La lista de biopics durante el último tiempo se ha alargado por demás. Cada año se estrenan nuevos títulos que prometen adentrarse en los detalles de la vida de personajes reconocidos y muchas veces los resultados dan ganas de gritarle a Hollywood: “¡Por Favor dejenlos en paz!”. A veces el drama se convierte en más drama y morbo, a veces sólo se trata de líneas temporales, reuniones de sucesos importantes de la historia sin consistencia dramática alguna. Por eso es una linda sorpresa ir al cine y encontrarse con una propuesta como la de Better Man: La historia de Robbie Williams.
En los primeros minutos de la película, el protagonista admira a Frank Sinatra a través de la pantalla, sentado en el sofá en compañía de su abuela. La escena es muy bella e idílica. El pequeño Robbie comienza a entonar la letra de “My Way” cuando su papá, quien le contagió su pasión por entretener al público y por el cantante, llega del trabajo. Con entusiasmo empiezan a desplegar su usual coreografía en el living de una casa humilde en Reino Unido. En el momento de mayor amplitud de la canción, la cámara se aleja un instante para poder apreciar la grandeza y dulzura del momento. Las figuras de Robert y su padre se reflejan, como si de un sueño se tratara, en el pequeño televisor mientras disfrutan escuchando el canto de un “Dios”.

¿Qué es lo que hace a un Dios ser Dios? ¿Qué es lo que hace que miles de personas crean en vos? ¿Qué es lo que convierte a un niño en alguien valioso? Robbie pasará el film intentando encontrar la respuesta a esa pregunta. Desde sus tiempos en Take that y comienzos como solista, pasando por historias de amor, adicciones y muchas frustraciones, el divertidísimo y emotivo musical acompaña a este niño con grandes sueños en su camino de perdición y de encuentro.
Lo primero que parece comentarse de la película es el hecho de que Williams sea un mono. Los comentarios y miradas en las salas de cine al ver el trailer daban a pensar que el público no estaba muy tentado con esta ecuación bizarra que incluye al famoso cantante inglés, el animal salvaje, las drogas y el escenario. Puede que por esto la producción sea, como tantas otras, víctima de prejuicios que impiden que sea un éxito total. La realidad es que una vez empezada, la película es tan espectacular que lo que menos llama la atención es el mono.
Es importante recalcar lo disfrutable que es Better Man en contraposición a la solemnidad que suelen exhibir este tipo de películas. El film es una fiesta, como si el público se subiera a una montaña rusa al entrar al cine. Tiene de todo: el camino de Robbie se desarrolla entre noches de baile en clubs gay y guerras sangrientas en conciertos. Es una película intensa, pesada en el mejor de los sentidos, tanto visualmente, por los efectos y el dinamismo que exhibe, como en la historia que cuenta. Se mueve entre dulces y cálidas imágenes de infancia con la abuela y tristes escenas en la nieve que reflejan la soledad del protagonista. Así, se permite, por un lado, ser inocente y simpática y por el otro, ser oscura y gráfica en la violencia y el dolor que retrata.
Como en todo buen musical, la música toma otro sentido. Los temas del cantante, escuchados una y otra vez fuera de la película, dan forma a números musicales espectaculares que utilizan todos los recursos disponibles para representar aquello que se está contando en el momento. Sabe cuándo ser más extravagante, movida y divertida, como en el número de Rock DJ, luego de que la banda firma con la discográfica (imposible no tener ganas de pararse a bailar en ese momento). Sabe cuándo ser más íntima, más introspectiva, como en el caso de Something Beautiful, pero aun así darle algo de movimiento a la escena para reflejar el crecimiento del personaje cuando empieza a cantar sus propias canciones. Genera el doble de emotividad en el número romántico contrastando imágenes del primer encuentro de la pareja con otras que narran su triste historia posterior. Sabe cuándo ser más frenética, más rápida para retratar la perdición del cantante en su momento de mayor triunfo. En partes como estas últimas, Better Man muestra un gran poder para condensar el tiempo del relato en secuencias cinematográficas que son altamente expresivas y cautivantes. Es por eso que mantiene un muy buen manejo del ritmo, y es tan precisa en la manera en la que cuenta la historia que el público se ve completamente conmovido e inmerso en ella.
El final llega con soltura, como si ya estuviera resuelto. Se desliza cómodamente como lo hace Robbie al subirse al escenario para dar su último show. ¿Quién no ha querido pertenecer a algo más grande? ¿Quién no ha querido en sus propias incertidumbres conquistar y compartir aunque sea una parte de eso que produce total admiración?. Better Man podría haber sido una película sobre Robbie Williams. Pero por el contrario eligió dejar de lado a la estrella y contar la historia de un hombre que luego de buscarse en todo lo externo y magnífico, termina por encontrar certezas en aquel maravilloso y originario sentimiento de pasión que alguna vez compartió con su padre cuando era niño. Vuelve a ese sentimiento de fe que formó su historia, a través del cual el cantante logra lo que siempre quiso: darle a su público (dentro de la película, en el teatro, y por fuera, en el cine) algo en lo que creer nuevamente.


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