, incluyendo Mejor Drama, fue ganadora del Premio Humanitas (galardón que se concede en Estados Unidos a las producciones televisivas o cinematográficas cuyas historias promuevan la dignidad humana, la libertad y la comprensión entre las personas), también del Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Toronto, recibiendo decenas de nominaciones en distintos festivales y para distintos premios en el mundo (en general no de primer orden, vale aclararlo), tanto para la película, como para su actor principal, Don Cheadle, para su actriz secundaria, Sophie Okonedo, para su guion, su banda sonora y/o para su canción original.

Hotel Ruanda nos ubica, básicamente, en los 100 días más terribles que ha vivido la población ruandesa desde la creación de ese Estado de la zona de los Grandes Lagos: los días del genocidio tutsi. Entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, unos 800.000 tutsis -junto a hutus moderados-, el 70% de la población tutsi de Ruanda en ese momento, fue asesinada a manos de los extremistas hutus que ocupaban el gobierno y la población que se sumó a sus órdenes de exterminio, en una de las escaladas de violencia más vertiginosas y sanguinarias que ha conocido el siglo XX, por no hablar de toda la historia. La violación también fue un componente estructural del genocidio: las estimaciones refieren que unas 250.000 mujeres -y al alza- fueron violentadas sexualmente y de las maneras más brutales, no solo buscando el daño físico, sino también el psíquico y simbólico, un arma empleada tanto contra ellas por su condición de tales como contra toda la comunidad.

Terry George (Belfast, 1952), quien en 2016 abordara otro caso de genocidio, como es el armenio, en La promesa, en esta oportunidad eligió plantear su historia desde el lugar del heroísmo, basándose en la historia personal de Paul Rusesabagina (1954) -uno de esos seres humanos a los que se denomina “rescatadores”-, un individuo perteneciente a la etnia hutu que fue fundamental para que más de mil ruandeses conservaran la vida durante los meses de lo atroz; alguien a quien -en estos tiempos en donde todo puede ser alimento del marketing- se lo ha llegado a denominar el Schindler ruandés, haciendo alusión a Oskar Schindler, el empresario alemán, afiliado al partido nazi, que salvara a aproximadamente 1.200 judíos de Cracovia de la muerte en el campo de exterminio de Auschwitz. Incluso desde el número de personas rescatadas se realiza la comparación, ya que Rusesabagina logró, en base a contactos y sobornos, que 1.268 ruandeses, mayoritariamente tutsis, pero también hutus, salvaran sus vidas refugiándose en el Hôtel des Mille Collines, del cual era gerente.

Luego del éxito del filme, que llevara a que se conociera su historia a nivel mundial, Rusesabagina recibió varias distinciones vinculadas a los derechos humanos y creó la Fundación Hotel Ruanda Rusesabagina con la intención de colaborar en que nuevos genocidios no se produjeran (por la búsqueda que realicé, al día de hoy parece no estar en funcionamiento). Sin embargo, su carácter de héroe rescatador ha sido puesto en tela de juicio en los últimos años por una serie de testigos que han dicho y escrito que lo que sucedió no es como se lo relata, ya que Rusesabagina llegó a extorsionarlos para garantizarles su seguridad, haciéndolos pagar por la comida y el hospedaje, y que llegó incluso a brindar una lista de huéspedes a uno de los comandantes del ejército ruandés, con sus respectivos números de habitación (el accionar de los observadores de Naciones Unidas, que lograron cambiar los números de puerta a tiempo, mezclándolos para generar confusión, habría llevado a que no pudieran hallarlos).

Estas controversias se han dado, casualmente, luego de que Paul Rusesabagina, ya con su prestigio a cuestas, se convirtiera en un ferviente opositor del gobierno ruandés posgenocidio, denunciando la corrupción gubernamental que campea en el país -según entiende- y acusando de crímenes de guerra, incluso declarándolo ante tribunales de la ONU, al Frente Patriótico Ruandés (FPR, el grupo revolucionario tutsi que pusiera fin al genocidio tras su avance desde Uganda) y a uno de sus líderes y fundadores, Paul Kagame, quien ha sido presidente del país desde el año 2000 hasta la fecha, ganando varias elecciones -cuestionadas elecciones- consecutivamente, y que previamente, entre 1994 y 2000 fuera vicepresidente. Dato adicional: Paul Kagame es hoy un líder político que posee varias causas abiertas en su contra, en Europa, por diversos crímenes de lesa humanidad.

Sumado a esto, Rusesabagina, en el año 2006, fundó el Partido de la Democracia en Ruanda-Ihumure (PDR-Ihumure), el que funciona fundamentalmente desde el exilio en Estados Unidos y Europa e integra la coalición de grupos y partidos de oposición Movimiento Ruandés para el Cambio Democrático (MRCD), coalición de la que Paul ha sido presidente y que se asienta mayormente en la diáspora.

En estos últimos años, Rusesabagina ha sido acusado de terrorismo por el régimen liderado por Kagame por su vinculación -de acuerdo a los argumentos de la fiscalía- con el Frente de Liberación Nacional (FLN), brazo armado del PDR-Ihumure, que se atribuyera los atentados de 2018 en Ruanda. Detenido en 2020 -se dice que a través de un engaño que lo hizo aterrizar en el país sin que él lo tuviera previsto-, declarado culpable y condenado a 25 años de prisión en 2021 -en un juicio que ha recibido diversas críticas desde organismos internacionales por su falta de garantías procesales-, su pena fue conmutada por el presidente Kagame en marzo de 2023 -luego de que el país fuera sometido a distintas presiones por parte de algunas de las organizaciones más importantes de defensa de los derechos humanos y de EE.UU. y varios países europeos-.

Al momento del genocidio, Paul Rusesabagina (un muy solvente Don Cheadle en la película) trabajaba como gerente del Hôtel des Mille Collines (Hotel de las Mil Colinas, siguiendo una de las denominaciones que recibe el país africano), el que devino en refugio para ese más de un millar de seres perseguidos y horrorizados durante aquellos 100 días atroces. El establecimiento era un hotel de cuatro estrellas, propiedad de la aerolínea belga Sabena, situado en Kigali -capital de Ruanda-, que vivía fundamentalmente de los turistas franceses y belgas que llegaban al país. Rusesabagina también había desarrollado su tarea profesional en otro de los hoteles de la compañía, el hotel Diplomat, un establecimiento asimismo importante en aquel país, por lo que era conocido por mucha gente influyente. Era un hombre carismático, respetado, muy eficiente, que se había ganado la confianza no solo de su empresa, sino también la de varios agentes políticos y militares locales. A esas virtudes, Paul sumaba el hecho de realizar importantes regalos a los visitantes asiduos de los hoteles en los que se desempeñaba (lo que luego redundará a su favor en el momento de la crisis). Su condición de hutu, por otra parte, sin dudas contaba a su favor en aquel momento.

Terry George, al comenzar el filme, nos ubica en los días previos al genocidio (fines de marzo, comienzos de abril de 1994), días trascendentes para Ruanda ya que se estaba a punto de firmar un acuerdo de paz entre el gobierno hutu del momento y los líderes del Frente Patriótico Ruandés, acuerdo que detendría la guerra civil que había estallado luego de que el FPR iniciara, en 1990, acciones armadas desde Uganda y hubiera invadido el país intentando derrocar al gobierno. Aquí, asumo que por motivos de desarrollo dramático, George se toma la atribución de retrasar esa firma, ya que se había dado el 4 de agosto de 1993; es lo que se conoce como los Acuerdos de Arusha, firmados en Tanzania, que preveían un gobierno de transición y el despliegue de una fuerza internacional que garantizara el proceso acordado.

Durante ese breve preámbulo, veremos el accionar de Paul como gerente, con todo su despliegue de seducción frente a turistas y autoridades, pero también el clima de tensión que ya se vivía en las calles y en los medios de comunicación a través de la propaganda antitutsi, y la participación de la UNAMIR (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda, en su sigla en inglés) en el país, la misión de paz a cargo, en el filme, del coronel Oliver (Nick Nolte en una actuación poco convincente; alusión directa al teniente-general Romèo Dallaire, el verdadero nombre del jefe canadiense de la misión en Ruanda, quien intentara sin éxito, una y otra vez, la ampliación de su contingente, la variación del estatus de su misión y la intervención de la ONU y de Occidente para detener la matanza que se desarrollaba antes sus ojos y los del mundo).

Paul es un hombre que prefiere no involucrarse en política, “la familia es todo lo que importa”, llega a comentarle a su esposa al ser interpelado por esta; le gusta el dinero y le preocupa el “estilo”: sus regalos tienen una impronta personal, le gusta vestir bien, siempre luce impecable; desde cierta inocencia, no cree en los rumores que circulan sobre lo que se avecina, asume la presencia de la ONU y de la prensa mundial en el país como las garantías necesarias para el mantenimiento del orden y la paz.

Mientras tanto, la comparecencia en las calles de las milicias interahamwe (“los que están juntos”) aumenta día a día, la impunidad que sienten para atacar a los miembros de la etnia hutu también. Terry George nos brinda un amplio panorama de lo que se vive por aquellos días, pero también de algunos datos históricos que explican los basamentos del enfrentamiento entre las etnias, producto claro de las políticas colonialistas europeas llevadas adelante durante décadas y de ciertas alianzas con élites locales. Lo hace a través de los encuentros que sostiene Paul con sus proveedores de contrabando, de sus intercambios en el hotel con diferentes figuras públicas, de las reuniones de las que somos testigos, de la información que nos proporciona la prensa -típico recurso cuando se trata de contextualizar hechos como los que aborda Hotel Ruanda-.

El hotel se presenta como el centro neurálgico de la vida en Ruanda, un lugar donde se condensa y sintetiza la política del país, tanto nacional como internacional, lo que nos prepara para que asumamos que en él y a través de él viviremos lo que suceda posteriormente durante los días del genocidio. El hotel será un símbolo, la metáfora de un país.

Tatiana, la esposa de Paul, es tutsi; asimismo sus vecinos; de todos modos, confían en el hutu Paul; es un hombre compasivo y acuden a pedir ayuda. Él insiste en que las cosas no pasarán a mayores. Sin embargo, el clima hostil crece en la ciudad, la palabra “cucarachas” para denominar a los tutsis (parte de la deshumanización de la víctima) es cada vez más frecuente, tanto en la calle cuanto en la radio (medio fundamental en la preparación y ejecución de los asesinatos), los disparos comienzan a escucharse con más asiduidad, las muertes ya son visibles y se perciben alrededor, el ejército y las milicias paramilitares empiezan a tomar las vías de tránsito para cerrarlas a través de retenes... Terry George emplea la cámara lenta para mostrar -sin grandes detalles- el miedo, el dolor y el horror, el sonido de los balazos cobra mayor volumen, la música acompaña el sufrimiento, el machete con el que se suele identificar el genocidio en Ruanda -arma cliché, aunque no necesariamente la única ni principal-, va apareciendo aquí y allá, ganando en frecuencia.

El 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaba el presidente Habyarimana junto a su par de Burundi, Ntaryamira, es derribado; ambos mueren. Esta será la chispa que encienda lo atroz. El 7 de abril, la primera ministra, sucesora en el mando, también hutu, es asesinada, y junto a ella, 10 soldados belgas de las fuerzas de paz de la ONU, que además son mutilados. A partir de ese momento, todo resultará incontrolable. Por un lado, las milicias paramilitares Interahamwe -grupo prominente, aunque no el único-, que habían sido entrenadas por el propio ejército ruandés, con participación de Francia, y armadas también por dicha potencia -de influencia hegemónica en la zona desde los años 80-, entrarán definitivamente en escena y realizarán los actos más sanguinarios y brutales que puedan imaginarse; por el otro, las potencias occidentales retirarán a la mayor parte de sus fuerzas del lugar y no moverán pieza alguna para poner fin a las matanzas (Francia lo hará tardíamente), dando lugar a una de las retóricas más cínicas que se recuerden desde la creación de las Naciones Unidas, demorando -al no declarar la comisión de genocidio- o negando la intervención en la región a partir de la invocación de impedimentos burocráticos o apelando a cuestiones de forma que ataron de pies y manos, y también pretendieron amordazar al teniente-general Romèo Dallaire (coronel Oliver en el filme) y sus soldados en la UNAMIR, impidiendo buena parte de su accionar.

Este será uno de los puntos en los que Hotel Ruanda hará foco: la crítica al proceder de la ONU y las potencias occidentales durante el desarrollo del genocidio; un genocidio, por otra parte que, a diferencia de otros casos, estaba siendo observado en directo por buena parte del mundo.

En este sentido, uno de los momentos mejor logrados del filme es el momento en que las potencias envían tropas para retirar del país a sus connacionales y funcionarios y establecen claramente que no hay lugar para ruandeses en sus convoyes. Apelando a distintos lugares comunes muy efectivos, como a lo largo de toda la película, George muestra el desprecio de Occidente por esos “negros matándose entre sí”. Ni siquiera los niños son considerados. Ni siquiera la iglesia católica, con la importancia que puede revertir para estos países, es considerada en su reclamo de que los lleven consigo. En la pantalla todo queda claro, los blancos están de un lado, los negros del otro. Otra vez el prejuicio y la subestimación racial. La lluvia cae, un coro de niños canta desde la banda sonora, y los occidentales miran por la ventana de sus buses -con más o menos sentimiento de culpa- a aquellos que permanecerán en el hotel, a expensas de sus perpetradores, ya casi sin impedimentos a la vista para concretar su propósito.

A esas alturas, el hotel se ha convertido en el asilo de centenares de personas, incluyendo, por supuesto, a la familia de Paul y a sus vecinos. Este sostiene el lugar con liderazgo y autoridad, sabe que posee enemigos internos entre sus subalternos y se las ingenia para mantenerlos bajo control, provee alojamientos y alimentos para todos los que llegan; mientras tanto, soborna a todo el que puede con todo lo que está a su alcance para ganar tiempo que acerque la ayuda tan anhelada. Pero sus recursos son finitos, los días, semanas, meses, avanzan y ya no solo escasea el dinero, las joyas o el alcohol con los que comprar voluntades -o al menos alquilarlas por un rato-, sino también la comida y el agua, incluso el de la piscina. A esas alturas, Paul ya ha comprendido que lo importante no solo es su familia, más allá de sus constantes muestras de devoción, amor y cuidado; ha asumido la responsabilidad por todos los refugiados. También el “estilo” ha quedado en gran parte de lado; hay asuntos más trascendentes que resolver. Tampoco las lisonjas resultan ya necesarias cuando es la vida lo que está en juego y la esperanza no sabe de qué agarrarse para resistir los embates de la realidad. La tensión y el peligro son constantes y Terry George los maneja con gran pulso.


Si bien en algún instante cierto aire de truculencia gana la escena, Terry George no se regodea en ello y rápidamente sale de allí. Vale establecer que el horror de lo vivido podría haber derivado en muchas más escenas de muertes violentas, mutilaciones o violaciones en primer plano; sin embargo, todo está más sugerido que mostrado. George no tiene intenciones de hiperrealismo. Sin dudas, la película apunta al gran público y esto no hubiera colaborado en garantizarlo. Ese “aire de truculencia” que en determinado momento muestra a Paul cayendo entre cuerpos que tapizan la ruta e impiden el tránsito habitual del vehículo, en medio de la bruma de la madrugada, puede leerse más como un homenaje a Los gritos del silencio, el filme de Roland Joffé sobre el genocidio en Camboya, que como una apuesta propia por esa forma de graficar lo terrible.

Quizá para muchos resulte más gráfico, más perturbador y conmovedor escuchar a una niña decir y decirse, frente a la amenaza inminente de la muerte: “prometo que no seré tutsi nunca más”. Precisamente de eso se trata el genocidio.

* * * * *


Ficha técnica

Título original: Hotel Rwanda

EE.UU./Reino Unido/Sudáfrica/Italia, 2004, 121 min.

Dirección: Terry George

Producción: Terry George, A. Kitman Ho

Guion: Terry George, Keir Pearson

Fotografía: Robert Fraisse

Música: Afro Celt Sound System, Rupert Gregson-Williams, Andrea Guerra

Edición: Naomi Geraghty

Elenco: Don Cheadle (Paul Rusesabagina), Sophie Okonedo (Tatiana Rusesabagina), Desmond Dube (Dube), Nick Nolte (coronel Oliver), Fana Mokoena (general Bizimungu), Hakeem Kae-Kazim (George Rutaganda), David O'Hara (David), Joaquin Phoenix (Jack Daglish), Tony Kgoroge (Gregoire)

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