Había sido una noticia bastante polémica en su momento, pero que de ninguna forma extraño a nadie: el adorable oso Pooh junto a sus amigos y todo su universo literario pasarían a ser de dominio público, y mientras algunos fantaseaban con la idea de llevar adelante una película de terror, un joven y novato director inglés llamado Rhys Frake-Waterfield se aventuró a realizar su ópera prima antes que nadie, basándose en los personajes de Alan Alexander Milne y decidió crear una historia llena de sangre, gore, miel y venganza… porque aunque usted no lo crea, no estamos hablando de un simple slayer, sino que estamos ante una historia consistente que si bien puede caer en los típicos clichés relacionados a las víctimas de este tierno osito y su compañero Pigglet, también estamos ante una historia compleja, de corazones rotos, desilusiones y también por qué no, de vindicación, porque admitámoslo: la mayoría de las veces el espectador adulto termina empatizando más con el asesino que con sus víctimas (salvo que seas una final girl como Jamie Lee Curtis) .

Como mencionamos anteriormente, este no es un simple slayer, lo tiene todo: desde los efectos prácticos que son una caricia al alma para los amantes del cine de terror, hasta detalles como la secuencia de introducción hecha en animación 2D donde se narra la amistad de Chistopher Robin y los animalitos del bosque a los que alimenta a diario brindándoles su cariño y dedicación todo lo que duró su infancia. Es necesario hacer hincapié a la animación ya que está plasmado, de forma grotesca para acompañar al género, el estilo de los primeros dibujos del oso Pooh, con simples líneas negras sobre un fondo claro que bien podrían pasar como las páginas de un nuevo tomo de los cuentos de Milne. Y además esa historia narrada… ¡desgarradora!
Cuando Christopher Robin aparece para ganarse la confianza de los animales del bosque la animación se desarrolla sobre un fondo cálido casi como un viejo papel y nos transmite una sensación de confort, justo la misma que sienten Pooh, Pigglet, Igor, Búho y Conejo. La voz del narrador es suave y amistosa, nos invita a adentrarnos a un mundo lleno de bondad y amistad. Pero conforme el tiempo pasa y Christopher Robin crece, éste abandona a sus amigos del bosque para ingresar a la universidad, dejándolos a su suerte, ya que ellos mismos no eran capaces de sobrevivir por su cuenta. La comida era llevada por el pequeño humano, que ahora en un acto de egoísmo, los condenaba a morir de hambre en el crudo invierno del bosque. Ahora la animación se desarrolla sobre un fondo igualmente claro pero esta vez la sensación de calidez desaparece y es reemplazada por un frío blanco azulado: nos prepara para la atrocidad que se avecina. La voz del narrador se vuelve cada vez mas tétrica y no es para menos. Nuestros amigos antropomórficos están atravesando la crueldad del desamparo, la comida comienza a escasear y el crudo frío comienza a congelar sus huesos. Las líneas negras invaden los planos de forma violenta, la oscuridad empieza a hacerse presente y el aislamiento de los animalitos en la cueva mientras sus cuerpos van perdiendo peso nos acongoja. Finalmente en medio de una tormenta que no hace más que acentuar el terror de lo que se avecina, Pooh, Pigglet, Conejo y Búho gira hacia el pobre Igor, acorralándolo en el plano a través de líneas que invaden el cuadro y anunciando su pronta muerte a manos de sus propios amigos que sin otro remedio y más conducidos por su instinto primitivo como lo es el hambre que por el pensamiento, avanzan hacia él decididos a saciar su apetito a costa de la vida del pequeño burro.

El atroz acto llevado a cabo por el resto de los sobrevivientes quiebra sus corduras y juran ante los restos sepultados de Igor jamás volver a hablar, abandonando de esa forma, su costado humano y entregándose por completo a sus instintos animales, desarrollando un profundo odio hacia la humanidad, en especial hacia Christopher Robin.
¿Cómo no comprar una historia con esa introducción? El abandono es un sentimiento fácil de reconocer, lo hemos sentido en la piel en algún momento de nuestras vidas y conocemos la sensación de sentirnos desamparados y decepcionados de las personas que alguna vez fueron importantes para nosotros. Ya estamos involucrados emocionalmente con la historia y los personajes presentados. Pero ahora a lo que nos compete: la representación del slayer.

Nuestros animalitos antropomórficos favoritos, ya bastante creciditos, tienen una excusa más que valedera para convertirse en salvajes asesinos del bosque, pero ¿cómo continúa esta historia? Bueno, aquí la cosa se vuelve algo genérica pero que todo fan del cine slayer sabe, acepta y me atrevo a decir que hasta casi lo espera. Tenemos un grupo genérico de jóvenes hermosas que deciden pasar un fin de semana aisladas de la civilización en una casita cerca del bosque, cada una con una característica que la distingue de las otras cayendo en los estereotipos de personajes femeninos: la inteligente, la tonta, la parejita y la final girl. No son personajes que se destaquen demasiado más que para ser carne de cañón en las violentas matanzas como la primera muerte a manos de Pooh en el bosque con una clásica persecución hasta llegar a un taller mecánico donde despedaza a la joven o Pigglet devorando el rostro de una de las chicas en el suelo inundando la escena con sus gritos de sufrimiento. Pero lo verdaderamente interesante aparece cuando nos enteramos como espectadores que Pooh y Pigglet han secuestrado a Christopher Robin para devolverle el sufrimiento que ellos atravesaron tras su partida después de que este regresara al bosque. Y por supuesto que hay flashbacks que atormentan y confunden a Pooh cuando su viejo amigo ruega que se detenga apelando al lazo de amistad que solía unirlos. ¡Qué dramón!

Muerte va y viene, las chicas que sobreviven escapan como pueden, Pooh y Pigglet las persiguen como es esperado, algunas van muriendo en el camino y todo las conduce a encontrar a Christopher Robin y liberarlo. Cuando todo parece que va a mejorar, con una de las chicas vengando la muerte de su pareja al asesinar a Pigglet y Pooh devolviéndole el favor mientras las últimas sobrevivientes llegan a la ruta con la esperanza de salvarse a sí mismas, nuestro querido osito nos regala una secuencia de asesinatos hacia unos pobres desgraciados leñadores que decidieron ayudar a nuestras chicas. Todo parece perdido.
Al llegar al climax de la película, con nuestra final girl enfrentando su destino frente a Pooh, aparece milagrosamente Christopher Robin, intentando una vez más apelar a la nobleza que alguna vez tuvo Pooh, intentando convencerlo de dejar vivir a nuestra final girl, pero como mencionamos al principio de nuestro artículo: esta historia se trata de una venganza, y de pagar las consecuencias de nuestros actos. Pooh rompe su juramento de no volver a hablar y dice casi de forma inaudible a Christopher Robin: “nos abandonaste”, acto seguido procede a asesinar a la final girl frente a los ojos de su viejo amigo, entrando a un punto sin retorno del personaje y remarcando su odio hacia los humanos. Devastadora escena.
Esta vez ya no hay súplicas, ya no intentará cambiar la actitud de su viejo amigo oso, esta vez Christopher Robin acepta que Pooh se ha perdido para siempre y huye de la escena, dejándonos a solas con el oso apuñalando el cuerpo sin vida de la final girl una y otra vez, rematándola en el suelo con un auto en llamas tras él, como representando el infierno mismo en ese bosque, su bosque. Teatral, sublime, desgarrador.

Si bien esta historia está llena de clichés ya mencionados es importante destacar aquello que logró enamorarme: hoy en día, con el uso (y abuso) del cgi y las inteligencias artificiales estamos desbordados de películas genéricas. Winnie Pooh: Honey and blood es una bocanada de aire fresco y un tierno, dulce y sangriento regreso a los slayers de los ochenta, con cabezas de maniquíes, amputaciones, cráneos aplastados y chorros de sangre por doquier. El sueño de cualquier fan del terror. No pretende ser la mejor película de terror, pero con el amplio repertorio de películas clases B que salen año tras año, seguido de películas de primera categoría que tras querer lucrar con la nostalgia por medio de precuelas, secuelas, recuelas y tantas formas de explotar personajes ya establecidos en la historia del cine con historias mediocres y efectos pobres o sin terminar, Winnie Pooh: Blood and Honey es una película que no solo cumple con el género, sino que es disfrutable, con un buen ritmo que no deja que la historia decaiga y con un diseño de personajes sencillo y funcional (no nieguen que al ver la máscara de ese Pooh con miel desbordándose de su boca y sus ojos amarillos brillando en la oscuridad no sonrieron de emoción) esta historia oscura del osito favorito de toda una generación logró cautivarme y motivarme a ver las secuelas que se vienen. Los invito a sumergirse en esta venganza y a ser responsables con sus animalitos, créanme, no quieren que se conviertan en Pooh.



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