El Genocidio Armenio ha dejado innumerables historias individuales y colectivas perfectamente trasladables a la pantalla grande. Esto podría decirse de cada acontecimiento de esta índole atroz. Todos los genocidios -tristemente- poseen historias para contar, de diversas características, tonos y carices. Hollywood lo sabe. Lo sabe hoy y lo sabía en 1919, cuando fue a buscar la de Aurora Mardiganian, una sobreviviente del genocidio que había llegado a Estados Unidos y había contado parte de su peripecia de supervivencia para algunos periódicos de la época. Ella misma sería la protagonista del filme que relatara su historia: Subasta de almas.
La diferencia entre aquellos días, 1919 para el caso, y los tiempos actuales, era que el Imperio Otomano acababa de ser derrotado en la Gran Guerra, entre otros por EE.UU., y para la creación de la República de Turquía aún restaban cuatro años. En aquel momento, en Constantinopla (la Estambul del futuro) se iniciaba el arresto de algunos de los más destacados dirigentes del Partido Unión y Progreso, muchos de quienes habían liderado el intento de exterminio de los armenios (otros ya habían huido). Comenzaban los únicos juicios conocidos hasta la fecha contra algunos de los responsables de idear y llevar a cabo lo atroz. Hoy, mientras tanto, la República de Turquía es un Estado ya consolidado y poderoso, que goza de los beneficios de su ubicación geoestratégica, de su poderío económico, de sus alianzas con la mayor parte de los países poderosos del mundo. Aquella derrota devino en varias “victorias” posteriores. Entre ellas, las de la impunidad.
Ya en 1920, producto de las negociaciones con el nuevo nacionalismo turco, los ingleses liberaron a los inculpados apresados en la isla de Malta. De los juicios, hoy se conserva únicamente su memoria y ciertas actas transcritas antes de su presumible destrucción. La República de Turquía los desconoce, y el resto de la “comunidad internacional” hace caso omiso al registro histórico de estos. Del mismo modo, hace caso omiso a los numerosos archivos probatorios de lo acontecido que se conservan, tanto en los repositorios de algunos de los Estados circunstancialmente enemigos de aquella época como en los de los Estados circunstancialmente aliados. Son pocos los que acusan recibo de la demanda armenia, también histórica, de reconocimiento del crimen. Recién en el último decenio, a más de 100 años del inicio del intento de exterminio, algunos de esos Estados poderosos han reconocido el delito como genocidio.
Por lo tanto, dado que el Negacionismo turco -una verdadera industria de la negación- campea sin pudor alguno, otra de las diferencias que podemos hallar con los días en que Aurora Mardiganian estrenaba para Hollywood su historia de dolor, horror y resiliencia, es que la “meca” del cine, como algunos la llaman, no realizó ninguna otra superproducción acerca del Genocidio Armenio por casi 100 años: la siguiente realización de ese tenor se dio recién en 2016 y se llamó La promesa. Indudablemente, la alianza entre Turquía y Estados Unidos, y la de su Departamento de Estado con las compañías productoras, ha dado buenos dividendos y los proyectos cinematográficos que se crearon durante ese período fueron a dar al rincón de los recuerdos. De algunos casos de presión y cancelación, hay registro; de otros, solo el olvido.
Subasta de almas (Auction of souls, el original en inglés), la obra que tuvo una gran difusión dentro y fuera de Estados Unidos, sobre todo en los países vencedores de la Primera Guerra Mundial, que tuvo una importante repercusión en aquel entonces, que recaudó muchísimo dinero para colaborar con los miles y miles de huérfanos del genocidio, que también, al parecer, cambió de título en más de una oportunidad -Ravished Armenia, Armenia crucified- y a la que, según se cuenta, se le efectuaron distintos montajes, finalmente fue extraviada o destruida. Las razones de ello, todavía no han sido esclarecidas fehacientemente. Lo que sí se conoce es que recién en 1994 se encontraron 18 minutos de aquella cinta, lo único que se conserva hasta el día de hoy.
Parte de esos fragmentos recuperados son utilizados de manera certera y efectiva en El amanecer de Aurora, una película de animación que relata la vida de Aurora Mardiganian mezclando imágenes de archivo diversas: las de la ficción señalada, las de entrevistas a la propia Aurora ya en su ancianidad -sin que esto signifique afectación alguna de su lucidez-, las de registros de época de carácter documental o de no ficción. En todo momento, la integración se percibe funcional y armónica, sin forzamientos ni fisuras, siempre atractiva y seductora. Hay una gran habilidad en su empleo y enriquece notoriamente la historia.
Son precisamente esas imágenes -de gran calidad digital, por otra parte-, de portentoso valor y portentosa resignificación, las que dotan al filme de la vitalidad y el dinamismo que no logra generar la propia animación, la que, si bien luce muy bella en pantalla (algunos pasajes y paisajes resaltan por su atractivo de carácter pictórico), por la técnica utilizada, la de la animación limitada, presenta cierta rigidez (la técnica simplifica los movimientos animados, lo que permite reducir los tiempos y costos de producción; si bien puede existir una opción estética en dicha elección, es probable que lo anterior haya sido lo determinante para tomarla). Posiblemente, la insistencia en el uso de la voz en off para generar el relato, tampoco colabore para menguar esa “carencia”. Un relato, por otra parte, cargado de emotividad y dureza, que de haber apelado más a los diálogos en determinados momentos -pienso en voz alta-, quizá hubiera obtenido mayores beneficios en el sostenimiento de su historia.
De todos modos, la historia de Aurora Mardiganian ha sido y es poderosa y atrapante en sí misma. Son tantos los avatares vitales por los que atraviesa, tan terribles, tan fracturantes, que resultan casi inverosímiles. Lo mismo sucede con su capacidad de sobreponerse a las adversidades y de adaptarse una y otra vez a nuevas circunstancias, ya no solo en su tierra natal dentro del Imperio Otomano, sino también a posteriori, en su país de adopción: Estados Unidos. Podría presentarse como el epítome de lo que hoy suele denominarse resiliencia. La realidad siempre supera a la ficción, reza una proverbial frase popular; lamentablemente, debo decir para el caso.
Al momento de iniciarse el genocidio, Arshaluys -que ese era su nombre real- era una adolescente feliz dentro una familia numerosa que poseía un buen pasar económico. En poco tiempo, todo ello desaparecerá: el bienestar económico, la felicidad, la propia familia. Su padre y su hermano, primero, por varones -había que eliminar toda posible resistencia-; sus hermanas luego, durante las deportaciones a través de los desiertos de la Mesopotamia; finalmente su madre, ya exhausta. Ella es raptada y vendida como esclava; se escapa, pero vuelve a la caravana; se reencuentra con sus tías, pero las ve morir; se vuelve a escapar, llevándose a su primo de dos años; luego de un tiempo compartido con una pareja de kurdos, deja allí a su primo e intenta volver con algunos armenios que habían liberado, junto a los rusos, cierta parte de su región natal; nuevo secuestro y nueva venta; formará parte de un harén del que también logrará escapar... y podríamos seguir.
Este racconto evita detalles del horror, evita hablar de los abusos sexuales, las violaciones, evita ingresar en lo escabroso de todo ese devenir. Lo mismo hace el filme de Inna Sahakyan: lo menciona, lo deja entrever, pero no se detiene allí, no se regodea en la humillación y el terror, no pretende el voyerismo del morbo. Perfectamente, puede ser una decisión filosófico-creativa, ética. Asimismo, es indudable que dicha decisión permite llegar a un público más numeroso, de diferentes franjas etáreas; Sahakyan entiende -asumo- que todo aquello podría ocasionar alejamientos innecesarios. Se privilegia dar a conocer los hechos y abarcar la mayor cantidad de público posible. Quizá, luego de informada, sea la propia audiencia quien vaya en busca de los detalles.
Pero permítanme detenerme a mí un instante en ellos: “El genocidio, sin dudas, abarcó a la totalidad de la población armenia. Hombres y mujeres sufrieron el asesinato masivo, las torturas, el despojo, el hambre, las enfermedades, la deportación... Sin embargo, determinadas acciones específicas se llevaron a cabo sobre mujeres y niñas, y ellas están vinculadas tanto a su condición étnica, como a su condición religiosa y de género: sufrieron por ser armenias, por ser cristianas y por ser mujeres (Varela, 1999: 2). Sufrieron, además, un castigo propio, particular: la sistemática violencia sexual (violaciones, secuestros por parte de familias, secuestro para su explotación sexual, ataques estando embarazadas, mutilación genital, experimentos médicos), un destino peor que la muerte, para algunas”.
“Entre esas acciones específicas, decenas de miles de armenias fueron incorporadas, de maneras diversas, a hogares turcos, kurdos o árabes. [...Además] Los harenes y prostíbulos también fueron el paradero de muchas de las sobrevivientes [que buscaron burlar la muerte]”.[1]

Arshaluys logrará burlar la muerte -aunque sin reírse jamás de ella- y llegará a EE.UU. con el compromiso de contar, de dar a conocer su sufrimiento y, a partir de él, el de su pueblo. Allí se iniciará en su vida un nuevo período de dichas y desdichas. En el intento de que su relato también favorezca el hallazgo de su hermano, quien había llegado a “América” tiempo antes del genocidio, cuenta y cuenta. Ciertos periodistas contribuyen a la difusión de su testimonio -pensando más en sus ventas que en colaborar estrictamente con Arshaluys- a través de una suerte de saga, de la entrega en capítulos semanales de aquella historia de horror. Ello se transformará en un libro de “memorias” inmediatamente; también en una película. Hollywood había visto su potencial y fue en su búsqueda. Un nuevo tutor legal, Mr. Gates, diseñará todos los pasos a seguir, y explotará a la todavía jovencísima Arshaluys -a esas alturas, con 18 años- hasta prácticamente su colapso.
Lo primero que hará será modificar su nombre, para mayor acercamiento al público norteamericano. Ante la protesta de la adolescente, le permitirá mantener su apellido y, en búsqueda de reducir el conflicto, asumirá que “aurora”, como traducción del armenio del vocablo “arshaluys”, no es un mal nombre. Desde ese momento, Aurora Mardiganian se convertirá en una estrella de cine: a partir de sus propias memorias, Aurora se representará a sí misma en la pantalla grande (sí, como lo lee, aunque le resulte tan increíble como a mí). Aurora aceptará la idea como forma de continuar difundiendo los hechos traumáticos que afectaron a los armenios en el Imperio Otomano. Por otra parte, el Near East Relief, una organización benéfica especialmente establecida para dar respuesta al Genocidio Armenio y sus consecuencias, se asoció al proyecto como forma de obtener dividendos que colaboraran en su tarea de amparo y cobijo a las decenas de miles de huérfanos armenios que habían quedado desperdigados por todo el territorio antes otomano y ahora en manos de las potencias vencedoras. Sin embargo, Aurora será estrella de brillo fugaz, estrella de una sola noche; estrella de cine de una sola película.

Subasta de almas, dirigida por Oscar Apfel, será recibida con gran interés y expectativa. Su éxito, a través de la proyección en más de 100 ciudades de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Australia -aliados vencedores de la Gran Guerra-, le permitirá recaudar decenas de millones de dólares para colaborar con los aproximadamente 132.000 huérfanos que se encontraban bajo la tutela del Near East Relief en el Cercano Oriente, desde Tiflís y Ereván hasta Damasco, Beirut, Jerusalén y Estambul.
Pero Aurora revivía en cada nueva premiere lo sucedido; ya lo había hecho cada vez que se reunía con los periodistas que contaban su devenir en capítulos, ya lo había hecho en cada día del rodaje de la película. Todos querían verla y tocarla, todos querían sus relatos en primera persona, todos querían ver junto a ella sus desventuras en blanco y negro. Entonces, en Buffalo, Nueva York, en 1920, un año después de haber iniciado la gira de Subasta de Almas, algo falló, y frente al micrófono de la sala ¡vaya a saber qué número! Aurora se desplomó. Su mente y su cuerpo parecieron decir “¡Basta!”.
Nadie se percató. Su tutor legal y los productores del filme acordaron continuar con las presentaciones realizadas por Aurora Mardiganian, pero ahora sin ella. Lo harían varias “dobles” contratadas para asumir su lugar. El show debía continuar.
Mientras tanto, Arshaluys Mardiganian se recuperaba en un convento. Vivió hasta 1994, falleciendo poco tiempo después de cumplir los 93 años de edad. Afortunadamente, el camino le deparó varios acontecimientos y noticias felices en su andar posterior hasta esa fecha.
El amanecer de Aurora peca quizá de demasiado lineal e informativa; por momentos, incluso, aparece demasiado didáctica. Tampoco arriesga demasiado en el tratamiento de los temas más sinuosos: la violencia sexual hacia las mujeres, el rol de Hollywood durante todos estos años, el rol de Estados Unidos en el concierto internacional en relación a la Causa Armenia, su alianza con la República de Turquía... Sí lo hace al intercalar la animación con imágenes de archivo de época y al intercalar imágenes de archivo de no ficción con imágenes de una ficción. El resultado es un gran hallazgo. Hábilmente, en ello, ubica al arte en el lugar de la Historia: en ese ir y venir de imágenes, las de Subasta de almas perfectamente -en la mente del espectador- pueden ser equiparadas a las que vemos como registro de los hechos del momento y que nos ponen en contexto. Las fotos del set de filmación se confunden con las fotos del genocidio, las imágenes en movimiento de la película se asemejan a las que vemos sobre la Primera Guerra Mundial o sobre California o Nueva York. Entonces, como por arte de magia -la del cine-, el Genocidio Armenio parece haber sido filmado.
En esa construcción permanente que es la memoria colectiva, la imagen no solo nos vincula con nuestros contemporáneos, sino también con los antepasados a los que alude. La imagen, ¿es parte del recuerdo o lo configura? En ese sentido, lo señalado anteriormente asoma como un dato nada menor.
El amanecer de Aurora es, en definitiva, el gran homenaje que Arshaluys Mardiganian merecía. Su realización se percibe auténtica, sensible, cargada de amor y humanidad; también en el reclamo de justicia: una justicia sin violencia. Además, ver esos fragmentos de entrevistas a Arshaluys nos otorgan fortaleza y nos cargan de valor, y esto trasciende por mucho a los armenios. El amanecer de Aurora logra completar la historia que ya no puede contar Subasta de almas. Arshaluys Mardiganian vuelve a pararse frente a nosotros y testimonia una vez más.

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Ficha técnica
Título original: Aurora's sunrise
Armenia/Alemania/Lituania, 2022, 96 min.
Dirección: Inna Sahakyan
Producción: Inna Sahakyan, Christian Beetz, Kestutis Drazdauskas, Eric Esrailian, Vardan Hovhannisyan, Juste Michailinaite
Guion: Inna Sahakyan, Peter Liakhov, Kerstin Meyer-Beetz
Fotografía: Vardan Brutyan
Música: Christine Aufderhaar
Edición: Ruben Ghazaryan
Elenco: Aurora Mardiganian (ella misma), Anzhelika Hakobyan (Aurora, a través de su físico), Arpi Petrossian (voz)
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[1] Vartabedian, A. (2020, mayo). “Mujeres armenias, genocidio y después: entre la muerte física y la muerte simbólica”. En Vadenuevo, año 12, núm. 141
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