Uniendo la tragedia con el humor, Truffaut comienza su andadura junto a Antoine Doinel cuando este tan solo es un niño. En la ciudad de París de los años sesenta, dentro de la monótona rutina que lo obliga a hacer lo mismo cada día de su vida, Antoine, un niño sin ninguna maldad, vive junto a sus padres en un ambiente familiar completamente desestructurado. Su madre deambula por las calles de París con otros hombres y su padre va y vuelve del trabajo sin otra preocupación que la de tener un plato caliente encima de la mesa. Nadie repara en Antoine, ni en sus ocupaciones escolares. En casa vive más como si fuera un estorbo que como el único hijo de la familia, duerme en un sofá a la entrada de la casa, viste todos los días con la misma ropa, etc.

Con este contexto familiar, Antoine comienza a vivir en un entorno social algo marginado, haciendo trastadas tanto fuera como dentro del colegio y saltándose horas lectivas para buscar el entretenimiento fuera de las aulas. Falsifica sus notas, sus ausencias y entre juegos, se escapa de su casa y roba una máquina de escribir en una tienda.
Mediante todos estos elementos, Truffaut construye la película a través de sus ojos. El espectador conoce el mundo tal y como lo ve Antoine. Una de las secuencias en las que esto se refleja de forma clara es cuando acude a casa de su compañero de escuela: todo es inmenso, lujoso, con techos altos. El contraste entre ambos es notorio desde el detalle más pequeño hasta el más grande. Truffaut decide capturar la ostentosidad de la casa del compañero de Antoine colocando la cámara en el techo de la habitación, en vez de a la altura de la mirada, mostrando el impacto que recibe el niño.

La cámara subjetiva vuelve a aparecer en este periodo, cuando tras haber robado Antoine es metido en una prisión, con delincuentes adultos de todo tipo, y Truffaut decide colocar la cámara dentro de las rejas para filmar lo que el niño está viendo. Antoine es detenido de noche y la Policía lo lleva hasta el calabozo más cercano en coche, favoreciendo un plano general en el que el director captura la imagen del niño dentro del autocar con los ojos llenos de lágrimas, reflejadas a través de la luz de las farolas nocturnas. A través de todas estas vivencias, Antoine crece y descubre el mundo, madura y trata de buscar su lugar en el mundo sin demasiado éxito, siguiendo la estructura habitual del coming of age.

A través de estos diversos ejemplos puede concluirse que la película no está grabada desde una objetividad sino desde la realidad que vive y sufre un niño. Tras el hurto y la huida de casa, deciden ingresar al niño en un reformatorio, quitándose toda la responsabilidad sobre su crianza.
Los 400 golpes (1959) se recuerda como una película trágica debido a que la dura vida que el pequeño Doinel ha de atravesar se debe a la incompetencia e irresponsabilidad de sus padres. Antoine es un niño de buen corazón, abandonado a vivir su niñez solo que Truffaut decide capturar en el momento más tierno y doloroso para estar solo, la Navidad. Pero incluso cuando descubre que su madre le es infiel a su padre, no se chiva y mantiene el secreto.

La secuencia final más recordada
El fuego se configura como un elemento constante en el juego del niño. Comienza a utilizarse como un entretenimiento pero acaba simbolizando el decaimiento del personaje, cuando sin querer acaba quemando parte de su casa.

Pero sin duda alguna, el motivo que acompaña a Antoine Doinel a lo largo de toda la película es el deseo por ver el mar. A sus quince años, Antoine nunca ha estado cerca del océano, a diferencia de su compañero, y esto hace que la secuencia final de la película marque un antes y un después en su vida.
Tras decidir que se va a escapar del reformatorio, Antoine salta la valla y comienza a correr, dando paso a un travelling final infinito en el que el espectador acompaña al personaje en su huida. Sin saber a dónde se dirige, la cámara avanza al mismo ritmo que lo hacen los pies del niño, haciendo que el espectador vaya descubriendo que más que una fuga a ninguna parte, se dirige a un lugar muy concreto: el mar. Totalmente perdido, sin saber qué hacer en ese instante, una vez que llega al agua el mar moja los pies de Antoine, y este deambula por la orilla, dando vueltas sobre sí mismo. La expresión de su rostro muestra la pérdida y la inocencia. Y en el momento menos esperado, la mirada del joven se cruza con la cámara y se produce la ruptura de la cuarta pared por primera vez en toda la película.
A través de un plano abierto, Truffaut nos conduce hasta un primerísimo primer plano en el que Antoine Doinel cierra la primera entrega de su historia.
Nahia Sillero.
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