En la historia de cine de Hollywood no son pocas las veces en las que se alinean planetas brillantes como estrellas fosforescentes como sucedió para que existiera The Wind (1927). Pero mucho menos frecuente es que estos planetas salgan a la luz, sobre todo si son mujeres y no son, ninguna de las tres, directoras. Una actriz, Lilian Gish, una novelista, Dorothy Scarborough, y una guionista, Frances Marion. Detrás de sus deseos y poderes aparece esta película.
En 1927 Lilian Gish tenía 34 años y era una estrella absoluta. Esa chica de Springfield, Ohio, que comenzó a actuar a los 6 años en teatro cuando su padre borracho se fue de la casa, y que conoció a los 19 a DW Griffith (con quien haría sus películas más famosas), logró en 1925 un contrato casi único con MGM: ella podía elegir las historia de sus películas, a los directores a cargo e incluso a sus compañeros de elenco. Gish era prácticamente una productora: era de ella de donde venían muchas de las ideas. Fue ella quien leyó El viento, la novela de Dorothy Scarborough cuando salió, en 1925. La novela la sobrecogió tanto que le propuso a Irving Thalberg, el mítico productor, que hicieran una adaptación para Hollywood de esta historia sureña. Gish misma se sentó a escribir, a partir de la novela, una sinopsis de película de cuatro páginas para que la guionista que había elegido, Frances Marion, hiciera con ella el guión.
Frances Marion era en ese momento no la guionista mujer más famosa de su época, sino la guionista a secas más famosa. Marion, como Gish, tuvo una vida y carrera increíble. Fue corresponsal de guerra (de la primera), actriz, guionista y directora, sobre todo de películas con su amiga y socia, Mary Pickford, la misma mujer que presentó a Lilian Gish y su hermana Dorothy a DW Griffith. Marion escribió el guión para la que sería la última gran película silente, y cuenta la leyenda de que esta fue la última película a la que Marion le dio cuerpo y alma. Gish eligió también a quien sería el director de la película, Victor Sjöström, un sueco que había llegado a Hollywood en 1923 por pedido de Louis B. Mayer. Sjöström trabajaba usualmente con adaptaciones literarias, sobre todo de novelas de otra mujer de su tiempo, Selma Lagerlöf, novelas rurales que lo prepararían para este triunfo de la voluntad del paisaje. Gish eligió también a su partener, el sueco Lars Hanson, a quien había visto actuando en películas extranjeras y quien no hablaba inglés. Así, entre lenguas y gestos, se embarcaron en esta aventura marcada por las intuiciones de esta actriz gigante.
Pero The Wind fue una de esas películas que quedaron atrapadas en el traspaso del cine mudo al cine sonoro, y para cuando se estrenó, con su sincronía que incluía solo arreglos musicales y efectos de sonido, con sus diálogos en intertítulos, fue un fracaso de taquilla. La gente dijo, entre otras maldades, que la lluvia de la noche anterior había sido más interesante que The Wind. Es que The Wind es una película extraña, sobre una cosa misteriosa y terrible, esa materia que cruza el cine entero y sobre la que Bresson escribió: Traducir el viento invisible por el agua que esculpe a su paso; Bresson, que también tomó de la biblia una idea sobre el viento para el subtítulo de Un condenado a muerte se escapa: el viento sopla donde quiere (el viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu Juan 3:8).
La película es sobre el viento y su relación con una mujer que no lo esperaba, como no se espera nunca, ni siquiera hace siglos, vivir bajo la inclemencia y la voluntad del tiempo, del clima, de lo que no somos nosotros. Letty Mason, una mujer sin mucho dinero ni familia, emprende un viaje en tren hacia Sweetwater, en Texas, ilusionada con la idea de vivir con su primo querido y su familia en un lugar idílico. Ese tránsito despierta a Letty cierta coquetería, y comienza a conocer todo tipo de hombres entre que sale de una casa y llega a la otra: un hombre aparentemente refinado, pero evidentemente embustero, y dos colegas de su primo, hombres de campo, buenos y brutos.
Letty no lo sabe, quizás porque nadie le dijo: en Sweetwater hay algo que es más fuerte que cualquier voluntad. Hay un viento constante, desaforado, desmedido, que tira arena sobre puertas y ventanas, que corta la visibilidad, que vuelve opaco todo lo transparente. El viento cargado de arena raja la tierra, la piel, corta toda posibilidad de pensamientos. Letty se encuentra con personas amables pero ajadas, desesperadas. La vida que viven tiene pocos metros de distancia, la de la visibilidad reducida, protegida de la arena y las serpientes. Allí, se encuentra con la esposa de su primo que, dura como persona que ha nacido y se ha criado en un clima inhóspito, que no ha podido nunca ver el sol, pasear, estar haciendo nada junto al lago, una mujer moldeada por el trabajo y los hijos, la miseria, resecada por ese viento. Esa mujer al poco tiempo de llegar la rechaza: Letty tiene 24 horas para elegir un marido e irse de la casa.
¡Ese desamparo! Letty no tiene donde ir, no puede ni caminar a la intemperie. Hay una fuerza afuera que empuja a las mujeres hacia adentro, y esa fuerza es el viento que las enjaula y golpea con barrotes de arena sus ventanas inservibles. Letty cree que puede casarse con ese caballero que conoció en el tren, pero el hombre ya tiene una familia. La quiere, en realidad, como concubina. La desesperación y la escasez en esa tierra es total: un hombre, que puede salir afuera con sus botas, sin volarse, puede decirle en la cara a Lilian Gish que la quiere de amante, para tenerla en una casa en la ciudad. Letty huye de esta oferta, y tiene que elegir entre dos hombres que no ama, y que le parecen (quizás con crueldad) ridículos. La secuencia en la que Letty tiene que elegir su destino comienza, en esta película tan calculada, casi como una escena de registro documental de baile: un grupo de gente que, hacinada en una fiesta contra el viento, intenta girar con ritmo. ¿Escucharán la música entre los soplidos infernales?. Entre ellos están estos dos hombres que, a un costado y al otro del plano, pelean por quién se quedará con Letty.
El viento va a encerrar a Letty en su nueva casa, la va a alejar de su marido, ajado también por el viento. También lo va a alejar de él, y creerá incluso que lo ha perdido, por ese mismo viento. Es ahí, quizás, cuando Letty se da cuenta de algo: que lo que el viento pueda quitar es lo que ella quiere. Ella entra en un vínculo delirante con ese aire que sopla donde quiere. Y ahí quizás el viento decide soplar sobre ella, que ya no se resiste. Que lo vive, que no quiere amarlo, sino que lo ama. Una película sobre la única manera de dejar de vivir contra el tiempo: empezar a vivir con él. Final extraño, antipático, indescifrable, como esas ventanas cubiertas de polvo filmadas por un equipo de filmación viajero en Bakersfield y el desierto de Mojave, armados con disfraces a prueba de huracanes y turbinas de aviones para mover kilos de arena. Impulsado por Lilian Gish, fue el peor rodaje de su vida. Son muchas las anécdotas en las que Gish, para hacer una película, se ha dejado atravesar por el miedo, el aire, la sed, el sueño. Ella, junto con esas otras dos mujeres, creó esta película que es, todavía, una especie de misterio.
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