El baile de Bob Fosse con la muerte y All That Jazz

Spoilers

Le escuché decir en cierta ocasión a Paul Schrader, que si uno no está dispuesto a brindar al mundo como artista una parte de su ser, era mejor que se dedicase a otra cosa en la vida. Encuentro algo de verdad en ello, por muy categórica que suene dicha afirmación, y es probablemente lo que también pensase el gran Bob Fosse, a la hora de encarar cualquier proceso creativo. Fosse, aquel hombre que de pequeño soñaba con llegar a ser tan grande como Fred Astaire, que luego pasó a convertirse en un mito en Broadway como coreógrafo, y que por si fuera poco, también pasó a la posteridad por brindarnos algunas de las grandes obras maestras del “Nuevo Hollywood” de la década de los setenta.

Revolucionó por completo la concepción que se tenía del musical hasta aquel entonces, demostrando que el género podía llegar a ser atrevido, sexy e incluso perturbador. Un genio dado al exceso, a la irreverencia y a la locura, que murió relativamente joven tras sufrir de otro paro cardiaco a sus sesenta años de edad el 23 de septiembre de 1987.

Vivió la vida con mucha intensidad, y la bailó, la bailó hasta el final, hasta el punto de perder el sentido de lo que era un trozo de vida y lo que era un trozo que le abocaba a la muerte. Es precisamente sobre ello en lo que Bob Fosse erigió su gran obra maestra, la película por la que este servidor está escribiendo estas palabras: All That Jazz (1979). Viniendo de haber realizado obras maestras indiscutibles del cine de los 70 como fueron Cabaret (1972) o Lenny (1974), no fue hasta All That Jazz (1979) donde Fosse aunó de manera más precisa y cinematográfica sus máximas inquietudes artísticas. Una película tremendamente autobiográfica, pese a que Fosse lo negara en multitud de ocasiones, donde un increíble Roy Scheider encarna al realizador en la ficción, bajo el personaje de Joe Gideon; un afamado director y coreógrafo de Broadway, dado a la promiscuidad y a ser un total adicto a las anfetaminas y al trabajo.

Empieza el espectáculo

La película cuenta con uno de los mejores arranques de la historia del cine, en la que el espectador queda atónito al presenciar una audición de un centenar de bailarines de Broadway, a los que vemos moverse en una casi absoluta sincronía; una escena documental, de una audición real de Broadway, que brindaba el realismo que quería plasmar Fosse en la película.

It's showtime folks! Y el espectador lo sabe, a medida que nos va presentando al personaje central del filme. No obstante, no solo somos participes del mundo externo que rodea a Joan Gideon, sino que también presenciamos como espectadores su mundo interior, aquel en el que Fosse se abre en canal y nos deja entrever con una abrumadora sinceridad sus miedos e inquietudes. Es una cinta que bebe directamente del Ocho y medio (1963) de Federico Fellini, esbozando el mismo nivel de sinceridad y compromiso introspectivo como artista que la que tuviera Fellini en la película protagonizada por Marcello Mastroianni.

En ningún momento es autoindulgente con lo que retrata de él en la película, todo lo contrario, plasmando una persona totalmente deplorable, y ya no solo por el exceso, sino por su tiranía y lo cruelmente que trata a la gente que trabaja con él. Al igual, carece de toda consideración emocional por su gente más allegada en el terreno personal. Es tremendamente confesional la cinta, en la que se expone con una crudeza abismal, lo que hace de ella algo muy oscuro y bello de ver. En esa dualidad narrativa de la película, en la que ahondamos en su persona y en cómo esos matices de lo externo y lo interno se ven desdibujados;en gran parte por el magnífico montaje de Alan Heim, que le valdría el Oscar a Mejor Montaje en 1979, de los cuatro Oscars en total que se llevó la película.

De hecho, la grandeza por la que esta cinta me obsesiona y me apasiona tanto, es por cómo consigue a través de su edición, contarte una historia de la manera tan singular y puramente cinematográfica con la que lo hace. Esa noción tan intrínseca que llevaba Fosse de su labor como coreógrafo, le sirvió para dominar los ritmos y los tempos del cine como pocos en la industria de Hollywood lo han llegado a hacer. Esto está presente en todas sus obras, pero particularmente en All That Jazz (1979), cobra mayor relevancia que nunca, haciendo que sea vertiginosa y abrupta a la vez, dentro de un equilibrio muy bien medido.

Las cinco fases del duelo

Las cinco fases del duelo o dicho de la manera en la que lo definiría Fosse, las cinco fases que uno pasa cuando sabe que va a morir, es algo fundamental en la película. Por ponerle algo de contexto al asunto, Bob Fosse se encontraba montando Lenny (1974), a la vez que estaba preparando “Chicago” en Broadway, lo que le llevó a unos niveles de estrés y agotamiento extremos; algo que vemos en la cinta, cuando Joe Gideon está montando la película “Stand-up”, a la vez que empieza los ensayos de su próximo trabajo musical. Unas semejanzas extremadamente obvias.

Es bueno sacar esto a colación, dado a que Fosse lo muestra como un punto de inflexión en su vida y, por tanto, en la vida de Joe Gideon, valiéndose de recursos muy cercanos a la propia metaficción narrativa. Cuando Gideon se encuentra en la sala de montaje, la secuencia a la que está dando vueltas continuamente es a aquella en la que el humorista habla de las fases del que está a punto de morir. Tanto a nivel formal como de fondo, la cinta se ralentiza casi abruptamente, viendo como las alucinaciones empiezan a ser más recurrentes, una vez acaba hospitalizado.

El flirteo con la muerte se agiganta, en estas conversaciones que tiene con el ángel de la muerte con la que tiene todas estas reflexiones interiores sobre su vida y sobre su inminente muerte. Un ángel personificado por la gran Jessica Lange, que más que ser una figura sombría y perturbadora como lo podía ser en la película de Bergman El séptimo sello (1957), es representada como un ser que destila ternura hacia el protagonista. No juzga sus actos, al ser conocedora de su propia naturaleza y de su desmedida inmadurez; aquella que de una manera irremediable, le está condenando a tener una muerte prematura.

No es un musical al uso

Tal y como comentaba al principio, la idea que tenía Fosse del musical, distaba mucho de los convencionalismos del género. En All That Jazz (1979) es el caso más notorio, no solo por el tono que le da a la historia, sino por cómo está estructurada la película a nivel musical. La música está en todo momento del film, pero se introduce de una forma muy orgánica. Hay muy pocos números musicales como tal en la película, pero no mella a la hora de encontrarla totalmente fascinante como musical. Los planteamientos divergen con mucha notoriedad, dependiendo de si se trata de la realidad o de las alucinaciones que está sufriendo el personaje.

El número más notorio es el del final, en el que ya una vez el personaje ha aceptado su inminente muerte, arranca un número musical titulado “Bye, Bye, Life”. Hay una energía positiva en el número, de festividad incluso por parte de Gideon, en el que no solo acepta el destino que está de camino para él, sino que también termina por estar en paz con todas aquellas cosas que una vez le atormentaron en forma de inseguridades; es decir, la mediocridad, la soledad, la incomprensión…

A la hora de hablar de otros momentos musicales de la película, no se puede pasar por alto los que protagonizan Ann Reinking, una bailarina espectacular y la cual fue fundamental en la última etapa de la vida de Fosse. Sobre todo el número de “Everything Old Is New Again” que protagoniza junto a Erzsébet Földi, es de un virtuosismo e imaginación extraordinaria.

One Man Show

Bob Fosse fue un genio absoluto, que dejó muestra de ello en todas las vertientes artísticas en las que trabajó. Su legado cinematográfico es incuestionable, teniendo a All That Jazz (1979) como su obra cumbre, como su epitafio artístico. La singularidad de la cinta de Fosse, sigue siendo tremendamente inspiradora y actual a día de hoy, atestiguando que en el arte ante todo hay que encontrar una voz propia, aquella que permita a uno brindar algo de verdad, ante tanta banalidad y frivolidad de la que se ve rodeado.

Como dice al principio del film el personaje de Roy Scheider: “To be on the wire is life. The rest is waiting”. Una declaración de intenciones de cómo encarar la vida, pero también el arte, en la que si tienes el valor para atravesar esa cuerda resbaladiza que es la vida, puede que todo el resto que permanece a la espera hasta ese momento, cobre algo de sentido.

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