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El Montijista - Los Oficios del Cine - Seis

El montaje

Entre el cine y el cielo

por Gastón Siriczman

Montaje Cinematográfico

La infancia me deparó una decepción astronómica, y no por su magnitud, sino por su origen: las estrellas. Las constelaciones para mí eran básicamente dos: La Cruz del Sur y Las Tres Marías. Y esta información no era menor para alguien como yo que, quién lo dudaba, sería un brillante astronauta. Fue por esa futura profesión que llegué a las páginas de un magnífico libro de tapas duras e ilustraciones generosas: El Espacio. Allí, además de dibujos de paisajes extraterrestres y fotos de perras soviéticas que habían orbitado la tierra, se mencionaban otras constelaciones de nombres prometedores para el viajero estelar: Sagitario, Orión, y… ¡La Osa Mayor! A partir del diseño de las constelaciones ya conocidas como la Cruz del Sur, que prometía una cruz y daba una cruz, imaginé el centenar de estrellas que, al ser unidas, formarían esas imágenes colosales. Pero no, señores. ¡Siete estrellas! La famosa Osa Mayor no tenía más que siete mugrosas estrellas y, por más imaginación que se pusiera en la tarea, no se podía dibujar con ellas mucho más que una palangana. Y quién quiere viajar a una constelación con forma de recipiente apto para el lavado de pies. Pues yo no.

Años después, y ya descartada, por esa y por otras decepciones, la profesión de cosmonauta, empecé a encontrar formas conocidas donde no las había: en las nubes, en un charco, en una mancha de humedad. Descubrí que los humanos tenemos una suerte de mandato genético que nos lleva a conjugar todas las cosas del universo entre si, colocando una junto a la otra y viendo qué semejanzas resultan de esa aproximación. Es por esto que hallamos parecidos entre el crío recién nacido y aquel otro pariente, entre el sonido de una palabra y el objeto nominado, entre siete estrellas y una osa grande. Pequeñas metáforas que, objetivamente, no parecen dar demasiado sentido al mundo, pero sí se lo dan al cine.

Lev Kuleshov, cineasta y teórico soviético, fue uno de los primeros en poner a prueba las posibilidades de estas vecindades en el célebre experimento que lleva su nombre. Consistía en modificar el sentido de un primer plano previamente rodado del actor Mosjukin que miraba inexpresivamente hacia abajo. Al insertarle a esta imagen una toma de una mujer desnuda, el público leía “hombre lujurioso” en el rostro del actor, en cambio si la toma insertada era de un plato de comida o de un niño muerto el sentido cambiaba por “hombre hambriento” o “hombre triste”. La experiencia, brillante por cierto, se asemejaba más a una práctica propia de un alquimista que de un artista. Un alquimista procurando encontrar el catalizador que convierta al plomo en oro, a la inexpresión en sentimiento. El sentido final de este montaje no estaba implícito en ninguna de las imágenes de la secuencia, el sentido resultante sería mucho mayor que la suma de las partes.

La destreza del montajista está en encontrar las imágenes sintéticas que, secuenciadas mediante su arte, enciendan la chispa vital que dispara ese sentido nuevo, capaz de fundar un discurso. Eisenstein, teorizaba: “La secuencia de montaje no debe estar compuesta por cualquier detalle, sino por El Detalle que posea la cualidad de provocar a través de su Parte, la máxima sensación plena del Todo. ¡He aquí donde con seis peces puede alimentarse a seis mil personas! Con seis detalles, correctamente elegidos, puede darse la sensación de un hecho de grandiosas dimensiones.” Detalles, peces, estrellas. Ahora miro al cielo con la certeza de que, entre aquellos puntos de luz, es posible encontrar faunas asombrosas, y que ese, y ningún otro, es el verdadero viaje que siempre había soñado.

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