Cuando una canción dice más que mil películas
Yo no sé qué tienen algunas canciones que, sin necesidad de luces, cámaras o efectos especiales, logran contarte una historia más real y brutal que cualquier película de festival. "De la vida como una película de tragedia, comedia y ficción" de Canserbero no es una canción: es una película sin presupuesto, sin actores y sin censura emocional.
Hay canciones que acompañan películas. Y hay otras, como esta, que son una película en sí mismas. Una película que no se proyecta en salas, sino en el pecho. Una película que se escucha en silencio, viendo al piso, como un muchacho regañado por la vida.
Desde la primera frase –“La vida es un viaje, no una estación”– uno ya entiende que esto no es entretenimiento. Es un recordatorio de lo frágil, absurdo y hermoso que puede ser estar vivo, mientras fingimos tener todo bajo control.
Canserbero no canta para gustarte. Te habla como un amigo que ya no puede seguir callando, con una mezcla de rabia, ironía y ternura que desarma. Te saca del confort, te lleva al borde del abismo emocional y luego te deja ahí, pensando.
“El tiempo aquí es como el pantalón de un niñito: bien cortico y repleto de caca.”
Ahí uno se ríe... pero después se queda en silencio. Porque detrás del chiste hay una de las verdades más incómodas: la vida no dura mucho, y muchas veces apesta.
A lo largo del tema, no hay estribillo pegajoso, ni beats diseñados para sonar en discotecas. Lo que hay es una cascada de verdades dolorosas, una sucesión de pensamientos que muchos tenemos, pero pocos se atreven a decir:
“Estoy enloqueciendo, hay tanto que quisiera no haber descubierto.”
“He tratado bien a putas y mal a quienes me querían.”
“Estoy vivo, pero no necesariamente estoy viviendo.”
Y no es postureo. Tyron (Canserbero) no se vende como mártir ni como profeta. Se presenta como un hombre roto que escribe para no desbordarse, que hace rap para no suicidarse, que usa la música como exorcismo personal.
Esta canción no tiene filtros. Te habla del ego, del vacío de las redes sociales, de la falsa búsqueda de aprobación, del absurdo de vivir para trabajar y de lo cruel que puede ser uno consigo mismo.
Y aun así, hay esperanza. Una esperanza rara, agrietada, pero real. Como cuando dice:
“Admito que a veces me cansa luchar, y quisiera dormir para jamás despertar.
Pero recuerdo esos momentos que varias veces me dieron aliento...”
Esa línea no es poesía: es supervivencia. Es el tipo de frase que uno repite cuando no tiene fuerzas, pero quiere seguir.
Y es que este tema es eso: una conversación íntima con la tristeza, con el fracaso, con la frustración de no entender el mundo ni a uno mismo. Pero también es una invitación a seguir. A no rendirse. A entender que la vida es absurda, sí, pero es lo único que tenemos.
Desde mi perspectiva: Canserbero no hizo una canción. Hizo una radiografía emocional de una generación.
Y si después de escuchar esto no te revisas, no te conmueves o no te sientes reflejado...
quizás no estás vivo.
Solo estás funcionando.
Pero, ¿y la felicidad qué? Como dice el tema
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