El cine iraní ha sido lo que hemos llamado (nosotros, los de Occidente) Cine periférico, pues los estudios y teorías de cine se han sesgado compulsivamente en hacer excavaciones en los cines europeos (digo, italiano, francés, británico, ruso, alemán y español) y norteamericanos. Poco a poco, han habido países que han sido excluídos de esta exclusión: En Asia, Japón fue el primero con esa triada que fue Kurosawa, Ozu y Mizoguchi; luego, China con Zhang Yimou, Hong Kong con Wong Kar-Wai y Taiwán con Edward Yang; y, recientemente, Corea, con Hirokazu Koreeda y Bong Joon Ho. Incluso Latinoamérica cada vez se pone más al foco de audiencias extranjeras, redirigiendo las teorías también a sus narrativas, desde Buñuel y su paso por México, hasta Martel y sus retadoras narrativas que los europeos han tenido que envidiar. Sin embargo, Irán, muy a pesar de ese poeta que fue Kiarostami, sigue estando confinado a los márgenes de la mayoría de la teoría cinematográfica y la que hay es, por lo general, escrita por los mismos iraníes. Pero, quién sabe, para quienes valoramos unas estéticas innovadoras, que evolucionan a la par de una fiebre sociopolítica constante, esto puede ser un punto muy a su favor. A Irán le dieron una cámara y olvidaron darle el manual. Pues, ¿quién fue Kiarostami sino un viejo inmaduro que volvió a descubrir el cine por sí mismo? O, ¿de qué nos habla Esto no es una película (2011) sino de la imposibilidad de separarse del cine? Por mi parte, agradezco esta "ingenuidad", es la garantía de estar haciendo cine con honestidad, sin trucaje vulgar.
Pero esta “ingenuidad” no es lograda por una subversión por parte de los cineastas. A partir de la revolución de 1979 que dio paso al nacimiento de la República Islámica de Irán, varias salas de cine fueron incendiadas, otras fueron cerradas por sus propios dueños y los productores se negaron rotundamente a invertir un centavo en una película. La producción anual pasó de noventa en 1972 a once en 1982. Pero en 1986, gracias al bloqueo de cine extranjero, los films iraníes superaron de lejos a la importación.
Creo que lo anterior es suficiente para comprender lo hermético (geopolítica, más que deliberadamente) que ha sido el cine iraní respecto a otras filmografías que, en menor o mayor medida, están influenciadas por la cuantiosa producción de films hollywoodenses que llega a cada país. Entonces, despojados, también nosotros como espectadores, en la medida de lo posible, de los tejemanejes a los que nos puede tener acostumbrados Hollywood, la mejor forma de acercarse al cine iraní es mediante las palabras del crítico del mismo país, Hamid Dabashi, que sentencia que lo peculiar de este cine es que es “estéticamente ascético, minimalista en la construcción de su narrativa, al punto del nominalismo pictórico… avant-garde y fácil de leer al mismo tiempo.” Por lo que no caben las comparaciones estéticas de un film iraní, a no ser que sea con otro film iraní o para exponer un contraste, pues no aportarían en lo absoluto a la comprensión o juicio de esta. Es escueta y no más, pues el encanto de esta filmografía yace en otro lado.
Quien se acerque a un relato iraní, a lo que va a enfrentarse es a unas narraciones ambiguas que poco tienen que ver con una fábula de héroes y villanos con sus caracteres bien definidos en una búsqueda que pretenda mostrar una sociedad idílica regida por unos valores determinados. Este cine, irónicamente quizá, solo podrá ser justamente apreciado y recibido por aquella audiencia que ha superado la etapa pueril de la satisfacción barata generada por un giro de 180º al final del argumento. Pero es que, al final, ¿qué es el arte, y el cine sobre todo, sino una caja de herramientas para interpretar nuestros contextos? El cine iraní ha instaurado sus propias reglas en el juego, pues lo único que ha sido allí es un medio para expresar sus discrepancias con su gobierno y sus diferentes estados, pero utilizando la poesía para pasar desapercibidos por la censura.
Es una verdadera lástima que el cine iraní no nos frecuente mucho más allá de esporádicas proyecciones en salas alternativas o Mubi, pues imposibilita precisar con rigor cuándo comienzan a cambiar las cosas. Porque si evaluamos Un héroe (2021) en términos de lo que Bill Nichols califica al cine iraní (ausencia temática de la familia, de conflictos sociales o de clase, planos largos, uso limitado de diálogos y música), podemos percatarnos de que ya su descripción no aplica con tanta precisión.
Lo único que ha persistido hasta Un héroe es su estética escueta, salvo un tímido trabajo de colorización que le da un toque verdoso a algunas atmósferas y de musicalización por la mitad del film. En cuanto a Farhadi, retoma unas temáticas puntuales como la familia, que es visitada por una problemática que se urde por el azar. Esta vez, el hilo central del film es el escándalo altisonante de la prensa, que ahora, con las redes sociales, cualquier cosa puede ser un hecho noticioso. Entonces, tomando este como el tema principal del film, este es el relato de Farhadi en la que el niño está más involucrado en la trama principal, y menos en los conflictos familiares. Y es que cuando el personaje principal se vuelve el hit del momento tras devolver un bolso que encontró, la prensa también afluye a su hijo, que es tartamudo. Por lo que si hay un antagonista en este film, nunca se ve, ni siquiera personajes en su representación: todos los personajes parecen movidos por unos hilos cuyo titiritero se encuentra fuera de cuadro. De nuevo, teniendo en cuenta que no es una fábula de héroes y villanos, no podríamos tomar al acreedor como el malo, pues, aunque es verdad que entra en pugna con el bueno, también es cierto que busca únicamente lo que le corresponde: el dinero prestado. Y el espectador, en un film tan polarizado como los medios, se ve obligado a tomar partido.
A partir de haber sido el hecho noticioso del momento, Rahim comienza una caída en picada de la que solo se percata hasta avanzado el relato. Rahim, sin darse cuenta, se convierte en una víctima de la contaminación mediática generada por prensa sensacionalista. Rahim ha sido elevado a la etiqueta clásica de héroe siendo una persona común y corriente: un humano lleno de defectos y con sus propios problemas. Por ello, se convierte también en una persona idealizada por el mero hecho de haber salido en televisión. Por ello, cual celebridad, tiene que comenzar a cuidar su imagen. Por ello, empieza y termina en el mismo punto. De hecho, lo primero y lo último que escuchamos en Un héroe es "Rahim Soltani": la primera vez, en boca de un guardia, saliendo de la cárcel; la segunda vez, respondiendo a cómo se llama, reingresando, mientras otro hombre sale: su momento de gloria ha caducado, ahora es el turno de otro personaje, que también será olvidado eventualmente, luego será otro, luego otro, y así. Rahim es otro personaje, de esos que entrevistan en los noticieros por un hecho aleatorio, salen en televisión, son la sensación (o eso les hacen creer) y luego, tan fácil como fue llegar, su segundo de gloria se esfuma sin mayor esfuerzo. Más ahora, en tiempos en los que todo el mundo está a un post de ser viral.
Por último, cabría subrayar cierta agitación emocional melodramática en Un héroe que no es usual en Farhadi (de repente, me sorprendí angustiado, con el cuerpo fruncido y los ojos bien abiertos ante la escena en la que el hijo de Rahim va a declarar en video), pero, creo yo, en Un héroe, el director jugó a la manipulación vulgar, a ser esa mano invisible que chantajea las fibras sensibles del espectador, tal y como lo hace la prensa que merodea su relato. Lo que me da pie para pensar eso es el mismo título, que de entrada marca una ironía, pues tildar de "héroe" a alguien que ha hecho lo correcto (es como aplaudirle a un cajero porque te ha entregado el dinero), solo responde a la estupidización de una sociedad que idealiza lo que salga por televisión, y lo perdidos que están ciertos valores. Entonces, por un lado, el relato le permite a Farhadi ser tramposo, y, por el otro, la única forma de innovar en un país como Irán, sería acercarse a su manera a lo que para el resto de países sea más común. Reconociendo que esto sea un cambio abrupto y una posible muerte del cine iraní como lo hemos venido conociendo, supongo que, aceptable o no para nosotros, es un proceso de evolución ineluctable y legítimo para los iraníes.
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