Microcrítica: Godland: entre el fuego y el hielo

‘Godland’ de Hlynur Pálmason (2022)

por Gastón Siriczman

Godland es una película fiel a la herencia del cine islandés que, en mi caso, conocí a principios de los noventa con películas de Hrafn Gunnlaugsson. El espíritu nórdico de aquellos filmes se cuela en los tiempos demorados, en los paisajes en los que conviven el fuego y los hielos, y, por sobre todo, el carácter de los personajes.
El protagonista, un sacerdote y fotógrafo danés, se llama Lucas como aquel autor de los evangelios. Tiene la misión de viajar a Islandia para fundar una iglesia. Por el camino arrastrará dos posesiones valiosas, una enorme cruz y su no menos grande cámara fotográfica. A la cruz se la llevará el rio crecido, junto con la vida de su amigo y traductor. La cámara quedará solo para dejar registros de su desesperanza y de la inutilidad de su viaje.
Godland es un manifiesto sobre las imposibilidades. Lucas no entiende el idioma, su caballo no le obedece, los lugareños lo toman como otro colono hostil, y, tal vez lo peor de todo, sus fotos son imperfectas. La fe lo ha abandonado y Dios parece no existir en la isla.
Formalmente la película es impecable. La banda de sonido crea y acompaña la sordidez de la trama con sutileza y sin subrayados. Los grandes planos generales exponen lo diminuto de esos humanos y dejan en evidencia la imposibilidad de su misión. La puesta en escena es austera, de tiempos lentos pero profundamente dramática.
No dudo en afirmar que sobre Godland sobrevuela el espíritu de autores como Werner Herzog, en los la tensión entre humanos y naturaleza puede llegar a ser ensordecedora.