Miau.
¿Cómo se sabe que se es un perdedor? ¿Qué te vuelve uno? ¿Y qué mejor forma de mostrarlo que en una película donde, al final, nada cambia? ¿Nada cambia?
Estar en la movida del arte es estar a la deriva.
Acompañame a ver el viaje del patético Llewyn Davis y sus mil derrotas. Cuya fantasía poco realista de ser músico lo lleva de la pasión al odio.
Nueva York, 1961. La escena del Folk pre-Bob Dylan. La película arranca entre luces y sombras, como las presentes en un tema de Folk.
Primero, Luz: en el escenario de un club, Llewyn Davis toca una versión de “I've Been All Around This World”. Aplausos, risas.
Luego, oscuridad: en un callejón a plena noche, Llewyn sale de tocar y es golpeado por un hombre sin rostro que se desvanece con la noche. En el suelo, Llewyn se recuesta y mira a la luna.

Otro día más.
Llewyn, experto tanteador de sofás ajenos, se va a dormir en uno. Consumido por una soledad abrumadora. Mirando al techo. Con un anhelo innombrable. Se pregunta si él es real.
Otro día más.
Él es Llewyn Davis: talentoso, carismático, sarcástico, patético y pasional…pero no esta semana, esta semana él sólo es patético. Esta semana es una mierda. Y, por ende, el Folk también.
Al día siguiente se levanta y se ve a sí mismo, bueno más o menos…

El gato
“lewyn tiene al gato.
--Llewyn es el gato.
--No. Llewyn TIENE al gato…”
Desde el comienzo, los Coen comparan a Llewyn con un gato. Esa cualidad de moverse por el mundo con gracia y esa ausencia de pertenencia allá donde se va es lo que definen al personaje interpretado por Oscar Isaac.

Ante el ojo de este ausente gato es que entra en juego ese tratamiento visual tan único de la película. Esas luces sombrías, borrosas, nubosas, apagadas, todo sumido en sombras. Como si Llewyn no estuviese presente del todo.
La portada de The Freewheelin’ fue la principal inspiración para lograr el clima buscado en el filme. Como una eterna mañana de invierno cuando el sol aun no sale en esa Nueva York sucia e impersonal. Todo esto hace mímica con Llewyn, perdido, errante, sin ser.

Bajo estas luces y colores, conocemos a la pareja de Jim (Justin Timberlake) y Jane (Carey Mulligan), al matrimonio de Mitch (Ethan Phillips ) y Lillian (Robin Bartlett) y a muchos otro personajes. A través de ellos comenzamos a conocer el pasado de un Llewyn que, como un gato, se nos escapa de las manos.
Descubrimos que estuvo con Jane, en líos de infidelidades, arrepentimientos, música y hasta un hijo. También oímos sobre un compañero músico, que se suicidó tirándose de un puente, siguiendo -o tratando de seguir- el camino borroso que Llewyn transita.
¿Pero cómo podría Llewyn lidiar con tanta mierda? Nada sale bien. Ya sea conseguir una buena representación para su música o cuidar al gato de Mitch y Lillian. Al gato de nombre desconocido.
Esta es la belleza patética de Llewyn: el deseo del espectador de verlo triunfar en…lo que sea. Deseo que, como los de Llewyn, difícilmente será cumplido -al menos no de forma aparente-.

¿Donde está su escroto?
Viaje a Chicago
Avanzando, vamos a una parte de transición en la película. Esta debe ser mi parte favorita.
Llewyn se entera de que puede conseguir representación en Chicago y no se le ocurre mejor idea que ir allá en un auto con dos desconocidos: Johnny Five (conductor, super cool, que no habla) y Roland Turner (jazzista malhablado, inválido y el mejor personaje de la película).

Me gusta pensar que estos tres inadaptados son como tres Gatos callejeros que se encuentran en el camino y siguen un par de km por conveniencia.

Aquí el show se lo roba Roland (John Goodman) dando cátedra en el arte de ser un personaje que dice y hace lo que se le cante el culo por 30 minutos en una especie de sucesor espiritual de Walter Sobchak de El Gran Lebowski. A cualquier chanse que Walter vea de hablar de Vietnam, Roland lo hará del Jazz. Diciendo verdades pero ignorando las suyas.

"—Solía tener un compañero." Dice Llewyn
"—¿Qué pasó?" Dice Walter
"—Se tiró del puente George Washington."
"—(pausa)…Bueno, no lo culpo. Yo no lo soportaría tampoco, es como comer maíz negro todas las noches.
Oh, lamento haber dicho eso, fue un poco estúpido ¿no?
El puente George Washington…
Te tienes que tirar del puente Brooklyn, por tradición.
¿El puente George Washington, quien hace eso?¿Que era, un tarado?"
"—…No realmente."
Johnny Five (Garrett Hedlund) no se queda atrás. Un personaje de pocas palabras rodeado de misterio, hablando de forma abstracta siempre que abre la boca. Te atrae, como espectador -jeje-, a llenar los agujeros -jeje- en la ambigüedad de sus dichos y poemas.

Empatizo con esa sensación de estar a la deriva en medio de la noche en un lugar desconocido, rodeado de gente afín que, por algún motivo, no dejas entrar por completo.
Pero en este camino, todo se acaba. Sin palabras y con total frialdad, nunca volvemos a ver a estos gatos del camino que andan igual de perdidos que Llewyn.
A la deriva (Chicago)
Aquí, Llewyn se separa. Lo dejamos atrás y llegamos a la parte más melancólica.
Llewyn dando vueltas por Chicago para encontrar el club del que oyó hablar, esta vez sólo. Sólo y a la deriva.
La película no romantiza la soledad. Quizás se embellece un poco por la bella carita Oscar Isaac, pero fuera de eso, vemos la soledad en su estado más visceral: perdido en la ciudad mugrienta, como un fantasma, entre momentos muertos y frases de doble sentido.

“Tócame algo desde ‘inside’ llewyn Davis"
Dice Bud Grossman (F. Murray Abraham) cuando Llewyn, finalmente, llega al club.
Él desnuda su alma tocando su versión de “Queen Jane”. Pero conecta.
Se confirma el vacío de Llewyn. Se confirma lo que le falta a su música.
Conectando las piezas, podemos comprender que él es una persona enamorada de lo que hace, que creció aparentemente sin una figura paterna.
Por mucho tiempo sólo se tuvo a él, a la música folk y a su hermano. Esa tríada de elementos siempre estuvo relacionada, por lo que perder a uno fue desbalancear a los otros dos.


Quizás haya algún tipo de respuesta en confrontar estas aflicciones. De todas maneras, no queda nada para Llewyn en chicago, es hora de volver a casa.
Vuelta a casa, no entendí el chiste
Normalmente, volver a casa en el viaje del héroe es glorioso. Pero aquí no hay héroe.
¿Qué pasa cuando dejaste casa y no aprendiste nada?
¿Qué te espera de vuelta? ¿Una hermana que te desprecia? ¿Un padre cenil que se caga -literalmente- en tu alma musical?
Es desgarrador ver a ese alguien que luchaba en contra del sistema con su estilo de vida, rendirse y dejar a un lado su sueño por una vida normal.

“Estoy cansado”, dice
Pero, irónicamente, al rendirse a una vida normal, Llewyn se entera de que tiene que gastarse como 300 dólares para, siquiera, empezar a ganar dinero. Ya fue demasiado lejos con la de ser artista como para darse vuelta y vivir la dichosa ‘vida normal’. Esta expresión de su alma lo traiciona siempre, pero al volver a “la vida” esta lo rechaza.
Como si su destino fuese ser patético y el universo se empeñase en hacerlo fracasar en todo, para reírse de él en un eterno chiste cósmico.

Pero creo que hay algo que realmente cambia en Llewyn.
Claro que él está muy ocupado emborrachándose y puteando a una señora en el escenario. Pero parece que su drenada alma tiene algo más que gritar además de cosas sexistas.

Odio el Folk! Odio la puta música Folk!
Realmente me atraviesa esta escena. El poder decir que odiás algo que amás, profanar tu objeto sagrado. Es liberador. Esta película es una mierda.
Luego, vuelve a lo de Mitch y se entera de que el maldito gato volvió a casa. Es como si muchas cosas se cerraran, aunque no lo pareciera: Al fin, Llewyn le dice algo tierno a Jane. Y, por fin, sabemos el puto nombre del gato: Ulises.
Es curioso. Tras la peor de sus noches, habiendo mandado todo a la mierda, finalmente puede dormir dignamente y retomar por donde lo dejó. Quizás todos sus esfuerzos en la semana fueron mil pasos atrás para dar un salto de mil pasos y volver al punto de partida.

Tocar fondo y rebotar. Quizás esto signifique tocar fondo.
La película termina donde empezó, pero ahora conocemos un montón de historias que antes no conocíamos.

Llewyn vuelve a tocar. Añade a su repertorio la bella pieza que tocaba con su difunto compañero. Termina de tocar y le dicen que alguien lo quiere ver en el callejón. Una vez más: Luces y sombras. Llewyn sale, viendo por el rabillo del ojo a un joven Bob Dylan.
"Si quieres vivir en una piscina de mierda la puedes tener." Dice el hombre sin rostro.
En la oscuridad, el hombre sin cara le vuelve a romper la nariz. De vuelta al inicio. Tirado en la misma piscina de mierda. Pero esta vez es un poco diferente. Esta vez él confirma que está donde quiere estar: siguiendo su camino y persiguiendo su fantasía poco realista de ser un músico de Folk. Siendo ahora, tal vez, un poco menos patético.
Se acuesta feliz, en su oscuro callejón sin salida. Vendrán días mejores, quizás.

El chiste cósmico
No es ajeno a los Coen el hacer películas donde nada cambia y nadie aprende. Personajes idiotas con una especie de chiste cósmico que atraviesa sus vidas. Quizás, Llewyn Davis sea el más melancólico de esos patéticos.
Acompañás su dolor, pero es tan miserable que no podés evitar reírte. Una película que duele y es trágica pero provoca risa en su tragedia.
Y esta no es una risa de “JAJAJA”; reimos porque no es agradable lo que estamos viendo. Y si no es agradable entonces es cierto; y si es cierto, entonces es gracioso.
Tan verdadero como que “Si nunca fue nueva y nunca será vieja, entonces es una canción de Folk”
Y hablando de Folk, estoy medio corto en la de recomendar algún tema de esta película como en otras reseñas porque yo sí que odio el Folk. Mil disculpas.
Bueno, si tuviese que elegir…”Hang me, Oh Hang me!”
Cierro con una cita:
“Algo que veo en muchas de las películas de los Coen es: La vida es difícil, lo difícil es parte de ella. Y hay algo como…un chiste cósmico en ello. Creo que encuentras iluminación cuando, finalmente, entiendes el chiste.” -Oscar Isaac
Au-revoir.
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