¿Virgen o puta? Estereotipos de género en el cine árabe

Filmada en el marco de la guerra civil libanesa, Ghazal al-banat/El flirteo de las chicas (1985) es la primera ficción de la libanesa Jocelyne Saab, quien se dedicó mayormente al género documental. El título es un homenaje al cine egipcio que Saab, como la mayoría de las árabes, creció mirando. La protagonista del film, Samar (Hala Bassam), es una adolescente que se mueve por la derruida Beirut y se enamora de Karim, un artista mayor que ella. Nada interrumpe su andar, ni el control que le quiere imponer su hermano menor, los hombres de las milicias ni la desolación de la ciudad. Ella camina con su qula (especie de botijo) para buscar agua entre los niños que juegan a la guerra, hombres que se han vuelto locos y milicianos en improvisadas trincheras. En su andar, no sabemos cómo, ha perdido su virginidad, por lo que su madre la insta a someterse a una intervención clandestina de reconstrucción de himen para recuperar su honor y poder casarse. Samar, con su amiga Leila (Souheir Salhani), tira una moneda al aire y sentencia: “si es seca, acepto volver a ser virgen, si es cara, ¡una puta!”.

La película está plagada de referencias a películas egipcias como Tamr Henna (Fawzy, 1957), protagonizada por Rushdy Abaza y la bailarina Naima Akef, a quien Samar imita para bailar una escena de danza en su casa; luego canta también la famosa canción ya wad ya ti’il interpretada por Soad Hosni en Khally balak min Zuzu/Cuidado con Zuzu. El dialecto egipcio es el elegido para las escenas de coquetería. El egipcio es el lenguaje de los sueños, de la fantasía, de evadirse de la realidad de la guerra. De hecho, Saab dedicó varias de sus películas a Egipto, a su pueblo y a sus intelectuales. En una entrevista señala la influencia que tuvieron los autores egipcios cuyas adaptaciones en el cine tuvieron amplia circulación en la región en su juventud, según recuerda en una entrevista: “Siempre he intentado encontrar en la vida los personajes de las novelas de Naguib Mahfouz e Ihsan Abd al-Quddus...nos enseñaron tanto”.

En 2005 filmó su segunda ficción, Dunia. La película cuenta la historia de una joven estudiante de poesía árabe y aspirante a bailarina de Luxor que vive en El Cairo. Mientras trabaja en su tesis de maestría, entrena regularmente con el instructor de su madre, una fallecida bailarina. La acompañan dos mujeres fuertes: una profesora y su tía taxista, tiene un novio llamado Mamdouh y su mentor es un profesor e intelectual interpretado por el popular cantante nubio Muhammad Munir.

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Dunia persigue el legado de su madre a lo largo de la película y reivindica su identidad como hija de bailarina como una fortaleza. La película aborda el tema de la mutilación genital femenina y lo hace desde una visión de cómo se perpetúa la práctica y la dinámica intergeneracional que la avala. Por ello, recibió duras críticas e incluso causó indignación en Egipto, no sólo entre las fuerzas conservadoras, sino también entre los cineastas progresistas. Además, tras el estreno de la película, la protagonista, Hanan Turk, decidió comenzar a usar el velo, se convirtió en una referente de las “artistas arrepentidas” y atacó públicamente a las actrices que no lo hacían.

Muchas de las películas filmadas desde mediados de los 80 por directoras árabes como estas y otras, han tenido mayor difusión en Occidente que en la propia región. Las razones son variadas. Por un lado, la falta de políticas públicas de fomento de los cines nacionales hizo que las directoras apelaran al recurso de la coproducción (a veces entre cuatro o cinco países u organismos), lo que las ató a compromisos internacionales y limitó su difusión en el Mundo Árabe. Por el otro, los férreos aparatos de censura que aún operan en la mayoría de los países, con la excepción de Túnez, son un condicionante que continúa constriñendo al cine árabe en general. Al cine realizado por mujeres y sobre mujeres árabes se le suma, además, la fascinación occidental ―en muchos casos morbosa― que hace de las películas un producto de interés para esos mercados. Ello, a su vez, retroalimenta la desconfianza de ciertos sectores más tradicionalistas y reaccionarios que acusan a las feministas de seguir una agenda internacional.

En Egipto, a pesar del comienzo auspicioso de las pioneras el cine dirigido por mujeres, reapareció recién luego de más de cinco décadas. Los motivos de esta ausencia estarían dados por la industrialización del cine a fines de los años 30 que extinguió las iniciativas privadas de los miembros de las élites, a las que pertenecían muchas de ellas. A comienzos de los 80 Nadia Hamza con Bahr al awham/Mar de ilusiones (1984) y Inas El Degheidi con ‘Afuan ayuha al-qanun/Perdón, ley (1985) lograron instalarse en la industria como dos prolíferas directoras con llegada a las masas. Ello las distinguió de sus colegas de la región.

En el caso de El Degueidi, si bien sus películas se ocupan mayoritariamente de temáticas asociadas a la opresión femenina ―como el abuso físico y sexual― no se reconoce como feminista ni plantea una ruptura con los estereotipos de género del cine egipcio. La directora ha sabido esquivar los embates de la censura y sus películas suelen mostrar escenas bastante explícitas de sexo en un contexto de “recatamiento” del cine egipcio. Si en 1969 las multitudes se agolpaban en las salas de cine para ver Mi padre arriba del árbol por sus supuestos 100 besos, en los 90 esperaban, generalmente en vano, para ver aunque sea uno solo.

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