Crítica: Flow (2024), ¿Una reinvención del Arca de Noé? 

En Flow (2024), el director de cine de animación letón Gints Zilbalodis parece preguntarse qué pasaría si ocurriera un diluvio digno de la biblia en un mundo habitado solo por animales. Aquí no hay un Noé pero si hay un barco y varios animales que luchan por sobrevivir en un ecosistema que, aparentemente, cada día es menos amigable con ellos. Zilbalodis parte de lo que es una reinvención del cuento bíblico pero lo aleja del terreno religioso y opta por meditar acerca de la naturaleza, los estragos del cambio climático sobre la vida animal (claramente indefensa en estos términos), y el instinto de supervivencia. El resultado es una historia cautivadora, sin diálogos, siendo uno de los largometrajes de animación más memorables del año (y estamos hablando de 2024, que nos dejó grandes películas animadas). De hecho, Flow es tan buena que Letonia la presentó para representar a su país en esta próxima carrera por los Oscar, y próximamente se podrá ver en los cines de Latinoamérica.

No me gusta comparar películas, sin embargo, en términos estructurales es casi imposible no pensar en Moana mientras veía Flow. Ambas son un viaje a través de los mares en busca de ejecutar un propósito. Aunque claramente esos propósitos son diferentes, la narrativa es diferente, el estilo es diferente. En realidad, Flow no se parece en nada que hayamos visto en los últimos años a nivel de animación y esa es una de las razones por las que ha cautivado al público.

En efecto, tal como se ha mencionado, hay una clara conexión con el Arca de Noé, y me preguntó hasta qué punto Zilbadolis se inspiró en el relato de la biblia. Lo cierto es que la alegoría religiosa termina allí, en la premisa de la historia, y el director letón, a través de una animación tridimensional pero bastante peculiar, se enfoca más en un mensaje contra la discriminación, sobre un grupo de animales que deberán aprender —a la mala—que lo que verdaderamente importa en la sociedad son las acciones individuales que buscan el beneficio del bien colectivo.

¿De qué trata Flow?

El cineasta Gints Zilbalodis impresionó al público en 2019 con su primer largometraje de animación, Away, la cual creó íntegramente él mismo. Zilbalodis dirigió, escribió el guión, y se encargó de la animación y la banda sonora. En Flow, Zilbalodis sigue al mando de cada apartado, es sólo que ahora cuenta con un mayor apoyo técnico y financiero, y se ha reunido con Matīss Kaža para co-escribir la historia.

Flow sigue las andanzas de un gato que vive en una cabaña en el bosque, sin vida humana a su alrededor. No estamos seguros de lo que le ocurrió realmente, pero sabemos que el animal reside en una cabaña que alguna vez compartió con alguien más. Una persona que probablemente lo adoraba, o eso nos dicen las estatuas talladas de gatos que están esparcidas por todo el lugar. Lo cierto es que inesperadamente, un día, llega una inundación y se lo lleva todo. El nivel del agua sube hasta las montañas, obligando a un gato a buscar refugio en un barco que pasa sin rumbo y sin tripulación, a excepción de un capibara que viene a ser las veces de un capitán. Más adelante, otros animales, entre ellos un lémur, un perro y un pájaro, se suman al barco. Como no se vislumbra un final para la inundación, nuestro gato y sus compañeros deben enfrentarse a su naturaleza y aprender a confiar entre ellos para sobrevivir.

Flow es amistad, supervivencia, aceptación

El guión de Zilbalodis y Matiss Kaza reúne un quinteto de personajes completamente opuestos, tanto en naturaleza como en personalidad. Pero a partir de allí empiezan a tomar forma uno de los aspectos más bonitos de la historia: cómo, pese a todas sus diferencias, los animales poco a poco empiezan a transformar el interés personal que tiene cada uno, en un interés colectivo. Si se salva uno, tienen que salvarse todos.

Lo que hace que el mensaje de la película sea más poderoso, es la narrativa visual que ha elegido Zilbalodis y su equipo. La animación es tridimensional, pero no todos los fotogramas están renderizados completamente; esto le da una apariencia rudimentaria, como si en vez de ser una película animada en todo su esplendor, fuese en realidad una secuencia de imágenes capturadas con cámara en manos donde vemos a Gato y sus compañeros hacer lo que sea necesario para sobrevivir.

Y de hecho, tienen que hacer mucho. Lo que permite que el filme exponga otro tema: el cambio climático y sus efectos irreversibles. Cuando hablamos del calentamiento global, solemos enfocarnos en el daño que puede ocasionarnos a nosotros como humanos pero ¿realmente pensamos lo que pudiera ocurrirle a aquellos seres indefensos? Sí, los animales. Son los únicos que realmente no pueden hacer nada para que ocurra un cambio y, aún así, son los más afectados.

Me parece muy inteligente la decisión de los guionistas de prescindir de cualquier diálogo, y aún así transmitir el miedo y la incertidumbre de estos animales en un mundo que ya no parece agradable para algunos de ellos. Ese realismo que proyecta la película se ve reforzado por tomas largas y un montaje sutil que permiten al espectador conectarse a un nivel más profundo con Gato y los demás animales, a pesar de que ninguno llega a hablar en ningún momento pero ¿no es eso lo que ocurre en el mundo real?

Flow y todo su esplendor técnico

Después de terminar de ver la película, me di cuenta de lo maltratado que está la animación en el cine. Realmente deberíamos estar hablando de Zilbalodis en la categoría de Mejor Director. El cineasta letón ha co-escrito, animado, ha compuesto la música y ha dirigido. El resultado es una película que funciona tan bien como un conjunto. Incluso los apartados a manos de otros artistas colaboran enormemente con la grandeza del film, como es el caso del diseñador de sonido Gurwal Coïc-Gallas y el resto de su equipo. Estos se valen de ruidos ambientales, típicos del entorno en el que se desarrolla la historia, como el rompimiento de las olas o el maullido y canto de los animales, pero el resultado es tan orgánico, tan genuino, que cierras los ojos y creerías que estás escuchando grabaciones de algún documental sobre el Reino animal. Hay secuencias que cambian drásticamente entre el fondo del mar y la superficie, es allí cuando mejor se aprecia el minucioso trabajo de este equipo.

El sonido se conjuga a la perfección con la música, la cual se adapta a cada escena perfectamente. Hay notas sombrías e incluso aterradoras cuando los peligros parecen inminentes, mientras que las secuencias de tranquilidad e incluso las más graciosas, están edulcoradas con acordes más sutiles.

Obviamente, si hablamos de Flow, hablamos de la arriesgada elección del director, quien optó por alejarse del estilo de animación habitual en las películas más recientes, eligiendo una estética más retro que recuerda a los clásicos videojuegos al inicio de siglo. De aquella época en la que los desarrolladores aún experimentaban con las técnicas de animación que, en aquel entonces, eran innovadoras. En Flow, esa estética es intencional, manteniendo un aspecto realista. De hecho, los animales están diseñados para reflejar sus contrapartes del mundo real en proporciones, incluyendo también sus expresiones y movimientos. Detalles sutiles como la velocidad a la que parpadea el gato o las expresiones que hace mientras explora su entorno, nos muestra que el equipo de animación realmente se documentó a la hora de trabajar. Por supuesto, el hecho de que las imágenes transmitan tanto, sin necesidad de diálogos, hace que el filme sea aún más demoledor.

Flow es una pequeña película que funciona gracias a la originalidad con la que transmite varios mensajes contundentes. Es breve, pero dura lo necesario para hacernos reflexionar sobre cómo dependemos de nosotros mismos pero no por eso debemos pensar solo en nuestro propio beneficio.



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