Microcrítica: Riceboy Sleeps (2023)

por Gastón Siriczman
Riceboy Sleeps es una de esas películas que antes de arrancar se tienen que desperezar un poco. Ya en el prólogo, una voz, que no volveremos a escuchar, nos cuenta algunos datos de la protagonista. Se trata de una joven mujer coreana que debe emigrar a Canadá con su hijo recién nacido luego de enviudar.
En un principio todo parece indicar que nos vamos a encontrar con una película sobre el choque cultural, el racismo o el bulling. Algo de eso hay, pero lo medular aparece ya avanzada la película cuando el hijo de la protagonista, ya adolescente, se empieza a preguntar sobre sus orígenes, su historia familiar y, por sobre todo, sobre su padre del cual no sabe absolutamente nada. El conflicto estalla entre la identidad ancestral del muchacho y su necesidad de adaptarse a los modos y rasgos occidentales. La película tiene varias capas y aborda el mismo gran tema desde distintos escenarios, algunos profundamente conmovedores. Por suerte, hacia la segunda mitad, se dejan de lado algunos conflictos ya trillados y el drama se centra en la relación de la madre con su hijo, y de ambos con el pasado.
Destaco, entre muchos otros rubros, la puesta de cámara que parece tener su propia vida y sus movimientos tienen la soltura y la sutileza de un personaje más.
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